Crisis económica y nuevas formas de ocio: los actuales refugios del entretenimiento

📚 Mientras que las políticas públicas para la cultura se encuentran en detrimento, los precios de mercado para recitales, festivales, libros, cine y teatro se alejan del poder adquisitivo de los jóvenes. La noción de “ocio” entra en crisis y el entretenimiento se refugia en dos polos: hiperindividualizado, o colectivo y en comunidad.
28/04/2025

Según datos oficiales de la Secretaría de Trabajo, más del 50% de los trabajadores de entre 18 y 24 años se encuentran en condiciones de informalidad. Además, el último trimestre de 2024 arrojó una tasa de desempleo del 13,1% entre jóvenes de 18 y 29 años, tres veces más que en la franja de adultos de 30 a 64 años. Así lo consignan datos de IDESA (Instituto para el Desarrollo Social Argentino). El combo se completa con un salario promedio que, para el sector privado, oscila los $650.000 (INDEC). 

Los números no cierran y queda reflejado en los 16 meses consecutivos de caída de consumo. En ese panorama, el sector joven —históricamente precarizado— delimita sus consumos culturales con más resignaciones que satisfacción.

Ir a ver a Dua Lipa el 7 y 8 de noviembre en River cuesta entre $80.000 y $210.000, sin contar el cargo adicional del servicio de entradas. Para Tini, el pasado 7 de abril en Tecnópolis, las entradas escalaron hasta los $250.000.

La contracara la dio en estos días Luck Ra, que para su primer Vélez el 4 de octubre puso preventa desde $35.000, precio festejado por sus seguidores. En esa línea también está Paulo Londra (7 de junio, Movistar Arena): desde $35.000 hasta $85.000. Duki, en mayo en el Movistar Arena, un poco más abajo: las entradas parten de $25.000 y van hasta los $75.000. Cabe aclarar que las entradas económicas muchas veces obedecen a la preventa, cupos limitados y exclusivos para determinados clientes bancarios.

Artistas internacionales de larga trayectoria y consagrados tienen otro valor: Shakira tuvo un piso de $160.000 la entrada más económica. La vuelta de Oasis -que tendrá lugar en noviembre en River- tiene precios desde los $145.000 hasta los $295.000, las entradas se pusieron a la venta con más de un año de antelación. Para ver a Katy Perry el 9 de noviembre en Movistar Arena, las entradas van desde los $80.000 a los $210.000. Linkin Park en Parque de la Ciudad el 31 de octubre sale desde $90.000 hasta los $230.000.

Si bien casi todos los recitales agotan localidades y en algunos casos con mucha anticipación, aparece la pregunta de a quién se está dirigiendo la industria musical. El consumo cultural y de entretenimiento de jóvenes ligados mayormente a los estratos medios encuentra barreras por las condiciones laborales, no solo con respecto al salario o remuneración que puedan percibir, sino también por la cantidad de tiempo dedicado al trabajo. 

Rocío tiene 25 años, es de Vicente López y dice a este medio: “Yo nunca trabajé en blanco y no tengo amigos de mi edad que tengan trabajo formal, creo que son muy pocos los que tienen trabajos en blanco”. Ella es monotributista y vive con su familia.

El trabajo informal a veces la lleva a estar trabajando todo el tiempo. “Tenemos muy poca disponibilidad de tiempo de ocio, como que aunque tuviéramos la plata, trabajas tanto que es trabajar para nada y para dormir después”. 

Trinidad tiene 23 años, es estudiante de Derecho en la UBA y también monotributista. Ella sostiene que “hay muy poca perspectiva de qué podemos hacer a futuro. O sea, hoy para nosotros es inimaginable comprar una casa y casi que es inimaginable poder vivir solos por momentos. Entonces, hay algo de esa falta de meta, si se quiere, a mediano o corto plazo, que yo creo que produce buscar cierto disfrute más inmediato de algunas cuestiones”.

Trinidad vive en el barrio de Caballito con su mamá. “Hay algo del placer más inmediato que uno tiene yendo a recitales, por ejemplo. Yo voy muy seguido, bastante seguido a recitales, y uno quizá prefiere, dada que hay muy poca expectativa y esperanza en el futuro, gastar en eso o invertir en eso, más que ponerte a ahorrar, porque ahorrar, ¿para qué? Un poco aparece esa pregunta. Ahorrarte $50.000 no te va a posibilitar tener un alquiler”.

Para Luis Sanjurjo, profesor de Políticas Culturales de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la UBA, “es imposible pensar en la caracterización de los consumos culturales juveniles actuales sin hacer una breve genealogía de los últimos años”. Él identifica tres momentos desde 2015 en adelante: “dos ciclos vinculados a una orientación de gestión de gobierno y uno que tiene que ver con el acontecimiento de la pandemia”.

