Un día de 2001, unos malabaristas callejeros que ejercían su arte en los semáforos rompieron el candado de un galpón abandonado de Villa Crespo, sobre las calles Vera y Lavalleja, y lo ocuparon durante dos años para hacer actividades artísticas. Al espacio lo llamaron Centro Kultural Trivenchi. “En esa época no había muchas varietés ni escenas circenses under, así que enseguida Trivenchi se volvió muy reconocido en el ambiente. Muchos artistas de circo que ahora son conocidos hicieron sus primeras actuaciones en ese galpón”, cuenta Joaquín Losada a El Grito del Sur. Él es contorsionista y trapecista y, si bien no fue uno de aquellos malabaristas que dieron nacimiento al centro cultural, hoy en día forma parte del espacio y se sabe la historia de la génesis de pe a pa. Aclara, por si no se entiende, que la “K” de “Kultural” no es por “Kirchneristas” sino por “Okupas”, por el histórico movimiento social que defiende la ocupación de viviendas o locales deshabitados.
“Trivenchi fue la tercera escuela de circo que se abrió en Argentina. La primera había sido Circo criollo y la segunda, La arena. Pero la nuestra fue la primera de gestión cooperativa, porque los otros espacios tenían dueños”, dice Losada mientras está sentado en unas gradas rojas, con las piernas cruzadas de una forma elástica, al estilo contorsionista. Frente a él, un grupo de unas siete u ocho personas ensaya, una y otra vez, el inicio de lo que en un futuro próximo será una función de circo. Cada tanto se escucha una risa estruendosa que suena a bufón, lo que no llama la atención de nadie en el Centro Kultural Trivenchi porque acá reírse es como respirar. Ahora Losada retoma la historia del origen y cuenta que, pasados los dos años en Villa Crespo, los malabaristas fueron desalojados por el dueño del galpón.
Pero no se quedaron de brazos cruzados. Hicieron varias movilizaciones hasta que un día Aníbal Ibarra, el entonces jefe de Gobierno porteño, les cedió el local donde ahora funciona el centro cultural, sobre Avenida Caseros al 1700, en el barrio porteño de Barracas. “Consideramos que el espacio es nuestro porque no sólo lo habitamos, sino que además reformamos las gradas, los baños y la instalación eléctrica. Todo eso lo hicimos nosotres”, comenta Losada. Enseguida cuenta que en la cooperativa, hoy en día, son catorce asociados, a los que se suman los profesores que dan talleres de cuerda, tela, aro, trapecio, acrobacia, verticales, danza y hasta parkour infantil.
Historias como la del Centro Kultural Trivenchi abundan en el mundo del circo. Lo que pasa es que las artes circenses están, hasta el día de hoy, a merced de la voluntad y el esfuerzo de las personas que forman parte del rubro. No cuentan con el apoyo de organismos públicos que garanticen su promoción a lo largo y ancho del país. Por eso el pasado 27 de agosto, a pedido de Circo abierto -una asociación civil sin fines de lucro con más de diez años de historia y de la que forma parte Losada también- se trataron en la comisión de Cultura de la Cámara de Diputados de la Nación dos proyectos de ley que aspiran a salvaguardar al circo como expresión artística.
Uno propone declarar al arte circense como “Patrimonio cultural inmaterial” y el otro busca crear una “Ley de fomento al circo argentino”. Este segundo proyecto incluye la creación de un “Registro nacional de la actividad circense”, un “Consejo federal de la actividad circense”, un “Circuito argentino de artes del circo” y un “Plan nacional de fomento y protección a la actividad circense”. Ambos proyectos ya habían sido presentados en el Congreso años atrás, pero en este 2024 Circo abierto los volvió a postular para que no perdieran estado parlamentario.
“Toda la lucha de la Ley de Circo sale de no depender de la Ley de Teatro, porque es necesario entender las particularidades del sector. El circo requiere infraestructura, seguridad, aparatos que son costosos”, dice Losada mientras señala los aros, las telas y los trapecios que cuelgan del techo del local de Barracas. Un rato antes le había dicho a este medio que el lugar está en mejores condiciones que hace unos años, pero que, por ejemplo, todavía tienen que terminar de pintar una pared, que está teñida de negro hasta la mitad. Ahora el trapecista y contorsionista dice que “es necesario entender la especificidad y también la diversificación de actividades que tiene el rubro, porque en el proyecto de ley se contempla el circo social, las escuelas circenses, las compañías que trabajan en salas escénicas, los circos de carpa y los circos de calle. Cuando redactamos el proyecto, tratamos de contemplar toda la diversidad que hay en nuestro sector”.
¿Y cuál es el siguiente paso? Losada explica que la “Ley de fomento al circo argentino” tiene que pasar por la comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados de la Nación en los próximos meses, porque esa ley “requiere una erogación presupuestaria por parte del Estado para desarrollar el fomento —aclara el referente de Trivenchi—, así que esa comisión la tiene que aprobar para que después sea tratada en el recinto”. Mientras dice esto, el grupo de personas que está ensayando exhibe una serie de piruetas tan sorprendentes como indescifrables. Ahora, por ejemplo, un muchacho levanta desde la cintura a su compañera. Su equilibrio y su integridad física dependen de que el muchacho no la suelte ni se caiga. Por suerte él la sigue sosteniendo de la cintura cuando empieza a girar en círculos. “Siempre existe el riesgo de un fallo técnico o humano —confiesa Losada sin preámbulos—, pero la idea de entrenarse en las técnicas es tener un control sobre ese riesgo. Al circo lo caracteriza la solidaridad, el trabajo en grupo y la proeza, hacer cosas que desafían las posibilidades. El circo te enseña que, con entrenamiento y disciplina, puede ser posible lo impensable”.
El movimiento del muchacho y la chica forma parte de la acrobacia en dúo y el grupo que está ensayando no es de Trivenchi, sino que alquiló el espacio para practicar. Resulta que, además de mantenerse a flote por los talleres que brinda, este centro cultural se sostiene gracias a que otras agrupaciones circenses alquilan el lugar para ensayar. El Centro Kultural Trivenchi también hace una varieté, un espectáculo con diversos números artísticos, el segundo sábado de cada mes. La recaudación del dinero por las entradas vendidas también contribuye a que la cooperativa siga de pie. La próxima varieté va a ser el 14 de septiembre a las nueve de la noche, con una entrada a cinco mil pesos por persona.
¿Y qué implicaría declarar al circo como “Patrimonio cultural inmaterial”? “Nuestro patrimonio son nuestras técnicas —dice Losada—. Tradicionalmente las familias circenses transmitían sus saberes de una generación a otra. Nosotros, que somos una cooperativa de artistas de circo, hacemos lo mismo con nuestros alumnes. Les transmitimos conocimientos que no están en los libros, que obtuvimos de nuestros maestros y de nuestra propia práctica profesional. Las técnicas de circo son un patrimonio cultural inmaterial porque son saberes ancestrales”.
El grupo que hasta ahora estaba ensayando, deja de hacerlo. Algunos toman agua, otros se ponen una campera y uno en particular se queda haciendo piruetas. El muchacho en cuestión se pone a hacer lo que en cualquier barrio se conoce como la medialuna cuando Losada dice que el sistema capitalista sólo prioriza las actividades productivas, por lo que en estos tiempos “tiene mucha relevancia pensarnos como generadores de sentido alternativo. Cuando hay un gobierno que continuamente está disputando acuerdos que ya teníamos, que piensa que la cultura no sirve para nada o que a los artistas los mantiene el Estado, es importante construir una contracultura. El arte sirve para dar sentido, denunciar y comunicar, y en esta época me parece que los espacios tienen que volver a ser trincheras de resistencia, porque la política nacional nos está poniendo en ese lugar”, concluye el artista.