En los últimos años, Argentina ha sido testigo de un fenómeno peligroso que está transformando la política y la sociedad. Discursos y prácticas que antes parecían marginales y extremistas están tomando cada vez más fuerza. Este proceso está directamente relacionado con un concepto clave de la ciencia política: la ventana de Overton. Éste explica cómo, a través del tiempo, las ideas que inicialmente se consideran inaceptables o extremas pueden volverse, poco a poco, aceptadas y normalizadas en el debate público. En el caso de Argentina, este fenómeno se manifiesta en la intersección de tres problemas graves: el racismo, el fascismo y la LGBTfobia.
En 2023 se registró un aumento alarmante en los discursos de odio, especialmente promovidos por figuras de la extrema derecha. Muchos de estos actores políticos no solo han adoptado, sino que han promovido públicamente ideas que históricamente habían sido rechazadas por amplios sectores de la sociedad. La criminalización de los migrantes, la exaltación de un modelo de “Argentina blanca” y el rechazo de los derechos de la comunidad LGBT son algunos ejemplos de cómo estos discursos han comenzado a formar parte de las propuestas políticas de sectores que aspiran a gobernar.
Uno de los aspectos más preocupantes es cómo la política de identidad se mezcla con una narrativa de exclusión. Argentina, históricamente vista como un país de inmigrantes europeos, está viendo cómo crece un movimiento que busca redefinir la «identidad nacional» bajo parámetros raciales y culturales excluyentes. De este modo, las personas afrodescendientes, indígenas y migrantes son presentadas como ajenas a este modelo, lo que profundiza la marginalización de estos grupos.
Según el informe 2023 de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, el racismo y la xenofobia han aumentado en el país, especialmente hacia los migrantes de países como Venezuela, Bolivia y Haití. La retórica de «expulsar a los migrantes ilegales» o «proteger la Argentina de los extranjeros» no solo está ganando terreno, sino que también está siendo legitimada por una parte significativa de la opinión pública. Esta ideología, que tiene tintes fascistas, se alimenta del miedo y la división social, buscando generar una sociedad homogénea que excluye a quienes son percibidos como “otros”.
Además, la LGBTfobia se ha enraizado aún más en este clima de odio. A pesar de los avances legislativos en la protección de los derechos de las personas LGBT, el discurso de odio ha encontrado nuevas formas de expresión. La comunidad trans, en particular, es una de las más vulnerables en este contexto, enfrentándose no solo a la discriminación, sino también a la violencia estatal y social. En un informe de 2023 de la Red Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (LGBT), se destacó el aumento de agresiones físicas y psicológicas hacia las personas trans, especialmente aquellas que no cumplen con los estereotipos tradicionales de género.

La influencia de figuras de la extrema derecha internacional, como Donald Trump y Elon Musk, ha acelerado este proceso en Argentina. Trump, con su retórica populista y autoritaria, ha dejado una huella profunda en muchos de los líderes de la derecha latinoamericana, incluyendo aquellos en Argentina. Su enfoque en la criminalización de inmigrantes y su constante ataque a los derechos de las minorías, junto con su actitud despectiva hacia la comunidad LGBT, ha servido de modelo para varios políticos locales. Esto se ve reflejado en los discursos de odio y en la normalización de políticas xenófobas que se están dando en Argentina, como la instalación de leyes más estrictas para los migrantes y la negación de derechos fundamentales a las personas LGBT.
Por su parte, Elon Musk, con su influencia global y su presencia en las redes sociales, también ha sido un agente clave en la difusión de discursos extremistas. Sus plataformas, como Twitter (ahora X), se han convertido en un espacio donde la intolerancia y el odio pueden proliferar sin restricciones. La presencia de figuras como Musk en el debate público ha dado pie a la expansión de ideologías de ultraderecha, que a menudo combinan el fascismo, el racismo y la LGBTfobia en su discurso. Estos líderes no solo han moldeado el pensamiento político en los Estados Unidos, sino que su influencia se extiende a Latinoamérica, exacerbando las tensiones sociales y políticas en países como Argentina.
La influencia norteamericana en este contexto no puede ser subestimada. Las figuras de Trump y Musk no solo marcan una tendencia en la política estadounidense, sino que también tienen un impacto directo en las dinámicas políticas de otros países, como Argentina. La radicalización política, los discursos de odio y el auge de la extrema derecha son fenómenos que no solo afectan a Estados Unidos, sino que se exportan y encuentran un terreno fértil en diversas naciones latinoamericanas, incluidas Argentina y Brasil, donde el populismo de derecha se ve cada vez más normalizado.
El peligro que enfrenta la sociedad argentina radica en cómo estos discursos, al ser normalizados, reconfiguran las dinámicas políticas y sociales. La ventana de Overton nos permite entender cómo ciertas ideas, inicialmente marginales, pueden convertirse en propuestas aceptables dentro del debate público. Cuando el racismo, el fascismo y la LGBTfobia son aceptados o incluso promovidos por actores políticos importantes, se corre el riesgo de que las políticas públicas se orienten hacia la exclusión y la represión.
Y así lo expresa Ana Tijoux, académica de la Universidad de Chile: “No podemos hablar de racismo sin hablar de fascismo, de capitalismo, e imperialismo hoy día”. Estamos observando la construcción narrativa de un «enemigo» social que justamente el fascismo necesita para justificar la violencia. Un enemigo que debe ser despojado de su humanidad para poder ser deshumanizado y maltratado. Esto es precisamente lo que está ocurriendo en Argentina, donde los discursos que buscan criminalizar a los migrantes y a las comunidades LGBT están creando una visión de éstos como seres ajenos a la humanidad, despojados de sus derechos y dignidad.
La intersección de estos problemas no es un accidente. Racismo, fascismo y LGBTfobia se refuerzan mutuamente en un contexto donde la desinformación, los discursos populistas y la fragmentación social permiten que la discriminación se perpetúe sin mayores cuestionamientos. Las políticas que estigmatizan a los migrantes y a las comunidades LGBT no son solo ideologías peligrosas; son políticas que afectan la vida cotidiana de las personas que pertenecen a estos grupos. Las migrantes trans, por ejemplo, son un claro ejemplo de cómo estas identidades intersectan en la violencia y la marginación.
El panorama actual es una alerta. En lugar de avanzar hacia una sociedad más inclusiva, Argentina corre el riesgo de retroceder en términos de derechos humanos. A medida que el racismo, el fascismo y la LGBTfobia se entrelazan, la democracia se ve amenazada. Para los sectores vulnerables, ésta es una lucha diaria por su derecho a existir, y la política tiene el deber de responder con más inclusión, justicia y respeto por los derechos humanos. Si la ventana de Overton sigue desplazándose hacia la aceptación de estas ideologías extremas, el futuro de Argentina podría ser mucho más sombrío de lo que muchos imaginan.