«El Carnaval es del pueblo y eso siempre les va a molestar”

🎭 El Gobierno porteño se vanagloria de haber reducido drásticamente el número de corsos en la Ciudad. Por qué Jorge Macri odia la alegría popular y otras intrigas no tan difíciles de develar.

Entre máscaras, disfraces, tules y espuma, los carnavales tienen larga data en la historia de la humanidad. Se cree que el origen de los mismos se remite a 5000 años atrás, cuando los sumerios los celebraban para expulsar a los malos espíritus de las cosechas, mientras que los egipcios consagraban estos días a Apis, el dios de la fertilidad. 

En nuestra ciudad, el carnaval fue introducido por los españoles como una celebración pagana cristianizada. Ésta surge con la intención de «limpiar la carne», lo que desemboca en la prohibición religiosa de consumirla durante los cuarenta días de cuaresma. En ese entonces, los sectores populares participaban en los bailes de máscaras que se realizaban en el teatro de La Ranchería, mientras que los pudientes lo hacían en la Casa de Comedias. 

Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas -entre 1829 y 1852- se censuró, castigó y prohibió el festejo, que debió esperar a la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento para resurgir. Éste, impresionado por sus viajes al exterior, decidió promoverlo, dando lugar en 1869 al primer corso oficial de la Ciudad de Buenos Aires.

Siglos después, con la llegada de inmigrantes españoles e italianos que introdujeron ritmos, danzas y vestimentas propias, se produjo un cambio de las comparsas de candombe afro a las murgas. Pero fue recién en 2010, gracias a la restitución del feriado de Carnaval, que se consagraron dos días de asueto especialmente dedicados a dicha festividad. 

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El actual no parece ser el mejor panorama para el carnaval porteño, que debe luchar contra la adversidad macrista. La página oficial de la Ciudad ya anunció que este año habrá sólo 8 corsos en las calles mientras que otros 6 tendrán lugar en las plazas y uno en el Polideportivo Colegiales, en busca de reducir los cortes vehiculares a más del 40%. 

“El año pasado se llevaron adelante 22 corsos en calle, por lo que la reducción para este año alcanza al 64%. A su vez, de las 111 jornadas en calle que hubo en 2023, ahora sólo quedarán 60”, explicaron. De igual manera, mientras que el último febrero los corsos se extendieron a 47 cortes máximos por noche, esta vez se permitirán nada más que 27, algunos de ellos con menor perímetro.

“Este tipo de recortes viene de hace mucho tiempo. En un momento llegamos a tener 35 corsos en la Ciudad de Buenos Aires y esto se fue achicando a pesar de que desde las murgas siempre peleamos para que no suceda. Incluso se intentó subir el corso a las plazas por momentos”, sostuvo a este medio Ezequiel Matías Caccavari, más conocido como Kaki, director general de la agrupación murguera Poetas de Nadie. 

“Este año nos encontramos con que el carnaval tiene que ser ‘ordenado’ y no hay vuelta atrás con el número de murgas”, continuó y aseguró que la excusa para limitar a 15 el total de corsos es la misma que se utiliza para recortar jubilaciones y privatizar empresas: el lema no hay plata. “Iban a haber 21 corsos, pero 6 quedaron afuera porque les pusieron infinitos requisitos, entre los cuales estaba pagar costos de casi un millón de pesos diarios. Intentamos elaborar estrategias desde las murgas para sostenerlos pero nos fue imposible”, explicó Kaki. 

“Si este año quieren recortar el carnaval, el que viene van a querer sacarlo”, se anticipó el integrante de Poetas de Nadie y advirtió que, desde antes de asumir, Jorge Macri había dejado en claro que estas fiestas no eran de su agrado. “Estamos tratando de ir al diálogo, pero si es necesario tomaremos cartas en el asunto de otra manera”, dijo.

Según el murguero, el carnaval es bien recibido por la mayor parte de la población y las quejas por los ruidos ocasionados son las menos. Sin embargo, como es de esperar, subraya que hay un ensañamiento con la fiesta popular por su capacidad de convocar a la ciudadanía, generando comunidad. “Se ensañan con la fiesta popular porque no les deja rédito. Ellos no la organizan, es del pueblo para el pueblo y eso siempre les va a molestar”, señaló.

“Lo quieren destruir basados en las dos o tres quejas de algunos vecinos. No se fijan que el corso equivale a 18.000 artistas en la calle. Para nosotros, la mayor parte del trabajo es formar equipo y generar autogestión, porque si dependemos del subsidio del circuito oficial solo nos alcanza para cubrir cuatro o cinco funciones. No llegamos ni a los costos del viático”, agregó. “Para que el vecino vaya a los corsos tiene que haber un laburo barrial y territorial. Esto existe porque las murgas ensayan todo el año en las plazas, se hacen presentes en el barrio, pero la construcción del gobierno siempre viene desde lo negativo”.

A diferencia de lo que relata el murguero, en la página oficial se vanaglorian de que “estas decisiones se tomaron luego de un trabajo con todos los sectores, de manera de afectar lo menos posible a los vecinos que no van a participar de los mismos”.

Para desgracia del oficialismo, las murgas se organizan y trazan alianzas. Son un poco más de 120 en toda la Ciudad y se reúnen cada 15 días o un mes para poner en común las decisiones que elevan mediante los tres delegados que tienen en la comisión de Carnaval del Ejecutivo porteño. Además, asumiendo el rol que les toca de cara a la sociedad, toman la posta en cuestión de género e intentan deconstruir estereotipos, luchando por “Carnavales sin acoso”. “Esto es tanto para los vecinos como entre los artistas. Es importante lo que decimos arriba del escenario y hay cosas sobre las que ya no están permitidas cantar. Muchos piensan que las murgas tenemos letras burdas, banales o pasadas de moda. No es así, para nosotros hay que estar en línea con el compromiso que hoy nos aggiorna y dejar de lado el tinte homofóbico que tenían antes”.

Para terminar, El Grito del Sur le consultó a Ezequiel, quien lleva más de 27 años dedicado a la murga, qué significa el carnaval: “Es una manera de vivir. Un lugar donde todo se alinea: la familia, el trabajo, los amigos, el arte. El carnaval es una forma multidisciplinaria de hacer arte. Gracias a la murga aprendí a cantar, a escribir canciones, a componer pero también a entender grupalidades y a entenderme a mí mismo. Aprendí que la murga es militancia pura, que el estandarte va delante y los colores salen a la calle para representar muchísimas cosas que nos trascienden”, concluyó.

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios