Hace dos años que los 24 de Mayo no son un día más de la semana patria. A las 15.30 del día de ayer, la plaza frente al Cabildo juntó más de 1500 ciudadanos pero esta vez para reclamar por la Ley de Reparación Histórica: un reclamo para que todas las personas trans de más de cuarenta años que hayan sido víctimas de violencia institucional puedan recibir una pensión mensual compensatoria.
“Hemos estado presas, asesinadas, criminalizadas, patologizadas… Es un travesticidio social. El Estado argentino debe garantizar la democracia para todas las personas. Por eso estamos exigiendo que reparen el daño que nos han hecho y que nos pasa por el cuerpo”, explicó Manu Mireles, secretaria académica del bachillerato popular trans Mocha Celis. “Aquí/ está/ la resistencia trans”, aplaudían a su lado. La Plaza de Mayo se convirtió en el escenario de un abrazo colectivo.
Entre la gente, Patricia Rivas, referente de Históricas Argentinas, colectivo trans que organiza las actividades por la Reparación, saludó eufórica a un grupo de recién llegadas. Mirándolas de arriba a abajo, se acordó del protocolo de seguridad: “Dijeron zapatillas… ustedes las dejaron ahí cuando vieron que traje tacos”. Reluciente, levantó sus plataformas rojas. Enfrente, vestidos de negro apagado, estaban los policías de la Federal. “Bolude, la cantidad de cobanis que hay”, suspiraba con una mezcla de temor e incredulidad una joven mientras abrazaba a su pareja. A lo lejos, parecía que los uniformados superaban en número a los manifestantes.
Más cerca de Casa Rosada, una familia de Guernica vendía aguas, patitos virales y remeras con la leyenda “Fuera Milei. La patria no se vende”. El año pasado, en la primer Marcha Plurinacional Trans por la Reparación Histórica, conocieron a las Históricas y decidieron volver a acompañarlas porque “no son luchas distintas”. Así lo entiende también Ollita Travesti, un grupo trans de La Plata que se empezó a reunir a partir de esta nueva ola neoliberal: “En este contexto, al colectivo LGBTIQ+ se le dificulta más el acceso a la comida, a la vivienda, a la salud y a otras necesidades básicas. Nos queda la fuerza colectiva, reunirnos, comer algo calentito y organizarnos para ser más fuertes que la amenaza”.
Dos chicas trans desenrrollaron la bandera del Hotel Gondolín, un albergue y centro cultural para personas trans en Villa Crespo. Algunas tienen remeras que imploran “Justicia por Zoe”, una mujer trans que dirigía el hotel hasta que su pareja la asesinó. “Olé, olé/ Olé, olá/ lo dijó Lohana y Sacayán/ al calabozo/ no volvemos nunca más”, coreaban las once personas reunidas tras la bandera.
Fernando, un varón trans de cincuenta años, sonríe para las cámaras. Nunca se hospedó en el Gondolín, pero es un hogar para él. “Las compañeras están muy expuestas. Son pocas las que tienen un trabajo formal y menos registrado. Así que me encargo de armarles currículums y enviarlos. Cada vez está más difícil, encima que están despidiendo a las del Cupo Trans”, apuntaba.
Alejandro de Somos Diversidad Argentina, una organización peronista LGBT+, recordaba la historia de la comunidad: “No hay que olvidarse que todo nuestro movimiento fue víctima en la epidemia del SIDA, de la enfermedad y de las condenas sociales que significaba. Siempre fuimos la basura de la sociedad”. Los ojos le brillaban y se fundía en una sonrisa cuando revivía las conquistas del matrimonio igualitario y la ley de identidad de género.
Para las 18, se armó una columna encabezada por la bandera fucsia y negra de las Históricas. La Federal enderezó la espalda y cortó la calle. Las travas pisaron Avenida Rivadavia con firmeza: iban a tomar una mano y la vereda, pero un cordón policial les cortaba el paso y las forzaba a correrse hacia la pared. Así, llegó el clásico encontronazo de travas y policías, lleno de tensión y sin achiques por las once largas y abultadas veredas que separan Plaza de Mayo del Congreso.
