¿Qué mejor que tener otra Selección Nacional para alentar?

⚽️ Obstáculos sociales y culturales nos han privado de disfrutar el fútbol femenino a lo largo de la historia. Con un nuevo Mundial y una creciente profesionalización de la disciplina, se abren nuevos debates y horizontes.

Hace algunos años, con colegas del Seminario Permanente de Estudios del Deporte hicimos un breve video donde nos preguntábamos: “¿Qué pasaría si dejáramos de pensar que el fútbol es solo para hombres?” La respuesta que allí dábamos era simple: “Tendríamos la posibilidad de disfrutar más fútbol. Tendríamos más equipos para alentar”.

Para un país tan futbolero como el nuestro, ¿qué mejor que tener otra Selección Nacional para alentar? Sin embargo, obstáculos sociales y culturales nos han privado de disfrutar el fútbol femenino a lo largo de la historia. Está bien documentado que existieron barreras simbólicas, pero con efectos muy concretos, que excluyeron a las mujeres del mundo del fútbol en países como el nuestro. En otros países, como en Alemania o Brasil, las barreras fueron legales. Existían prohibiciones que impedían a las mujeres jugar al fútbol. Argumentos médicos señalaban el riesgo que tenía para las mujeres, por su función reproductiva, la práctica del fútbol. Argumentos morales expresaban su preocupación por el riesgo de masculinización que implicaba para las mujeres jugar al fútbol.

Sin embargo, las investigaciones de quienes se han ocupado de rastrear la historia del fútbol femenino en nuestro país, como Ayelén Pujol, Bianca Ossola y Mariana Ibarra, muestran que, desde hace más de 100 años, muchas mujeres se las ingeniaron para jugar al fútbol. Los estigmas que pesaron sobre ellas (marimachos, tortas y machonas) hicieron que algunas abandonen la disciplina. Otras, que persistieron, fueron desarrollando sus habilidades como pudieron. Sin espacios institucionales para la formación de las mujeres, las futbolistas jugaron con varones.

Ayelén Pujol indica que el Mundial que se está disputando actualmente en Australia y Nueva Zelanda significa para las jugadoras de nuestra Selección, el fin de las “varoneras”. La novedad histórica es que, si antes las mujeres iniciaban sus carreras jugando con niños y luego debían dejar un tiempo hasta poder sumarse a un club (en el torneo de AFA se puede competir a partir de los 14 años en Primera), ahora pueden desde niñas jugar en clubes con otras nenas. 

En los últimos años, el crecimiento del fútbol femenino en Argentina ha sido inmenso. A nivel internacional, la FIFA ha venido llevando planes para el desarrollo de la disciplina con el objetivo de multiplicar el número de futbolistas. Por su parte, la Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL) exige desde 2019 que todos los clubes que deseen participar en torneos internacionales con su equipo masculino deben contar con un plantel de fútbol femenino. 

De la mano de este crecimiento exponencial, un mercado mayor se abre. En efecto, la ex arquera de la Selección e investigadora Gabriela Garton ha apuntado que estas políticas de desarrollo del fútbol femenino buscaron resaltar una idea de feminidad que concilie lo femenino con lo deportivo, buscando desterrar las imágenes de la homosexualidad o el estereotipo machona que dificultan la comercialización.

Tomando estas imágenes, las grandes marcas de indumentaria deportiva han tenido un rol destacado en la visibilización de la disciplina. En nuestro país, Chiqui Tapia (presidente de la AFA) se autoproclamó como el “presidente de la igualdad de género” y en su gestión promovió una serie de políticas que han colaborado a jerarquizar y profesionalizar la disciplina: la (semi) profesionalización que implica contratos pagos para las jugadoras, la construcción de vestuarios en el predio de Ezeiza, la creación del Departamento de Equidad y Género, y la firma de un convenio con el Ministerio de Educación de la Nación para promover el fútbol femenino en las escuelas del país. 

A su vez, para la Selección Argentina, los cambios también han sido enormes. Las condiciones en que llega a disputar este Mundial son las mejores en su historia: con una preparación planificada, que contó con partidos amistosos internacionales, concentración en el predio que la AFA tiene en Ezeiza y un cuerpo médico que triplicó su tamaño en relación al Mundial de 2019 disputado en Francia. Las jugadoras destacan que, en este proceso, el equipo a cargo de Germán Portanova (el entrenador que asumió al frente de la Selección en julio de 2021) está encontrando su identidad. Un equipo que juega, que ataca, que toma riesgos, y que a pesar de haber perdido por un gol el primer partido frente a Italia, jugó de igual a igual y todavía se ilusiona con hacer historia. El objetivo es ganar un partido y pasar por primera vez la fase de grupos.

Una gran cantidad de medios nacionales cubren el torneo a través de sus enviados. La TV Pública, por su parte, aseguró la transmisión de todos los partidos del conjunto nacional. A pesar de que lamentablemente en esta parte del mundo los partidos tocan en nuestra madrugada, el interés sobre el desempeño de la nuestra Selección es grande. Los estadios llenos de los últimos partidos que jugó la albiceleste en nuestro país anticipaban un entusiasmo que va creciendo. A lo largo y ancho de Argentina, jugadoras amateurs, militantes feministas, universidades nacionales, escuelitas de fútbol y amantes del fútbol se las ingenian para acompañar a la Selección. Los noticieros, lentamente, van incorporando las noticias sobre nuestra Selección.