“Podríamos decir que hay una conjunción entre la caída en los consumos culturales, producto de una decisión en la orientación de la economía de los hogares —lo primero que se suele restringir son aquellos consumos considerados no esenciales—, y por otro lado también aparece la mediatización de ciertas formas de consumo que empiezan a popularizarse”.

Los libros aparecen como uno de los principales consumos a recortar. Las lecturas pueden circular por prestamos o de forma digital. “Yo siempre me compré libros. Y creo que hasta el año pasado me compraba más que los que me compro ahora. Pero también tenía un trabajo más estable”, cuenta Rocío. “Un libro es siempre una cosa que podés pedir prestado. O podés leer algo que tenés en tu biblioteca que no habías leído, como que quizás no está esa curiosidad de decir, me compro uno nuevo. Eso sí, siento que es una de las primeras cosas que uno deja de comprarse”. Una novedad editorial, hoy, ronda los $25.000 o $30.000, en promedio. En 2024, las ventas en librerías bajaron en un promedio cercano al 30%. La producción editorial ya había caído un 24% en 2023.

“Yo el año pasado vivía sola y cobraba y me pagaba mi alquiler, mi obra social, todo me lo cubría yo sola. Y cuando cobraba, me iba a la librería y compraba 3 libros”, afirma Trinidad.

“Pero también hay algo ahí, que entra en el marco de la crisis económica, que tiene que ver con Internet, que tiene que ver con las redes sociales y demás, en donde uno también consume esas cosas. Entonces, si bien en términos materiales obviamente yo tuve que recortar un montón de cosas, hay otras a las que accedo por ese medio”.

Pero los cambios que se pueden introducir por las (no tan) nuevas tecnologías también arrastran modificaciones en el disfrute y en las nociones de ocio y de entretenimiento. Mercedes Calzado, doctora en Ciencias Sociales e investigadora especializada en Comunicación y Cultura, explica que “hay una fragmentación bastante clara del tiempo para acercarse a la lectura, o algún otro tipo de consumo, de escucha de un disco entero, por ejemplo. Entonces hay, sin duda, un cambio en ese sentido que tiene que ver con un hábito de lo fragmentario que se vincula no solamente con los jóvenes, eso también creo que es interesante, sino con la forma en que hoy vivimos cerca de las tecnologías”.

“Eventualmente lo que está pasando es que se profundiza un poco el proceso que se viene dando hace algunos años, que tiene que ver con ir hacia consumos más fragmentarios, sobre todo en los más jóvenes, que tienen posiblemente menos dinero disponible en el bolsillo”.

En esa línea se manifiesta Trinidad, que integra un centro cultural con programación dedicada al sector joven: “Quizá la pandemia lo evidenció un poco más, pero para mí un síntoma de esta época es que estamos todos cada vez más atomizados, más enloquecidos. Creo que las redes sociales tienen mucho que ver con eso, te da la posibilidad de la inmediatez, de enterarte de lo que pasa en París, en Estados Unidos, en Tokio al mismo tiempo, y esa cantidad de información y estímulo permanente te vuelve un poco loco, o sea, perdés la noción del tiempo por momentos, y me da la sensación de que la gente y sobre todo los pibes, se atomizan cada vez más en sí mismos, en las redes, en lo que sea. El hecho del ascenso de cuentas, por ejemplo, con identidades que no son claras, para mí también es un fenómeno de cultura de estos tiempos”.

Sanjurjo agrega: “La pandemia descubre el punto máximo de un proceso de transformación sustancial que había empezado por lo menos cinco años antes. O sea, 2020 es la cumbre del momento en el que se había empezado a consolidar un proceso de transformación global, pero en particular en la Argentina, de ciertas infraestructuras tecnológicas no solo para el consumo, sino también para la producción”.

Sanjurjo considera que la clave está pensar desde el concepto de “comunidad”, como lo vienen haciendo al interior de la cultura del videojuego, del hip-hop, de las batallas de rap. “La idea de comunidad describe una forma de reorganización de los discursos y las prácticas, y no siempre tiene que ver con la presencialidad. Los usos dominantes y laterales de la tecnología permiten discutir la apropiación de valor económico y simbólico”.

Si la noción de ocio se pone en crisis por estar los trabajadores en un continuo laboral para llegar a fin de mes, el entretenimiento y la dispersión también se redefinen. “Creo que el entretenimiento no tiene que ver ya solo con apartar el aburrimiento, sino con una forma de sostener el día a día de las personas, y por eso creo que hoy los pibes capaz eligen eso: gastar 50 lucas en un recital o gastar 60 lucas antes que ahorrarlo, porque un poco es adrenalina, o nafta, mejor dicho, para sostener lo que viene después”, sostiene Trinidad.

Para Rocío, “en medio de las crisis una se apoya mucho en los amigos y en hacer cosas, sobre todo tenemos como una desesperanza que, creo, está muy presente en toda mi generación”.

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