“El hospital es de la comunidad, es de la gente. Si llega a cerrar la que pierde es la sociedad”, cuenta para comenzar Alejandro Sapere. Alejandro es psicólogo del Hospital de Salud Mental Laura Bonaparte o “el Bonaparte”, como lo llamaremos a partir de este momento. Entró a trabajar allí en 1988, siendo un concurrente en plena formación. Desde 1992 se desempeña en diferentes dispositivos como trabajador de planta y actualmente se dedica a atender en consultorios externos a personas que realizan tratamiento ambulatorio. Cuando se le pregunta por la situación actual, explica que resulta un deja vú de lo que se vivió en los ´90. En ese entonces el Estado, a través de los superpoderes del Presidente, se dedicó a fusionar y desfinanciar hospitales. También recuerda que la última vez que vio un hospital cerrado fue durante la dictadura. “Nosotros somos como una luz que ilumina a los efectores de salud de manera federal a lo largo y a lo ancho del país”, enfatiza.
Apenas unos días antes del Día Mundial de la Salud Mental -el próximo 10 de octubre-, los trabajadores del Hospital Bonaparte se desayunaron la noticia del súbito cierre del área de internación, al que siguió -posteriormente- la clausura de la guardia. Como ya habría confirmado su director, Christian Baldino, este es un anticipo del total vaciamiento de la institución y la oficialización de su cierre, que saldría publicado en el Boletín Oficial el próximo lunes. “Esta medida está direccionada a la gente que se atiende en hospitales públicos gratuitos”, asegura Alejandro, preocupado. “El 40% de los pacientes de consultorios externos son beneficiarios de las pensiones no contributivas y no saben dónde van a pasar la noche. El 90% de nuestros pacientes no tiene cobertura médica y acá recibe su tratamiento y su medicación de manera gratuita. Son personas que han sido arrasadas por este modelo nefasto”, continúa.
Es sábado y hace calor en Buenos Aires, el Bonaparte está colmado de gente de diferentes palos. Circulan entre ambos de colores y mechones de pelo teñidos. La pequeña multitud se reúne en las escalinatas del edificio de Parque Patricios. Hay música en vivo de diferentes cantores. Después habrá té, mate y galletitas. Al lado del espectáculo se está llevando a cabo una asamblea permanente donde se juntan adhesiones y se comparten palabras de aliento frente a la desesperanza. Entre la gente que entra y sale por la puerta principal, uno lleva un cartel pintado a mano que dice: “Yo necesito al Bonaparte funcionando”.
El Hospital Bonaparte tiene una historia de larga data que se remonta a la presidencia de Miguel Juárez Celman, quien lo inauguró como Hospital Militar en 1889. Luego de funcionar como Hospital Nacional Central para Enfermos Tuberculosos y estar abandonado durante un tiempo, el edificio fue rescatado de la demolición, pasando a ser la sede del CENARESO (Centro Nacional de Reeducación Social), que se creó el 30 de abril de 1973. En 2012, al calor de la ley de Salud Mental, el gobierno nacional firmó una resolución para ordenar la intervención general de la institución disponiendo en sus consideraciones una nueva misión para la organización, intervención que finalizó en 2023. Cuatro años después de dicha medida, tomó su nombre actual en honor a la psicóloga e integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, y se fue forjando como centro nacional de Referencia en Salud Mental.
Julieta Chevalier es trabajadora social del dispositivo de demanda espontánea del hospital. Ella realiza entrevistas a todos los que llegan pidiendo asistencia y tratamiento. Además, junto con una psicóloga, coordina los grupos para mujeres y disidencias que sufren violencia de género. Según cuenta, en los últimos meses estas situaciones han ido en aumento, tanto por el retraimiento de todas las políticas de Estado, -entre las que se cuenta el cierre del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad y el programa Acompañar-, como por la crisis que acentúa los niveles de exclusión, que a su vez se traducen en situaciones límites.
“Cada vez hay más personas que tienen trabajos precarios. Los que antes sobrevivían de changas ahora no pueden pagar el alquiler, ni siquiera quienes cobran el subsidio habitacional”, explica. Esto afecta tanto a los adultos que se atienden en el hospital como a los niños, niñas y adolescentes que los acompañan.
Desde el viernes a la tarde, cuando se dieron por anoticiados del inminente cierre, los trabajadores ocupan las instalaciones del hospital. Están a la espera de novedades mientras recurren al apoyo de la sociedad civil. Se desconoce el destino de los pacientes, tanto de quienes están internados como de los aproximadamente 1200 que pasan por los consultorios externos semanalmente. Todos los profesionales entrevistados aseguran que los padecimientos de salud mental se acentuaron a partir del recrudecimiento de la crisis económica, ya sea porque se desencadenaron nuevas problemáticas de salud mental así como porque se profundizaron las situaciones preexistentes. “Hay una grave violencia económica para las clases más desprotegidas”, asegura Alejandro. “Estamos hablando de tentativas de suicidio, aumento en el consumo de alcohol, desesperanza”, agrega. “Las familias sufren mucho estrés por no poder llegar a cubrir las necesidades básicas. Está aumentando la tasa de suicidios, las adicciones y las problemáticas relacionadas con el arrasamiento que significa vivir de esta manera”, afirma Chevalier.
La salud mental en la mira de la motosierra
“Con la crisis se han incrementado todas las tasas de padecimientos de salud mental y no lo vemos solo en las estadísticas sino en las consultas y en las tramas de voces que escuchamos”, cuenta Daniela Mouiguer, psicóloga de consultorios externos y parte del equipo de redes institucionales del hospital. “Para muchos de los usuarios, este hospital es un espacio de referencia por el trabajo que se genera en relación con otras provincias”, enfatiza sobre la creación de lazos y derivaciones entre instituciones. A través del murmullo de voces alguien dice que, con estas medidas, el nuevo Ministro de Salud está “haciendo bien los deberes”.