Las travas sostenían sus banderas y avanzaban al ritmo de “Bullrich, basura, vos sos la dictadura”. Cada tanto, alguien espetaba hacia los cascos: “Qué vergüenza ser policía”, “¿No se dan cuenta que ustedes también son pueblo?”, “Esto no es una dictadura, esto es una democracia”. Marcela, una mujer trans de casi sesenta años, llevaba una bicicleta con un altoparlante. Desde adelante de la bandera, miraba con preocupación a las compañeras: “Ahora, con el protocolo antipiquetes, nosotras somos un grupo más vulnerable. No tenemos que provocar porque nos la cobran peor. Les digo a las compañeras: ‘este gobierno ya va a pasar’. Falta poco para que volvamos a estar tranquilas. Con este reclamo vamos más de 9 años”.
Como todas las históricas, Marcela fue detenida múltiples veces en la dictadura simplemente por ser trans. Abelarda tiene setenta y cinco años y se jacta de ser una de las pocas que siguen vivas de su generación: superar los treinta y cinco años es un récord para la comunidad trans. Estuvo cinco años presa sin carátula hasta que llegó la democracia. “Para las travas, reparación/ es una deuda que nos debe la Nación”, cantaba la columna.
“Fíjate el despliegue que hicieron para una marcha donde te cortamos media cuadra nomás. Nos detestan porque somos disidencias, somos unas traidoras al género, hay mucha represión y consumen nuestros cuerpos», sentenciaba Gabriela Ivy, activista política y tiktoker. «Reprimirnos es una forma de decir ‘yo no puedo tener eso, entonces lo tengo que violentar’. Nosotras estamos haciendo presencia para reivindicar lo que tenemos, para protestar por lo que nos están sacando y para luchar por los que todavía falta. Necesitamos estar más juntos que nunca”.
Un títere de gomaespuma pintada caminaba entre la gente: es el espíritu de Lohana Berkins para seguir la lucha trava. Unos metros más atrás, iba su realizadore, Yanka de la Asociación Civil Infancias Libres. Hace veinticinco años que crea títeres con la intención de construir un mundo más amoroso: “Ofrezco el arte para visibilizar todas las formas de sentir, las identidades, las expresiones de género. Ahí está la nueva humanidad. Creo que fortalecer la identidad desde la niñez hace un futuro con adultos que se amen, que disfruten y gocen. Hay que empoderar en la identidad, educar en el respeto”. Contra el binarismo, propone crecer en la monstruosidad y defender la Educación Sexual Integral en las escuelas: “Somos únicos e irrepetibles, dejemos de tratar de ser fotocopias”.
Una joven trans entró desfilando a la Plaza del Congreso. Pegada al cordón policial, empezó a agitar con los brazos en alto: “Señor, señora/ no sea indiferente/ se mata a las travas en la cara de la gente”. Un federal le lanzó un golpe a la panza y la columna se lanzó para protegerla, rugiendo: “No la toquen. No toquen a ninguna chica trans”.
Desde el escenario, a espaldas del Congreso, Patricia agarró el micrófono: “Todos los diputados y senadores que venden sus ideales son los prostitutos, no nosotras. Nosotras cambiamos sexo por dinero, ellos venden su dignidad”. El público aplaudió y Patricia continuó: “Venimos a honrar la memoria de nuestras muertas y muertos y nuestras propias vidas. Tomamos el espacio público para decirles que toda la historia que cuentan será reescrita con la memoria de nuestros cuerpos, señalándoles como criminales y constructores de miseria”.
“La historia es cíclica”, decía Yanka. “No puede ser que estemos viviendo las mismas cosas”, decía Alejandro. “Vamos a bailar a puro noventas con la música de Lia Crucet”, decía el presentador desde el escenario. Aunque el panorama sea oscuro, la comunidad despierta la fiesta y encuentra la esperanza.