Los vapes, vaporizadores o cigarrillos electrónicos (CE) están cada vez más presentes en la vida cotidiana, especialmente entre adolescentes. Acceder a ellos es sencillo, no son tan caros y ni siquiera hace falta comprarlos a escondidas. Se venden en negocios de electrónica, en el kiosco de la esquina y hasta por redes sociales. Aunque los consumen personas de todas las edades, los adolescentes son el sector con mayor crecimiento, alcanzando aproximadamente al 10% de quienes tienen entre 13 y 18 años. ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué impulsa a los jóvenes a empezar a fumar tan temprano? Acá te contamos todo sobre los vapes.
En 2011, la ANMAT (Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica) prohibió la importación y venta de cigarrillos electrónicos con nicotina, así como su publicidad y la de sus sabores. Sin embargo, casi una década y media después, lo que vemos es una liberación y desregulación total del mercado informal de estos productos. Es muy fácil entrar a un sitio web y simplemente scrollear un rato viendo los distintos modelos disponibles. Igual de sencillo es caminar por cualquier barrio de Buenos Aires y comprarse uno. De hecho, es tan accesible que, en 2019, el Ministerio de Salud afirmó que en aproximadamente 8 de cada 10 casos a los menores de edad no se les impidió comprar un CE.
Cuando los CE ingresaron a los mercados del mundo, su argumento más fuerte fue la premisa de que “ayudan a dejar de fumar”. Desde entonces, las investigaciones fueron muchas y variadas, pero si nos basamos en la respuesta de la Organización Mundial de la Salud, la conclusión es clara: no hay evidencia sólida que respalde que los vaporizadores sirvan para dejar de fumar. Un estudio realizado en Nueva Zelanda demostró que, en algunos casos, el uso de cigarrillos electrónicos redujo hasta la mitad el consumo de cigarrillos tradicionales, aunque éstos eran reemplazados por los propios vaporizadores. También se concluyó que, en casi un cuarto de los casos, los vaporizadores suplantaban completamente al cigarrillo común.

Esta idea marketinera, que se convirtió en vox populi, fue clave para propagar la creencia de que el vaporizador es más seguro que el cigarrillo. Una encuesta realizada hace algunos años reveló que el 42% de los adolescentes argentinos creía eso. Sin embargo, lo cierto es que los vaporizadores generan un aerosol que contiene nicotina y diversos tóxicos (como metales pesados, compuestos orgánicos volátiles, agentes cancerígenos, entre otros). Si bien este aerosol tiene, en general, menos sustancias tóxicas que el humo del cigarrillo convencional, no es inocuo: sigue liberando nicotina y otros compuestos dañinos. En la práctica, los estudios coinciden que el vapeo crónico puede causar daños pulmonares, cardiovasculares y metabólicos. También hay riesgo de intoxicaciones (especialmente en niños que ingieren los líquidos) y lesiones por explosión de baterías.
La industria del tabaco promociona los vapes como productos “tecnológicos” y libres de humo, apuntando especialmente al público joven. Para eso se apoya en redes sociales, plataformas como TikTok, influencers y una estética que acompaña los gustos e intereses adolescentes. Siempre encuentran formas creativas de adaptar sus productos a las tendencias del momento. Entre los factores que más acercan a los jóvenes a estos productos está, en primer lugar, el precio: vapear puede salir más barato que fumar cigarrillos. Luego aparece la influencia del entorno: no es extraño ver grupos de jóvenes en los que la mayoría utiliza vaporizadores. Otro punto clave son los sabores. Una encuesta realizada en Estados Unidos mostró que el 70% de los menores que vapean consideraría dejar de hacerlo si sólo existiera el sabor a tabaco.
Una vez más, no se puede dejar de lado la facilidad con la que se consiguen. Aunque la publicidad está prohibida, en redes sociales es moneda corriente: en cuentas privadas (pero públicas), los usuarios comparten historias o posteos donde anuncian que “entró” tal vapeador o que “tienen stock” de cierto modelo. El negocio es simple, el dinero circula con facilidad y las ganancias no son menores, especialmente en una crisis económica como la que atravesamos. Son los propios jóvenes quienes, a falta de controles reales, terminan sosteniendo un circuito informal de consumo adictivo. A esto hay que sumar que los vapes tienen cartuchos de sabores que se cambian cada algunas semanas (dependiendo del uso), y son estos mismos revendedores quienes mantienen activo ese ciclo de consumo perpetuo.
Varios testimonios afirman que el vape es incluso más adictivo que el cigarrillo. Si bien los estudios aún no llegan a una conclusión estandarizada y definitiva, al menos un 40% de los consumidores considera que los vaporizadores son igual o más adictivos que los cigarrillos. Uno de los factores clave que permitió expandir esta práctica es la aceptación social que se instaló tanto en los entornos virtuales como en los físicos. La culpa, la estigmatización o la sensación de “molestar al otro” ya no aparecen tanto en los usuarios de vaporizadores, como sí ocurría con los fumadores tradicionales.

¿Pero qué podemos hacer en nuestro país para frenar esto?
Aunque el producto tiene prohibiciones estrictas, las regulaciones no parecen aplicarse con firmeza, ni estar realmente en práctica. Otros países permiten su venta, pero bajo normas mucho más rigurosas. En la Unión Europea, por ejemplo, hay límites al contenido de nicotina, está prohibida la publicidad y se exige un etiquetado sanitario obligatorio. En el Reino Unido se promueve el vapeo como herramienta para ayudar a dejar de fumar, pero se restringen los sabores y los empaques vistosos. Australia exige receta médica para adquirir vaporizadores con nicotina e impone fuertes multas al contrabando. Si bien la disposición de ANMAT prohíbe incluso la importación de estos productos y va en la dirección correcta, es necesario redoblar la apuesta: exigir mayores regulaciones, controles y sanciones reales para quienes los promueven y comercializan.





