Muchas veces me pregunte qué implicaba la definición de ser generación Cromañón, qué huellas dejó esa noche trágica en nuestra sociedad. Desatar ese nudo es muy complejo, pero necesario. Seguir problematizando es fundamental para no olvidar. “No olvidar, siempre resistir. Que la idea sea el sol. Que al milagro lo cambien y se haga verdad”.
Hace 20 años lo más fácil fue construir un estereotipo, una imagen que calce para justificar la tragedia de esa noche. La responsabilidad la hicieron caer en esos pibes con la construcción de que “vivían drogados”, caracterizados como fisuras que se metían en cualquier lugar y prendían bengalas en espacios cerrados. Eso venía acompañado de una idea sobre las familias de estos chicos: «cómo los criaron así», «los dejaban hacer cualquier cosa». Mucho tiempo se buscó que la culpa cayera en esos jóvenes criminalizados y responsables de un destino cruel.
En esos tiempos habíamos encontrado en las letras y en las canciones una identidad, una forma de expresar nuestra mirada de un mundo post 2001. “Que decir aborto suene a legal y que no sea un pecado mortal. Que no se quede mi pueblo dormido. Al fin va a decir la verdad el que escribe los diarios. Al fin van a dejar de rezarle a la televisión”. Lo que parecía letra de lo Imposible escondía ese deseo de pensar un mundo distinto, de soñar algo mejor, de una realidad que debía y empezaba a ser cuestionada. Esas ganas de desenmascarar esa cultura hipócrita y a los dueños de la verdad, de esos mediocres sin clase, de esa cultura del poder, que nunca es nombrada y se esconde.
Cromañón fue la representación de esa desidia del Estado, de que todo se puede arreglar vendiendo y comprando favores. Cromañón nos mostró que las ratas que estafan y zafan son muchas. Y son las que bendicen sus miserias al final. Soguean paraísos en los últimos metros y piensan que rogando las condecorarán. Con la tragedia de Cromañón se puso en jaque la idea del Estado que debía cuidar y proteger a los jóvenes, a todos los ciudadanos, mostrando un Estado que te abandonaba y te dejaba librado al mercado. Que entre El dueño, el patrón y la hormiga, el patrón y el dueño se juntan para pisar a la hormiga.
Ese día pibes y pibas escondidos bajo las zapatillas blancas sin atar, el jean gastado, la remera de la banda tributo de la jornada, algunos con su chalina o su pañuelo, otros con el corte de pelo indicando ser parte de esa tribu, fueron a buscar divertirse y disfrutar de ir a ver una banda, de compartir un recital con amigos. ¿Qué será de mí mañana sin un sueño que encender? Mucho tiempo se hizo mención a que todo lo relacionado a ese ritual tenía cierto grado de rebeldía, de enfrentamiento, de buscar desautorizar mandatos. Para mí, en las canciones, en sus letras, en la música, en una banda, en ese encuentro, buscábamos ser parte de algo, de pertenecer y de construir comunidad frente a una sociedad fragmentada que todavía tenía latente las imágenes del 19 y 20 de diciembre o del puente Avellaneda. “Me acusan de rebelde, agitador y revolucionario, por no pensar lo mismo y decirlo” ; “Que los que abusan de mi gente a diario. Pero al haber un día, todo cambiará. Habrá una iglesia que comprenderá al reprimido y no al represor”.
Tiempo después podríamos ver que ese Estado que nos había abandonado en plena adolescencia, irrumpía para mostrarnos que ese mismo Estado podía ser garante de nuestros derechos, de sueños, que podía impartir esa justicia que cantábamos en las canciones. Quedaba en evidencia, también, que esa disputa por direccionar el rol del Estado era la nuestra, que nosotros peleamos por eso.
Lejos de la imagen que se construyó mucho tiempo de esos pibes que estuvieron esa noche, hoy a 20 años, es bueno recordar y poner en valor la solidaridad que salió de esa juventud -supuestamente perdida para algunos- que cuando el destino les golpeaba en la cara intentó ayudar al otro. Una actitud fraterna, de unión, de ver qué necesitaba el que estaba al lado, incluso de volver a entrar al lugar a buscar a otros jóvenes para que pudieran salir. Nada de esto fueron actos heroicos individuales: fue una respuesta colectiva ante esa idea de salvate solo. Lejos de juzgar al que salió solo buscando llegar a su casa, se trata de mirar nuestra sociedad de otro modo.
En la serie de Cromañón, Nico, interpretado por el querido Toto Rovito, le pregunta a Male -interpretada por Olivia Nuss- qué superpoder le gustaría tener. Ella le responde cantar, algo que muchos podrían decir que no cumple la consigna, dado que no se trata de un superpoder. Sin embargo, frente a las voces silenciadas, cobra un especial valor. Sigamos cantando para que nunca más haya un Cromañón y por todos esos sueños de todos los pibes y pibas que hoy no están. “Pero en la punta del árbol más alto haremos nidos. Y buscaremos otro viento mejor. Uno que nos devuelva la voz y habrá estrellas como huellas del destino. Del camino de los que siempre gritaron y nadie escuchó. De los que siempre buscaron un viento mejor”.