Volver a casa de los padres: la difícil batalla de alquilar en Argentina

🤦‍♂️ 2,3 millones de jóvenes de entre 25 y 35 años viven con sus padres o abuelos. Para ponerle cara a la crisis, El Grito del Sur consultó a sus seguidores sobre la problemática habitacional. Historias de vida sobre las dificultades para alquilar en la Argentina.
05/09/2024

“Es barajar y dar de nuevo, reaprender las dinámicas familiares pero esta vez con padres mayores e hijos adultos que saborearon lo que es la independencia”, explica R. sobre cómo fue volver a la casa paterna. Ella vivió más de doce años sola, pero debió regresar a lo de sus papás por la imposibilidad de pagar el alquiler y los servicios. “Es contar hasta 3 millones, respirar hondo, fingir demencia y rogar que esto se termine más temprano que tarde”, asegura la maestra chaqueña. Sus palabras resultan dolorosas.

R. tuvo que dejar su casa en diciembre del año pasado, cuando los dueños le aumentaron exponencialmente el alquiler argumentando de manera violenta que el incremento cada seis meses les era desfavorable. “Mi sueldo no aumenta en relación al incremento que ellos pretendían hacer. Yo no tengo estabilidad laboral, lo que genera que viva al día y eso en parte fue lo que me llevó a volver al seno materno”, explica esta lectora de El Grito del Sur que se contactó a través de redes sociales. “Lo más complicado de la convivencia es compatibilizar los estilos de vida. De repente hay otras rutinas, el televisor está fuerte, tenés que compartir la mesa, hacerte el tiempo para almorzar con ellos y adaptarte a los hábitos de una casa que antes frecuentabas como visita”, señala. “Hoy en la casa de mi vieja, yo no puedo tomar mis propias decisiones. Tuve que acostumbrarme a avisar si salgo, si vuelvo a dormir. Es una regresión, siento como si tuviera 12 años de nuevo pero con las exigencias de un adulto”.

La semana pasada nos desayunamos con la noticia de que unos 2,3 millones de jóvenes de entre 25 y 35 años viven con sus padres o abuelos, lo que equivale al 38% de ese grupo etario. El dato se extrae de un estudio de la Fundación Tejido Urbano y demuestra las consecuencias habitacionales que tiene la crisis económica para los jóvenes. El informe recaba que en 2004, el 35% de los jóvenes no había logrado su independencia habitacional, proporción que disminuyó a 31% en 2012, el nivel más bajo registrado desde entonces. 

Ilustración: Jane Herkenhoff

Esta vez, las estadísticas son un poco peores y la crisis se acentúa con la desregulación del mercado inmobiliario y la precarización laboral. Si se lo compara con otros países, Argentina muestra un alto porcentaje de jóvenes viviendo con sus familias, comparable con Italia, donde la proporción rodea el 40%. Desde la fundación Tejido Urbano sostienen que en el mediano plazo esto genera un efecto negativo sobre la construcción, que no percibe a este segmento como un potencial demandante y, entonces, no construye para ellos. “Este es un ciclo vicioso que impide la independencia de estos jóvenes”, afirman.

“Muchas veces lo que necesitás es pagar por la tranquilidad de vivir sola, ya que los mayores problemas son los roces y las asperezas que surgen de la convivencia”, agrega R., que hace poco cumplió 37 años. Para ella, tener un título universitario hoy no te garantiza estabilidad porque la juventud sigue precarizada y depende de la renovación de contratos laborales. “Somos una generación bisagra en ese sentido”, reflexiona.

“Estamos hablando de una edad y un país donde el acceso a la vivienda se cruza con el acceso al trabajo, por lo cual pensar en vivir solo es complejo”, explica Camila Carmona, integrante de APC Arquitectura Prácticas Colectivas, un equipo interdisciplinario dedicado al hábitat. “Desde la arquitectura podemos pensar políticas públicas y formas de acceso a la vivienda pero muchas veces eso choca con la especulación inmobiliaria, donde las construcciones son pensadas como reservas de valor y no con fines habitacionales. En Buenos Aires hay un gran porcentaje de vivienda ociosa, o departamentos que se piensan como inversión. Esto lleva a construir viviendas cada vez más pequeñas y con mayores deficiencias”, afirma.

Ilustración: Jane Herkenhoff

M. tiene 36 años, vive en La Matanza y estudia psicología. Volvió a vivir con sus padres luego de pasar por diferentes sillones de amigos durante la pandemia, cuando lo echaron del trabajo sin indemnización. Ahora convive con sus padres, ambos jubilados, y su hermano, quien también regresó al núcleo familiar por desavenencias económicas. “No me alcanza para comer, pagar un alquiler y estudiar. De hecho tuve que dejar la facultad porque no puedo viajar todos los días. Vivir con mis padres me da mucha vergüenza y culpa. Siento que debería ayudarlos yo a ellos y no ellos a mí”, cuenta el joven. Para él, hablar de la crisis habitacional es un tema de conversación recurrente entre la gente de 25 a 40 años. “Se extraña estar solo, tener tus tiempos, tu propio orden, tu propia lógica. Vivir solo te obliga a aprender a lidiar con un montón de cosas de la vida adulta en las que te tenés que arreglar”. 

Vivir siendo inquilino: una realidad cada vez más áspera

Cada tres meses, Inquilinos Agrupados y Ni Una Menos lanzan una encuesta de inquilinos que se puede contestar en este link. Según los datos recabados en julio, los precios de la vivienda estarían por encima de la inflación: mientras que el Índice de Precios al Consumidor (IPC) tuvo un incremento general del 4%, los valores de alquileres se incrementaron un 5,35% en el mismo periodo. En particular, los hogares unipersonales donde el alquiler se incrementó un 5,63%. Según sus cálculos, una persona sola debería contar con $675.960 para cubrir una canasta básica más expensas y alquiler. 

“Para mí el problema de la vivienda en los jóvenes tiene que ver más con lo laboral que con el alquiler”, enfatiza Gervasio Muñoz, referente de Inquilinos Agrupados. “Una persona joven tiene muchas dificultades para conseguir un trabajo estable, que es la causa principal por la cual no se pueden independizar. Asimismo, el mercado inmobiliario plantea condiciones a las cuales los jóvenes no pueden acceder, ya sea un recibo de sueldo formal como un familiar propietario, entre otras cosas”.

“Hay que pensar políticas públicas destinadas a la población que acompañen el alquiler entendiendo que el acceso a la tierra tampoco es fácil en este momento. Se pueden pensar créditos blandos que ayuden por ejemplo a conseguir los seguros de caución. Hoy tenemos una situación muy desregulada en ese sentido”, asegura por su parte Camila Carmona. “La ley de Alquileres antes era por tres años, ahora tenemos que pensar en lapsos de tres meses. Es muy difícil proyectarse así», continúa.

Ilustración: Jane Herkenhoff

Las estadísticas pintan un panorama desalentador: según Inquilinos Agrupados, el 72% de hogares inquilinos que viven solos y alquilan es pobre, el 80% de hogares inquilinos compuestos por 3 integrantes es pobre y asciende al 88% de los hogares compuestos por 4 integrantes que alquilan. Para junio de este año, a seis meses del decreto que derogó la ley de Alquileres, el 88,4% de los inquilinos encuestados consideraba que tendría dificultades para afrontar el pago del alquiler en los próximos meses. El 15% respondió que fue desalojado por no poder afrontar los aumentos de los alquileres.

“Los jóvenes no llegan a alquilar, las dificultades laborales no les permiten alcanzar las condiciones que fija el mercado”, enfatiza Muñoz y asegura que el gobierno de La Libertad Avanza tiene voluntad de arrasar con todo. “Si el Estado tuviera viviendas públicas en alquiler, podría pensar una propuesta para los jóvenes. Sin embargo, también habría que ver qué hacer para que no se repitan los errores del anterior gobierno. Durante el mandato de Alberto Fernández, se intentaron regular los alquileres temporarios pero nunca llegaron a modificarlos. Es terrible, pero es parte de la discusión que tenemos que seguir dando”, analiza.

“Estoy viviendo en la casa de mis suegros con mi bebé desde marzo. Los alquileres están imposibles, pidiendo comprobantes de sueldos que triplican el precio mensual mientras todos los laburos te blanquean la mitad nada más. Una locura total. Los propietarios saben que es imposible, pero igual lo piden. Hoy tener un techo es un privilegio, y pagar por uno te deja al borde de sobrevivir cada mes”, cuenta otra seguidora a este medio.

