Golpe al museo: el robo al Museo Nacional de Bellas Artes

🧑🏻‍🎨 Desde febrero puede encontrarse en las librerías “Golpe al Museo”, el primer libro de Imanol Subiela Salvo, editado por Planeta. Una investigación del robo al Museo Nacional de Bellas Artes sucedido en 1980 que aún no se terminó de esclarecer.

Foto: Martín Pisotti

En la madrugada del 26 de diciembre de 1980, un grupo de ladrones vació la sala donde se ubicaba la colección de Mercedes Santamarina en el Museo Nacional de Bellas Artes. Se llevaron 7 antigüedades chinas y 16 cuadros impresionistas de autoría francesa, de los cuales solo 3 han vuelto a su paradero original. 

Dentro del museo había nada más que dos personas: Anselmo Ceballos, bombero de la Policía Federal, y Eusebio Eguía, uno de los serenos. Hubo fuego, un pequeño incendio y un crimen que continúa impune hasta el día de hoy, aunque no fueron pocos los que buscaron resolverlo. El empleado del museo fue preso y torturado para dar información. Con el robo se abre un misterio que pareciera irresoluble, opacado por el gobierno de facto del momento, del cual pueden surgir miles de hipótesis.

De este enigma parte “Golpe en el Museo” (Editorial Planeta), el primer libro del periodista Imanol Subiela Salvo, nacido en Trelew en 1994. Con una mezcla entre policial negro y película de suspenso, Subiela Salvo logra cautivarnos durante las 127 páginas del relato, donde cartografía los intentos por desentrañar el caso. El autor reconstruye las estrategias elaboradas tanto por la Justicia como por los agentes del mundo del arte para dar con el paradero de las obras donadas por la aristócrata. 

Santamarina había dejado dicho expresamente que al momento de su muerte prefería legar su colección al museo que repartirla entre sus sobrinos, con la condición de que ésta quedase exhibida en conjunto y de manera permanente bajo el nombre de “Colección Mercedes Santamarina”, tal cual se encuentra actualmente. 

La historia no solo involucra a coleccionistas, artistas y directores de museos, como Jorge Glusberg y Samuel Paz Pearson, sino incluso al renombrado juez Norberto Oyarbide, quien estuvo involucrado en la causa desde el 2003 cuando llega a su juzgado, sin pasar por alto a Nelly Arrieta de Blaquier, presidenta de la Asociación Amigos del Museo durante 34 años. Idas y venidas, complicidades y silencios, dictaduras y democracias, acuerdos de caballeros e investigadores privados generan un libro de ágil lectura que nos retrata los entretelones ocultos del mercado del arte y el coleccionismo. 

“Si Imanol hubiera imaginado esta historia, ella sería catalogada como un desborde creativo: un robo de obras de arte, un empresario taiwanés vinculado al tráfico de armas, la guerra de las Malvinas de fondo, y veinte años después un director de museo que mira para otro lado mientras un juez lleva un bastón con una calavera”, reseña María Gainza en la contratapa.

Imanol Subiela Salvo es periodista y licenciado en Comunicación Audiovisual por la UNSAM. Escribe sobre artes visuales en el suplemento Radar de Página/12 y en medios como Rolling Stone, La Nación, PlayGround, Vice en Español y Gatopardo, entre otros. A días de la publicación de su libro, el fanático de Charly García contesta el teléfono de esta periodista para dar más detalles sobre la investigación.

Foto: Martín Pisotti

En el prólogo del libro contás que llegaste a esta historia por tu amigo Santiago Villanueva, curador de arte contemporáneo. ¿Qué te sucedió cuando la conociste y por qué decidiste seguir investigando?

Además de ser mi amigo, Santiago Villanueva es un artista, gestor y curador que desde hace años viene trabajando sobre relatos laterales y olvidados por la historia del arte argentino en mayúsculas. A mi eso siempre me interesó, tengo una fascinación por las historias con las que él trabaja. Cuando me contó sobre el robo al Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), no solo me atrajo la espectacularidad del mismo en términos periodísticos y narrativos, que lo hace llamativo de por sí, sino que además me di cuenta que al ser una historia que no se recuperó durante los 40 años de democracia podía servir para pensar los usos culturales de la dictadura y cómo ésta gestionó el patrimonio cultural público para llevar a cabo su plan represivo. 

Recodo en el Camino, Paul Cezanne. Una de las obras recuperadas

En el libro nombrás la relación entre el gobierno dictatorial y las obras robadas ¿Por qué crees que esto no trascendió tanto a la opinión pública? 

Generalmente las cuestiones culturales no están tan presentes en la discusión pública. De hecho, hoy en día cuando se encaran políticas regresivas en materia cultural, como las de la ley Ómnibus, aparece esta idea de “¿para qué vamos a discutir el patrimonio de un museo con un 50% de pobreza?”. Si nos quedamos en esa pregunta no pensamos en qué logran los Estados a través de las instituciones culturales. 