El departamento de redes institucionales del Bonaparte cuenta con espacios de primera escucha y prevención en diferentes instituciones, entre ellas la Universidad Nacional de las Artes (UNA) y la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Allí hay una asistencia directa enmarcada en una estrategia federal inédita, ya que el nivel universitario no suele tener vínculo con los hospitales de salud mental. “Constituye una posibilidad de acceso a derechos de otro tipo de población”, asegura la licenciada Mouiguer.
El Bonaparte no solo es una institución única en su tipo, especializada en adicciones y salud mental, sino que es un hospital que brinda atención en áreas como Clínica Médica, Laboratorio de Análisis Clínicos, Odontología y Farmacia. A su vez abarca equipos interdisciplinarios que nuclean diferentes profesionales que van desde trabajadores sociales hasta psicólogos. Cuenta con atención a niños, niñas y adolescentes y con un departamento de formación e investigación. Este centro especializado es de excelencia y representa el único en su tipo en el Área Metropolitana de Buenos Aires. Para ponderar su alcance sirven algunos números: en lo que va del año, más de 25 mil personas se atendieron en el lugar. En caso de cerrarse, hay 35 personas internadas que quedarían sin respuestas y 612 trabajadores pasarían a estar desempleados. Además, más de 80 niños y sus familias se quedarían sin jardín. “Me preocupa muchísimo lo que podría pasar en las trayectorias de nuestros pacientes en caso de que se cierre el hospital. Es muy poco probable que encuentren otro lugar como éste, donde el eje sea la salud mental en articulación con otros servicios. Pienso que en materia de abordaje de padecimientos de salud mental éste es un espacio irremplazable”, plantea Daniela.
El hospital posee un área de internación y cuidados de urgencia pero también un hospital de día, un centro cultural y un departamento de formación que se suman a los consultorios externos de psicología, psiquiatría, terapia ocupacional y trabajo social, entre otros. “Este es un hospital escuela, acá se cumplen horas de grado y de posgrado de muchas carreras. Asimismo, el hospital trabaja formando y capacitando a múltiples equipos de diferentes provincias que vienen a empaparse sobre cómo llevar a cabo tratamientos de problemáticas de salud mental de manera integral y bajo el paradigma de la ley de Salud Mental y su reglamentación”, asegura Camila Seijas, quien ejerce como trabajadora social. “Este hospital es un epicentro no sólo por la asistencia sino por lo rico que tiene a nivel formativo”, continúa.
El argumento que habría esbozado el Gobierno nacional para el cierre del hospital es que desde el comienzo de la gestión »se trabajó en la normalización del Hospital producto de la subutilización en función de su capacidad». En ese sentido expusieron que actualmente hay pocos pacientes internados, lo que representa -en términos del Ministerio- parámetros muy bajos para las dimensiones edilicias y la cantidad de recursos humanos asignados a la atención y administración. Luego de dar a conocer la noticia, desde el Ministerio de Salud se comunicó que los pacientes serían trasladados tanto a otros hospitales como a dispositivos ambulatorios. Sin embargo, los trabajadores advierten que, contrario al discurso que intenta instalar el gobierno actual, tanto ellos como sus residentes fueron notificados del cierre de la guardia en ese mismo momento, por lo que no están garantizadas las derivaciones que refieren ni la continuidad de los tratamientos.
Desde el Bonaparte los trabajadores responden a los argumentos libertarios con la lógica de la ley de Salud Mental, una norma de avanzada en la región que intenta romper con el paradigma manicomial del asilo. La legislación busca terminar con la noción de peligrosidad de los pacientes de salud mental y evitar las internaciones innecesarias. “Este hospital lucha por la plena implementación de la ley de Salud Mental, por lo cual consideramos que para atender a una persona es necesario contar con muchos profesionales de diferentes disciplinas y articular con otras instituciones. Esto requiere de profesionales formados y de tiempo para hacer esas conexiones”, subraya Julieta Chevalier. Ella enfatiza en que el cierre del hospital sería en detrimento de la salud mental de miles de personas que se atienden allí y no tendrían otra solución. “La problemática de salud mental hoy en día desborda la oferta que tienen los efectores de salud pública, pero también los privados y las obras sociales”.
“La realidad es que los equipos profesionales abogan por otras instancias que tienen que ver con trabajar con el entorno de la persona para no tener que llegar a la internación”, explica Camila tras el marco rojo de sus anteojos. A contrapelo del razonamiento del Estado, para ella el bajo número de internaciones -lejos de hablar de un mal desempeño del hospital- es un aliciente. “No es lo mismo para una persona estar encerrada en un espacio que estar en el afuera con una red de contención. Esto es fundamental, porque somos seres colectivos”.
“Con la crisis se han despertado más cuadros de salud mental, mientras que aquellos que ya se encontraban en una situación de vulnerabilidad tienen aún menos recursos para lidiar con la sintomatología en esta coyuntura tan erosionada y arrasada”, continúa Seijas. Según explica, en caso de cerrar el hospital miles de personas se quedarían sin tratamiento a partir del lunes y esto podría desregularizar totalmente su cotidiano. “No se trata solo de la internación y la gente que se atiende en consultorios externos. Hay un área de formación socio-productiva, de la que no se está hablando lo suficiente, que es un espacio de encuentro para un montón de usuarios de salud mental. Allí se forman en oficios que luego les permiten tener una salida laboral. Es incontable la cantidad de personas que se verían afectadas en caso de que el hospital cierre. El Bonaparte es único porque se encarga de toda la cadena que debe forjarse para insertarse en la sociedad”, concluye la joven de uniforme celeste y ojos llorosos.