Malena debió volver a la casa de su papá porque la dueña de la propiedad que alquilaba no pudo renovar el alquiler en su propia vivienda. Como Malena pensaba que iba a firmar un nuevo contrato, la mudanza fue sorpresiva y los gastos no le permitieron acceder a otro hogar independiente. Al no tener en cuenta que tenía que irse, tuvo que dejar todo a las apuradas. “El alquiler donde estaba era cómodo y estaba barato, lo que generó que por esa plata se me hiciera imposible alquilar en otro lugar”, relata. Ella es madre soltera y solo cuenta con sus propios ingresos para subsistir. Actualmente debe compartir la casa paterna con otros familiares y se apena de que sean tantos en un mismo departamento, todos empujados a compartir el techo por el mismo motivo.

“La crisis afectó mucho a los trabajadores. Cada vez hay más gente que no puede proyectar a futuro con una vivienda, ya sean obreros, madres de familia o estudiantes. Los alquileres están inalcanzables y cada vez es más difícil acceder al trabajo”, describe la entrevistada.  Por los aumentos, Malena tuvo que sacrificar las salidas con amigos, los cumpleaños y el uso del transporte público. Actualmente está yendo a trabajar en bicicleta, pero enfatiza que si se la roban no sabe qué va a hacer. Consultada sobre lo que más extraña de vivir sola, contesta: “muchas cosas, entre ellas la intimidad, saber que voy a llegar y no va a haber barullo”.

Ley de Alquileres: ¿regula el Estado o el mercado?

El decreto 70/2023 firmado por Javier Milei aplicó ciertos cambios respecto a lo pautado en la ley de Alquileres aprobada durante el albertismo. Entre ellos, instituyó que no existe un plazo mínimo para los contratos, que el contrato pueda adjudicar el pago de los impuestos a los inquilinos, que se pueda ajustar el pago del alquiler con la frecuencia y el índice que el mercado inmobiliario quiera y que se permitan contratos inmobiliarios en cualquier moneda. Además de estos puntos, el propietario no tiene la obligación de avisar con tres meses de anticipación si va a renovar o no el contrato. Según la última encuesta inquilina, el 95,5% de los inquilinos tiene actualizaciones en el precio de su alquiler en plazos iguales o menores a 6 meses. En promedio, 7 de cada 10 inquilinos que firmaron sus contratos luego del decreto tienen aumentos mensuales cada 3 o 4 meses.

“La campaña en contra de la ley de Alquileres era para lograr esto: que el mercado inmobiliario aumente los precios de manera cruel y que la transferencia de ingresos sea cada vez más alta. Cuando nos hablan de la libertad de mercado, de la oferta y la demanda, nos están diciendo que no va a haber ningún tipo de control en la renta que los propietarios perciben”, enfatiza Muñoz. “Cada vez hay más personas que se tienen que mudar por no poder pagar el alquiler, incluso sectores sectores medios con trabajo registrado. Estamos hablando de un empobrecimiento de los sectores formales muy rápido”. 

Ilustración: Jane Herkenhoff

“La situación habitacional es cada vez más complicada. Muchos tuvieron que dejar sus alquileres para migrar hacia los primeros cordones de la provincia, lo que repercute también en el urbanismo. Las construcciones se piensan para la inversión inmobiliaria y no para las viviendas, por eso después hay una sobrecarga en las instalaciones y los servicios. Si hubiera intención se podrían aplicar un montón de herramientas para mejorar el panorama, como créditos blandos, alquileres sociales o cooperativas de vivienda. Se podría pensar otros formatos más colaborativos”, subraya Camila. Segundos después, la joven asegura que -más allá de las políticas públicas para resolver el conflicto habitacional- es necesario tomar conciencia de que la vivienda es un derecho.

A 117 años de la huelga inquilina, el movimiento popular que en 1907 se organizó contra la subida de los alquileres en muchas ciudades argentinas, la perspectiva para les inquilines está lejos de ser buena. Les jóvenes pelean por tener un espacio independiente más allá de las cuatro paredes del cuarto propio, cuando no lo tienen que compartir también. Se trata de una dificultad neurálgica en la vida de las generaciones medias. La imposibilidad de dejar el nido enturbia la fantasía de encarar proyectos independientes a futuro. Alquilar entre muchos o compartir gastos parece ser una forma de generar estrategias de supervivencia. Si bien la salida siempre es colectiva y la trama arma respuestas para paliar la crisis, la posibilidad de vivir solo y de tener independencia pasó a ser un lujo en nuestros tiempos y el silencio es un bien preciado para quienes -por algún tiempo- tienen que convivir.

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