Los siguientes textos son fragmentos del libro Batallón Puloi que narra la vida y las experiencias de Oscar Luna en nuestras Islas Malvinas.
LA PATRIA
La Patria es un concepto límite, una suerte de identidad basada en la territorialidad de la lengua materna. La Patria contiene demasiadas fronteras. En su condición de ideal contempla todo tipo de principios. Y en situaciones límites, toma la sangre como valor, reclama un darse hasta el final…
Mientras uno está en una guerra, estas cuestiones no se hablan ni se tematizan. La presencia del propio cuerpo ahí funciona como acto, como garantía. Se está donde hay que estar, para defender lo que es necesario defender.
Sin embargo, no todos estábamos en el mismo barco. O sí… pero no todos éramos iguales. Unos llegamos ahí por un número al azar; otros, por haber elegido la carrera militar en sus diferentes rangos. La suboficialidad, se encargaba de conducir la tropa… La oficialidad, una elite que preservaba sus privilegios de clase, viajaba en primera y comía abundante todos los días.
Patria hay una sola, pero el sol –que cae vertical– arriba se siente más… Abajo, en la bodega, la Patria era oscura y fría, habitada por seres a medio hacer, que se buscaban en una música distorsionada cuya letra no sabían. Los ideales, mantenían viva la llama de los sin nombre y sin grados, aferrados a un único sentido, sostener la celeste y blanca flameando alto…
AEROPUERTO
Nos subíamos al camión que iba al Aeropuerto, y recorríamos los caminos de las colinas bajas y la estepa abierta, con el viento en la cara. Fue en esa oportunidad que vimos por primera vez, a lo lejos, a dos chicas que acompañaban las ovejas. Eran rubias trigueñas, parecían hermanas y tendrían nuestra edad…
En el aeropuerto –o en lo que quedaba de él– nos dedicamos a cubrir con pasto seco y cardo las pistas que aun estabas operativas, para que nuestros aviones continúen volando hacia el continente y no quedar definitivamente aislados.
Uno de los ataques de la aviación inglesa nos alcanzó en ese descampado en medio de la nada. El sol se escondió de golpe. La vida se detuvo. Nos cubrimos dentro de los cráteres que el ataque iba dejando… Solo por intuición, suponiendo que por ahí la muerte ya había pasado.
Las pistas fueron desbastadas.
Retornamos al camión. El viento se había vuelto seco. Un gesto involuntario nos llevó a mirar a la distancia si las pastorcitas aun paseaban sus ovejas… La llanura terminaba en una pequeña barranca al mar. Entre las nubes, como pidiendo disculpas, un tibio sol aparecía… Y la vida continuaba…
MAÑANA
La memoria se vuelve frágil, se quiebra, se fragmenta. Lo que queda, de apoco, es casi nada… Ni el hambre ni el sueño… ni el dolor… Todo lo hace suyo el tiempo, le da forma, lo moldea, lo arrincona… Y si a veces todo aquello retorna, es solo por un rato, hasta dejarse perder… Como las balas que sonaban cerca o lejos… Como los rostros y los gestos de los hermanos con los que compartimos la trinchera…
Las noches y los días se sucedían… Nuestros cuerpos entrelazados parecían uno. Cada tanto rotábamos, pero hacía ya varias horas que no cambiábamos de posición. Amanecía lánguidamente, el tiempo parecía detenido en un profundo silencio al que no estábamos acostumbrados…
A la distancia vimos movimientos, que lentamente se fueron convirtiendo en columnas de uniformes con soldados bajando de las laderas lejanas. Un espejo de nosotros a contraplano desandando el camino hacia un lugar común…
Nos quedamos ahí, en la falla de la tierra que habíamos defendido. Como si ese y ningún otro fuese nuestro destino…
Nos quedamos ahí, en ese límite infranqueable que nadie había podido pasar.
Ahí detenidos, en ese lugar que cada tanto retorna entre los refugios de la memoria…
