Diez días en un psiquiátrico

📚 En una época en que las mujeres periodistas estaban relegadas a secciones de moda y jardinería, Nellie Bly, seudónimo de Elizabeth Jane Cochran, se transformó en una pionera del periodismo de inmersión al simular un trastorno mental e infiltrarse en el asilo Blackwell’s Island de Nueva York.

En 1887, una joven periodista estadounidense se infiltra en un asilo psiquiátrico para mujeres desde donde cuenta las penosas condiciones en las que habitan las residentes. Su trabajo se convirtió en precursor del periodismo de infiltración y logró que se abriera una investigación que derivó en la inversión de USD $1.000.000 para el establecimiento. El libro llega a las librerías argentinas de la mano de la chilena Alquimia Ediciones.

En una época en que las mujeres periodistas estaban relegadas a secciones de moda y jardinería, Nellie Bly, seudónimo de Elizabeth Jane Cochran, se transformó en una pionera del periodismo de inmersión al simular un trastorno mental e infiltrarse en el asilo Blackwell’s Island de Nueva York. “¿Cómo me sacarán?”, preguntó a su editor Joseph Pulitzer, “primero consigue entrar, luego veremos”, le respondieron a la joven de 23 años.

La propuesta de infiltrarse y hacer un artículo periodístico salió del mismo Pulitzer que por entonces dirigía el periódico New York World, al que Cochran había llegado luego de su paso por el Pittsburg Dispatch y de haber narrado durante seis meses el México de Porfirio Díaz. Por entonces ya usaba el seudónimo de Nellie Bly. Ella se ofreció para realizar un artículo que contase la inmigración en barco desde Europa, pero en esos días ya había rumores sobre lo que pasaba en Blackwell’s Island, por lo que debía ingeniárselas para ingresar allí como paciente y contar desde adentro lo que pasaba.

Entonces Cochran volvió a cambiar de identidad. Ya no sería más Nellie Bly, no podía levantar sospechas entre los periodistas, y pasaría a ser Nellie Brown, con el detalle de mantener las iniciales N.B. por si desde el periódico debían emprender algún tipo de rescate. Para que logren internarla tenía que hacerse pasar por loca y convencer a jueces y policías, por lo que decidió en primera instancia hacerse notar en su nuevo rol: alquiló una cama un albergue de mujeres obreras y allí comenzó a tener comportamientos de “desquiciada”. Pasó una noche sin dormir para desmejorar su aspecto y cuando hablaba con alguien lo hacía con los ojos abiertos y la mirada fija. Al mismo tiempo, afirmaba que su hogar estaba en Cuba y que necesitaba encontrar su “baúl”, eran casi las únicas cosas que decía.

No pasó mucho tiempo hasta que la administradora del hogar se cansó de ella y la trasladó con la policía, donde Nellie Brown siguió repitiendo sus consignas y su comportamiento, cada vez con más confianza de ser una “joven loca”. Su último paso fue enfrentarse a médicos y jueces, que sin mucha paciencia y con dudosos métodos profesionales se desligaron de Brown y encomendaron su traslado a la isla.

“Tenía algo de fe en mi capacidad actoral y pensé que podría pretender locura el tiempo suficiente para completar la misión que me confiaban. Podría pasar una semana en la residencia de dementes en la isla Blackwell. Dije que podría y lo hice”. Nellie Bly había logrado entrar al asilo, pero ahora tenía que poder salir de él.

A lo largo de sus diez días internada, Bly describe las condiciones en las que residen las pacientes y los maltratos recibidos por parte de las enfermeras. El frío inhumano, los baños con agua helada, la comida rancia —“carne hervida y una papa solitaria”—, y las golpizas y torturas proporcionadas sin mayores razones.

Ante la insistencia de ella y de otras pacientes para ser evaluadas y que determinen su cordura o no, la respuesta de los doctores siempre era la misma: “está loca”. Bly entonces habla con algunas de las mujeres internadas, unas cuarenta y cinco en el pabellón en el que ella está, unas trescientas en toda la isla, y recoge más de una historia que deja ver el deficiente sistema por el cual se las trasladaba a la isla. Muchas fueron llevadas al asilo por su condición de inmigrantes o vagabundas —situación en la que recaen al no tener las mismas oportunidades que los hombres—, más que por un diagnóstico de insania. “Quién no preferiría ser un asesino y tener la opción de vivir, que ser declarado loco sin posibilidad de escape”, dice la periodista.

Escapar de la Isla de Blackwell —”una ratonera para humanos: es fácil entrar, imposible salir”, afirma— requiere la intervención de un abogado del diario. En sus últimos días, Bly intenta interrogar a los médicos y a las enfermeras pero recibe respuestas hostiles, la acusan de no tener futuro y de estar totalmente desquiciada, aún cuando afirma que se encuentra sana y que es un error que ella esté allí.

Las crónicas que fueron apareciendo los días siguientes en The New York World y el libro que las compilaría ese mismo año obligaron a las autoridades a abrir una investigación sobre el estado y el funcionamiento del asilo en cuestión. Lo que logró Nellie Bly no fue poco, “si no podía llevarles el regalo de regalos, la libertad, al menos esperaba influir en otros para que la vida se les hiciera más agradable”. Al volver a recorrer el asilo, Bly constató las mejoras en el edificio, en la higiene y en la alimentación de las pacientes, aunque no pudo probar que muchas de sus “hermanas sufrientes”, eran encerradas sin ser juzgadas adecuadamente.

En 2019, Diez días en un psiquiátrico tuvo su versión cinematográfica con la llegada de la película «Atrapada en el manicomio». Nellie Bly, que ya se había infiltrado en fábricas de mujeres obreras, continuó con su periodismo de inmersión: entre otros artículos, la periodista contó en primera persona el mundo de la compra y venta de bebés en Nueva York y, en 1888, dio la vuelta al mundo en 72 días, inspirada por la novela de Julio Verne.

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