“Vengo de familia kiosquera. Abuelos kiosqueros, madre kiosquera. Esta es la peor crisis que viví”, dice Sandro Kogan, que abrió su kiosco allá por el año 2008 en Parque Centenario. No exagera: en el último año, 16.000 kioscos dejaron de existir en nuestro país. El dato surge de un relevamiento de la Unión de Kiosqueros de la República Argentina (UKRA), a partir de cifras de la Agencia de Recaudación y Control Aduanero (ARCA). De 112.000 razones sociales activas registradas en 2023, quedan 96.000.
Según UKRA, la pérdida acumulada en la última década es de 94.000 locales: 28.000 cerraron durante la presidencia de Mauricio Macri; 50.000 en la gestión de Alberto Fernández, sobre todo durante la pandemia; y otros 16.000 en el último año. “En mayo vendimos un 25% menos que en abril. No se está vendiendo nada. La gente compra lo justo, va por el precio y no por la marca”, describe Claudio Páez, kiosquero de Almagro.
La caída del consumo es generalizada. Según la consultora NielsenIQ, sobre una base de casi 90.000 puntos de venta, la actividad comercial en kioscos cerró en 2024 con una baja del 16%. Las bebidas, que representan el 60% de la facturación, cayeron un 17%. Las golosinas bajaron un 23%, las galletitas un 11% y los productos de tocador un 3%.
“También está mutando el consumo. La gente se fue a las colaciones: el turrón o el alfajor triple pasó a reemplazar el almuerzo o la cena, es triste. Antes compraban un sanguche, ahora los envasados los dejamos de traer porque no se vendían”, agrega Páez.
“El día siguiente a la asunción de Milei, Arcor, que es proveedor del 75% de las golosinas, mandó listas con 50% de aumento. Llevo 26 años de kiosquero y nunca vi una inflación como la del 2024. Antes teníamos inflación más alta pero lo manejábamos porque se mantenía el consumo”, cuenta Ernesto Acuña, presidente de UKRA.
Según un informe del Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (CIFRA) de la CTA, entre noviembre de 2023 y abril de este año el poder de compra se redujo en más de una tercera parte y el salario mínimo se ubicó en abril de 2025 en un nivel real que es 44,1% más bajo que en noviembre de 2019.
“Nos estamos reinventando con promociones, son lo único que te salva. Tres pastillas importadas de marca brasilera, que no conoce nadie, se las llevan por mil pesos, combo de pancho con gaseosa por 2.500. Los chicos tampoco tienen un mango. Si cayó el consumo en supermercados, que son de subsistencia, imaginate los kioscos, que son un gusto”, cuenta Páez. Las tabletas de chocolate grandes ya no se venden; las golosinas importadas se vencen. “El consumo cambió. Red Point pasó a ser la estrella en cigarrillos porque es barata. La gente ya no busca marca, busca precio”.
El encarecimiento de los costos fijos también empuja a cerrar. La luz aumentó más de un 400% en pocos meses. “Antes pagábamos 40.000 pesos. Ahora, hasta 200.000. Algunos tienen boletas de 700.000. Sumale alquileres arriba del millón y medio. Eso fuerza a los colegas que estaban tecleando en el verano a bajar la persiana”, detalla Acuña. El testimonio de Páez lo confirma: “Estoy atrasado con el alquiler. Le tuve que decir al propietario que si quería que le pague lo que me pedía, le devolvía la llave”.

La desregulación del mercado también tuvo su impacto. El decreto 70/2023 del presidente Javier Milei permitía la comercialización de medicamentos de venta libre en comercios no habilitados. Pero en abril, la Justicia lo frenó. Organizaciones farmacéuticas habían denunciado que en kioscos y supermercados se vendían incluso remedios bajo receta. UKRA advierte que esa restricción eliminó una vía de ingresos adicional para los kioscos, que solían vender analgésicos o antiácidos como parte del consumo diario.
En paralelo, se multiplican los conflictos por la superposición de rubros: supermercados que venden cigarrillos, farmacias con golosinas, y cadenas de kioscos que se instalan a metros de los comercios barriales. “El kiosco ya no tiene exclusividad. Ahora la verdulería pone una heladerita y te vende gaseosa, las farmacias te venden golosinas. Es un sálvese quien pueda”, denuncia Acuña. Desde UKRA impulsan una ley de proximidad con el objetivo de prohibir una gran cadena a menos de 100 metros de un kiosco de barrio.
También hay una competencia silenciosa pero creciente: los llamados kioscos de “ventana” o de “garage”, improvisados en casas particulares, en particular en los barrios populares. “Mucha gente que perdió el trabajo abre un kiosquito en la casa. En una cuadra tenés cinco. Eso también afecta a los que estamos registrados y pagamos impuestos”, dice Acuña.
“Otro tema importante es la discriminación con las listas, a nosotros nos venden más caro que a los supermercados grandes, muchas veces terminamos comprándole a los mayoristas o cadenas porque nos sale más barato que el proveedor”, agrega.
En ese ecosistema de márgenes mínimos y competencia desigual, el futuro es incierto. “El kiosco genera trabajo. Desde el proveedor de tutucas hasta el que hace maíz pisingallo o garrapiñada. Pero estamos golpeados. El consumidor cambió y el Estado no está. Necesitamos medidas para no desaparecer”, reclama Páez.
Mientras tanto, las persianas siguen bajando. En silencio, pero sin pausa.