Una serie de procesos sociales y políticos habilitaron las condiciones para este desarrollo del fútbol femenino. En primer lugar, las futbolistas fueron las protagonistas de este crecimiento. Demandaron, lucharon y reclamaron la mejora de las condiciones de la disciplina: en 2017 las jugadoras de la Selección realizaron un paro solicitando el pago de viáticos, una mejor coordinación para futuros eventos deportivos, vestuarios adecuados y la posibilidad de utilizar las canchas de césped natural del predio de la AFA. En 2018, estos cuestionamientos tomaron visibilidad mediática de la mano de una foto que recorrió el mundo: la imagen del equipo posando como el “Topo Gigio” en la Copa América, pidiendo ser escuchadas.

La denuncia de la futbolista Macarena Sánchez al club UAI Urquiza por vulnerar sus derechos como trabajadora, al haberla dejado libre a mitad del campeonato, fue la gota que rebalsó el vaso. Esta acusación pública fue fundamental para que la AFA reconozca la disciplina como profesional, garantizando en ese momento el pago de ocho contratos por plantel para cada club perteneciente a la categoría máxima del fútbol femenino. Esta serie de reclamos cobró visibilidad y masividad en un contexto nacional marcado por el #NiUnaMenos, el enorme movimiento de mujeres y disidencias que ponía en agenda la lucha contra las violencias de género.

La realidad que vivían muchas jugadoras como ser impedidas de jugar al fútbol por ser mujeres, no tener buenas condiciones de entrenamiento en relación con sus pares varones o ser reconocidas por los medios de comunicación antes por su belleza que por sus logros deportivos, cabían bajo la noción de violencia, clasificación que al contribuir a la reproducción de la dominación, la desigualdad y la discriminación, y naturalizar la subordinación de la mujer en la sociedad. En un país donde el fútbol es nuestra identidad nacional, gran parte de la sociedad argentina comprendió que la lucha de las futbolistas significaba una disputa por la igualdad. El fútbol sirve, más que cualquier otra práctica social, para la construcción del sentido de nacionalidad. Al negar el acceso a las mujeres, se las privaba de la posibilidad de construir esos sentidos. Juan Pablo Sorín, el ex jugador de la selección masculina que siempre acompaña el desarrollo de la disciplina femenina, dijo en la previa del debut contra Italia que el fútbol femenino es mucho más que fútbol: es la lucha por los derechos, por la igualdad.

A pesar de las enormes transformaciones en el fútbol femenino en nuestro país, a partir de este Mundial podemos ver que siguen existiendo mecanismos que buscan disciplinar a las mujeres que juegan al fútbol. Frente a procesos reales de empoderamiento para los colectivos históricamente oprimidos, las resistencias de quienes buscan mantener el statu quo emergen con fuerza. Estos días estamos presenciando campañas sistemáticas de odio que operan sobre las futbolistas. Horas antes del debut frente a Italia, la mediocampista argentina Lorena Benítez pidió en sus redes sociales que dejen de insultar a las jugadoras que no están haciendo más que representar a su país. Yamila Rodríguez, por su parte, pidió abiertamente en la madrugada del 25 de julio que por favor detengan el hostigamiento. Avisó que está sufriendo.

Son deportistas, víctimas de hostigamiento, pero fundamentalmente deportistas mujeres. Si nos detenemos en los insultos recibidos por Yamila, encontramos clasismo, racismo, homofobia y gordofobia en una matriz que tiene como trasfondo la misoginia. La descontextualización es el mecanismo a través del cual estos discursos se vuelven verdades para sus detractores. La tildan de “anti-Messi”, nada peor para una sociedad argentina que olvida que su conversión ciega al messismo fue únicamente luego de que el capitán se alce con la Copa América en 2021. Es la excusa para abrir la catarata de agresiones a la jugadora: “negra”, “gorda”, “villera”, “torta que merece el escrache público”. Del mismo modo, la acusan de “bancar a Villa”, el jugador de Boca condenado por violencia de género, lo que funciona como disparador que habilita todo tipo de agravios, olvidando que no sólo la delantera pidió disculpas por su actitud, sino que además explicó que ella bajo ningún punto de vista apoya a un maltratador.

El ensañamiento con las jugadoras responde a una modalidad de agresión a mujeres con voz pública. Se trata de lo que un informe de ONU describió como ataques sistemáticos, con una estructura común, que tienen un objetivo claro: silenciar a las mujeres y expulsarlas del espacio público. El avance del fútbol femenino es un proceso de disputa de poder real en nuestro país. Cada vez que Yamila toca una pelota, en la Bombonera, en Palmeiras (su nuevo club) o con la celeste y blanca, el estadio corea su nombre. ¿Qué pasa cuando una mujer, humilde, futbolista, lesbiana, se vuelve referente de las nuevas generaciones? Si las mujeres argentinas a lo largo de la historia fueron excluidas del mundo del fútbol primero a través de mecanismos institucionales basados en argumentos médicos como la fragilidad de sus cuerpos y el peligro que representaba para la maternidad, único destino para las mujeres y luego a partir de los estigmas de “machona”, “marimacho” y “lesbiana”, hoy podemos pensar que los ataques en redes sociales constituyen uno de esos mecanismos de exclusión. Este escenario nos pone ante un desafío: los clubes y los organismos que regulan el deporte deben brindar herramientas a las futbolistas para trabajar el impacto psicológico que estas campañas pueden tener en ellas.

Para cerrar, y volviendo a la pregunta con que abríamos al principio, después de la alegría que vivimos en diciembre del 2022 de la mano de la Selección masculina, hoy tenemos la oportunidad de emocionarnos nuevamente con una Selección que deja todo de la forma que nos gusta a los argentinos: con entrega, gambeta, pasión, amor por la camiseta y como dijo nuestra crack Estefanía Banini tras el partido con Italia, con corazón.

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