Lo que hacen los museos es generar un sentido y moldear a las poblaciones. Que un gobierno dictatorial use el patrimonio de un museo para cambiar armas y con esas armas ir a una guerra, como sucede en esta historia, pone de manifiesto que las instituciones culturales no son secundarias ni mucho menos neutras.

En el capítulo donde explico cómo se formó la colección Santamaría hago hincapié en que el arte refleja la manera de pensar de la época. Eduardo Schiaffino, quien fuera el fundador y director del Bellas Artes, estaba obsesionado con la idea del buen gusto y cómo inculcarlo a las clases populares, imponiendo una estructura de pensamiento. Entiendo que esto puede parecer una discusión naif o snob, pero no lo es. A veces hay una pretensión de liviandad sobre cómo se gestionan las políticas culturales que considero que debería ser repensada.  

¿Será por eso que el robo quedó en el olvido?

Yo creo que pasan dos cosas: por un lado, el mundo de las artes es bastante hermético y tiene una lógica un poco endogámica que no permite que las noticias se filtren tan fácilmente. Por otro, la última dictadura militar ha sido una cosa tan monstruosa y arrolladora que hace que incluso 40 años después sigamos encontrando crímenes que han sido ejecutadas bajo su órbita. Los secuestros y desapariciones de personas que la dictadura cometió fueron solo la punta del iceberg, lo más notable entre un montón de pequeños gestos que afectaron lo social y lo cultural. Lo salvaje de la dictadura fue mucho más allá de las torturas físicas. Yo lo nombro en el libro un poco al pasar, pero hay mucha literatura sobre cómo la dictadura se quedaba con el patrimonio de los desaparecidos. Me parece que el ocultamiento del robo al Museo de Bellas Artes responde un poco a la impunidad que tenía el gobierno militar para hacer y deshacer con los objetos y bienes tanto de los desaparecidos como del Estado. 

Más allá de la dictadura, no se suele hablar de los manejos sucios del mercado del arte y la venta de piezas artísticas robadas

Creo que en general no se suele hablar mucho de las artes visuales. La gente no conoce muchos artistas visuales más allá de los que llegan al mainstream, como Marta Minujim o Antonio Berni. Respecto al mercado del arte es complicado, porque si bien hay mucha gente honesta que compra artistas jóvenes y financia proyectos que están buenísimos, hay todo otro grupo de personas que se amparan en que el mercado del arte no esté del todo regulado y lo utilizan para hacer malversación de fondos o lavado de dinero. De eso se habla poco porque nadie quiere que salga a la luz. No quiero generalizar porque realmente hay grandes coleccionistas que tienen sus certificados de autenticidad, pero sin duda hay un costado más oscuro.

En tu texto mezclas la investigación periodística con el género policial ¿Cómo fue jugar con ambos registros? 

Esto es interesante porque si bien desde el principio yo trabajé en el libro con la rigurosidad de una investigación periodística, nunca abandoné del todo el registro y la estructura del policial clásico. Para escribir este libro yo parto de una nota que hice hace varios años para la revista Gatopardo. Ahí comencé a trabajar el caso y me di cuenta que daba para todo un libro. Cuando ya empecé a escribir la novela pensé en hacerla de diez capítulos, pero luego, trabajando con Mercedes Halfon -una amiga y compañera del suplemento Radar- y con Ana Wajszczuk, mi editora de Planeta, decidí darle este formato de tres grandes capítulos con subdivisiones. 

Es interesante porque si bien tomé la estructura del policial, mediante la cual primero se presenta un crimen y a lo largo del relato se intenta desentrañar lo sucedido, yo no tenía ningún personaje que haya estado en toda la historia. Nadie estuvo en el camino de las obras desde el 1980, fecha en la que sucede el crimen, hasta el 2005, cuando se restituyen tres pinturas. En ese sentido opté por tomar a las obras de arte como personajes principales. Les di cierta entidad de persona, las caractericé, me arriesgué a pensarlas como si ellas fueran las protagonistas y decidí darles un carácter casi humano para generar a través de ellas un sujeto.

Foto: Martin Pisotti

¿Cómo fue la restitución de las tres piezas que sí se devolvieron?

En 2005 se encuentran tres de las obras perdidas (un Gauguin, un Cézanne y un Renoir) en el mercado del arte cuando Yeh Yeo Hwang, un pianista y director de orquesta taiwanés que vivía en París,  intenta comprarlas al galerista Pascal Lansbergy. En ese momento la justicia argentina interviene y son restituidas al Juez Oyarbide, que había tenido la causa en su juzgado desde el 2003. Oyarbide viaja a Francia y vuelve con los lienzos que pueden verse expuestos en el mismo Museo Nacional de Bellas Artes hasta el día de hoy. Allí se genera una tensión para ver quién se queda con el crédito por la restitución, si el juez argentino, el investigador inglés Julian Radcliffe -que rastrea los cuadros desde décadas antes de que aparecieran- o el taiwanés Yeh Yeo Hwang.  

En caso de que se reabriera ¿Contribuirías con una nueva causa?

No, no es mi intención ni creo que deba ser yo el que se haga cargo de eso.

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios