A mediados de 1985, meses antes de cumplirse cuarenta años del final de la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos de Israel, Estados Unidos y Alemania decidieron cooperar entre sí en busca de un objetivo común: llevar a la justicia a Josef Mengele, el «ángel de la muerte» de Auschwitz-Birkenau. La Mossad, el Servicio de Seguridad Israelí, ya había logrado -veinticinco años antes- la captura de Adolf Eichman. Los israelíes lo habían encontrado en Argentina, viviendo desde hacía más de una década como un vecino más de los barrios de la zona norte bonaerense, bajo la identidad falsa de Ricardo Klement.
Pero para cuando la policía alemana inició la búsqueda de Mengele, rápidamente descubrió algo inesperado: según las pruebas, Mengele llevaba más de un lustro fallecido. Esos mismos documentos, acompañados de décadas de investigaciones, llevaron a la pieza que podía completar el rompecabezas, el desenlace final de uno de los mayores criminales de guerra del siglo XX. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de los juicios, el capitán de la SS había logrado escapar una y otra vez de la Justicia gracias a dos trucos: los testimonios de sus familiares, que lo daban por muerto, y las identidades falsas. Primero, como un oficial de bajo rango del Ejército alemán capturado por las tropas estadounidenses. Segundo, escondido como un agricultor en su tierra natal, Bavaria. Tercero, como farmacéutico en Argentina, primero bajo el nombre de Helmut Gregor y luego de José Mengele. Cuarto, como empresario en Asunción del Paraguay. Por último, como Wolfgang Gerhard, en Brasil, país al que llegó en 1961.
El 7 de febrero de 1979, la policía brasilera firmó el acta de defunción de un hombre mayor de edad que había fallecido a causa de un ACV fulminante mientras nadaba en las playas de Bertioga, en San Pablo. Apoyándose en los papeles que acercaron amigos de la familia, creyeron que estaban constatando su identidad. El fallecido era Wolfgang Gerhard.
Las investigaciones y cruces de información de 1985 indicaban que Mengele era Gerhard y que, por ende, el cuerpo enterrado desde hacía seis años en el cementerio de Nuestra Señora del Rosario, en Embu das Artes, era en realidad el del alto mando nazi. Un descubrimiento que implicaba un revuelo en Brasil, con los ojos del mundo entero puestos en la confirmación o el rechazo de las hipótesis sobre la muerte de Mengele.
En este punto comienza el trabajo de los documentalistas Tomás de Leone y Alejandro Venturini, quienes narran todo lo que sucede desde el momento en que se empieza a especular con que Gerhard pudiera ser Mengele. Tras las huellas de Mengele cuenta, a lo largo de 72 minutos, el impacto que este descubrimiento tuvo en la opinión pública, en los medios de comunicación, en los sobrevivientes del Holocausto y, sobre todo, en el quehacer científico forense en una era pre ADN.
Con tantas narrativas ya existentes alrededor del accionar nazi y, en particular, con su escape a países sudamericanos, los directores buscaron, antes que nada, un camino diferente. Esas nuevas aristas, lo distintivo, fue poder narrar hechos más recientes sobre el nazismo y entremezclarlos con el accionar de la ciencia en el caso. La formación de ese grupo de especialistas de distintas partes del mundo que llegaron a Brasil para poder confirmar al mundo si era, o no, Mengele se transformó en el tema principal.
Al tomar esa decisión, el documental cambia de foco, se corre de la figura del genocida para ir hacia otro lado. Logra, además, no ser devorado por ese personaje con tanto peso en la historia mundial del siglo pasado y contar algo más. Algo más cercano a lo no contado.
Pero para llegar a ese punto, hizo falta trabajar los archivos. Un archivo que tenía que incluir no solo el momento en que exhuman los restos del presunto Mengele y la cobertura de esos días, sino también las imágenes de los delitos cometidos por el aparato represivo y genocida alemán. Hurgar en esos documentos implica, como todo trabajo documental, meterse en el universo de esas otras personas de las cuales se quiere hablar. Un «meterse» que, para el nazismo, toma otra tonalidad, toca otras fibras.
Para Alejandro Venturini, entrar en el tema nazi, en este caso en la Shoah -palabra en hebreo que puede traducrise como «catástrofe» y que es el modo en que el pueblo judío nombra al Holocausto-, no es una tarea para nada sencilla. Más aún si particularmente se llega al accionar de Mengele en los campos. Explica que «si bien uno ha visto documentales, ha visto ficciones, ha leído investigaciones, libros y novelas sobre el tema, una cosa es estar desde el lado del espectador o del lector y otra es pasar al de realizador».
Cuando el grupo multimedia O Globo apareció como uno de los productores asociados del documental, se abría para Venturini y de Leone la chance de acceder a documentos televisivos que de otra manera sería imposible conseguir. O Globo posee 24 canales de televisión con cobertura en 23 de los 26 estados de Brasil. Horas y horas de programas televisivos y noticieros, páginas y páginas de periódicos y revistas. A eso sumaron los archivos del Museum of Jewish Heritage de Estados Unidos, del Museo del Holocausto de Buenos Aires y a sus propias investigaciones, archivos y entrevistas.
Para Alejandro, tener acceso a todo eso implica que «uno se compenetre mucho más y empiece a buscar formas de narrar esta historia». Formas nuevas, porque desde el comienzo los directores querían encontrar un enfoque original sobre un tema que desde la segunda mitad del siglo XX hasta acá, ya había sido tratado por diversas disciplinas, en infinidad de oportunidades. Fue con todo ese material que se buscó ofrecer algo diferente al público. Como cuenta el director, «quisimos generar un sentimiento nuevo en lo que cada uno está visionando, con imágenes que no sean tan reconocibles por el espectador».
Encontrar ese foco requirió de un esfuerzo. Recuerda Venturini que «uno de los momentos difíciles, obviamente, fue cuando empezamos a buscar imágenes del Holocausto». Esa parte del proceso implicó ver horas y horas de material. Filmaciones y fotos con un nivel de sadismo y crueldad inexplicables. Un visionado del material que tuvo un costo emocional alto. «En mi caso en particular, no volví a ver la película desde que terminamos todo el proceso de post producción y hasta que empezamos a preparar las copias para el estreno», cuenta Alejandro.
Tras las huellas de Mengele toma las voces de muchas personas que, desde un lugar u otro, han hecho mucho por la memoria, la verdad y la justicia en distintos momentos de la historia, en distintos lugares del planeta. También recupera las de aquellos que, desde esa misma línea, han revolucionado la ciencia.
En el documental aparece la voz de Lea Zajac de Novera, polaca migrante y sobreviviente del campo Auschwitz-Birkenau. También la de Felipe Celesia, autor de «La muerte es el olvido», libro que cuenta la historia del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).
Para los directores, correr el foco de la figura de Mengele y llevarlo hacia esas voces fue fundamental, porque permitió revalorizar su importancia. Su importancia, primero, como documento histórico, ya que describen un caso que sucedió hace cuarenta años y que, al mismo tiempo, se conecta con sucesos que pasaron hace ochenta. Sobre todo, teniendo en cuenta que, como entiende Venturini, «estas voces, por cuestiones biológicas, se van a ir apagando».
Pero estos testimonios tienen, en segundo lugar, un valor propio dentro del contexto actual. «No solamente en nuestro país, sino a escala global, está creciendo el negacionismo», sostiene Venturini. Un negacionismo no solo sobre el accionar y las responsabilidades del Estado alemán, sino también sobre el quehacer científico y el valor de hacer ciencia.
El foco científico se cubre con voces que protagonizaron el debate en 1985, como los médicos forenses que representaron a Estados Unidos, Eric Stover y Lowell Levine, y que son hoy referentes en el campo de la genética, como el biólogo y genetista de la Universidad de Buenos Aires Daniel Corach.
Para Tomás de Leone, «los protagonistas de la película son los científicos, la experiencia científica». Sin dejar de contar y mostrar los delitos que cometió, Mengele aparece desde un costado distinto. Siempre «en paralelo a los científicos que, a partir del hallazgo de su cuerpo y de trabajar en conjunto, encontraron protocolos para identificar restos humanos», explica de Leone.
La figura de Mengele, así recortada, muestra una ironía. «Este personaje sádico, que en nombre de la ciencia había llevado a cabo prácticas sádicas y había hecho tantas cosas horribles, ahora, al morir, generaba la posibilidad de que científicos produjeran un verdadero conocimiento científico», agrega Tomás.
Luego de su estreno en el Cine Gaumont, el documental producido por DLCINE comenzó su gira de proyecciones en espacios de todo el país. A las funciones en Capital Federal se les sumaron otras en salas de Entre Ríos, Santa Fe y de Unidades Básicas de Buenos Aires. Mientras sigue este recorrido, se espera su pronto estreno en la plataforma Cine.Ar.
Tras las huellas de Mengele habla del enigma científico, del quehacer profesional alrededor de la ciencia, de esas vidas puestas al servicio del saber. Desde allí, se construye el espejo invertido que representa Mengele como supuesto «hombre de ciencia». Porque el único conocimiento científico que se generó con Mengele fue realizado no por él, sino por sus restos.