Notas breves para pensar la derrota

🧠 Un gobierno en pandemia frente a un bloque de poder articulado, el ascenso de la ultraderecha y la buena performance del trotskismo. Un problema de la política sin soluciones mágicas y un desafío hacia adelante: volver a enamorar.

1. El costo de gestionar una pandemia que ya lleva casi dos años y la dificultad, narrativamente hablando, de explicar que podría haber sido peor. Que los afectos y las emociones son más determinantes para definir el voto que las acciones racionales con arreglo a fines y que, en este marco, es difícil pensar que el Gobierno no sea de alguna manera castigado por una sociedad no solo altamente neoliberalizada sino también atravesada por la angustia, la paranoia, el empobrecimiento y la bronca como efectos colaterales de una pandemia que nos cambió la vida de la noche a la mañana.

2. Es evidente y nos hemos cansado de repetirlo, pero no hay que subestimar la dimensión de aquello a lo que nos enfrentamos: un bloque de poder(es) articulado por un conglomerado mediático y empresarial amparado por un sector del Poder Judicial y a través del cual se producen las subjetividades hegemónicas sobre las cuales sus expresiones político-partidarias se asientan. Un dispositivo de varias patas con capacidad para imponer agenda, construir una visión de mundo articulada y que también, a su manera, construye un lazo social.

3. De orden politológico y quizás algo irrelevante considerando la dimensión de la derrota, pero no está de más recordar que se trata de unas elecciones primarias ideadas para elegir entre pre-candidatos que compiten en una interna partidaria, en las que, en términos generales y en los distritos que mayor cantidad de votos aportan, el Gobierno presentó listas de unidad y la oposición, en cambio, ofreció competencias internas de mayor atractivo que en años anteriores. No explica la derrota, pero deja asentada una dificultad evidente para proyectar los resultados a noviembre de forma lineal.

 4. Pensar el ascenso de la ultraderecha y las buenas elecciones que, para sus propios parámetros, hizo la izquierda trotskista no tanto en función del desempeño en unas elecciones legislativas (en las que, por su propia naturaleza, la dispersión de votos entre opciones menores suele ser mayor), sino como parte de un fenómeno cultural y político más amplio. En este sentido, la pregunta que se hiciera Pablo Stefanoni respecto de si la rebeldía se volvió de derecha no deja de ser pertinente. Otra vez, una lectura de la intención de voto en clave programática hacia estas opciones electorales podría resultar inconducente considerando la inviabilidad o marginalidad de sus propuestas. Más aún, difícilmente podamos interpretar estas buenas performances electorales como la apuesta de una parte de la población a una alternativa de gobierno que venga por ese lado. En cambio, sí podemos leerlo como la expresión del clivaje establishment/rebeldía, ubicándonos a nosotrxs en el primer término y asumiendo las consecuencias y desafíos que eso implica. El uso del término de casta, con el que la ultraderecha definió su frontera antagónica, debería leerse en este sentido.  

5. La magra elección en la Ciudad de Buenos Aires nos devuelve a un problema recurrente, y si algo nos dicen las urnas es que no vamos a resolverlo reduciendo la discusión al tema de las candidaturas. Al parecer, la respuesta no estaría ni en la figura de un candidato outsider progresista como tampoco en la de un militante radical de alta exposición mediática. Probablemente tampoco encontremos la solución en un peronista ortodoxo o en un kirchnerista puro. La respuesta, citando el mantra sociológico, es más compleja, y quizás haya que ir a buscarla en la extraordinaria capacidad del macrismo para construir hegemonía en la Ciudad. Hegemonía pura y dura, gramscianamente hablando. Esto es, el ejercicio de conducir moral e intelectualmente a la sociedad, de apropiarse de banderas que bien podríamos reclamar nosotrxs (la agenda educativa resultó paradigmática en este sentido), de cooptar dirigentes, de producir intelectuales orgánicos, entre otras. Construir la contrahegemonía, articular una agenda, unificar una línea y proponer un horizonte de futuro viable, concreto, deseable y mejor que el presente que tenemos es sin dudas la tarea más ardua, lenta y desgastante de la militancia y la dirigencia, pero probablemente sea la única posible. Ninguna candidatura por sí sola nos va a resolver eso.

6. Escuchemos a Cristina. En octubre del año pasado, CFK llamaba la atención sobre los “funcionarios que no funcionan” y en diciembre del mismo año exhortaba a ministrxs y legisladorxs a no tener miedo para defender los intereses del pueblo. Evidentemente, este fastidio algún anclaje tiene. Con un gobierno cuyo mayor comunicador es el propio Presidente (demasiado tendiente a expresiones tan espontáneas como discursivamente suicidas), habrá que hilar un poco más fino y ajustar tuercas para que sus funcionarixs no sólo funcionen, sino que también militen, confronten y se expongan. Quizás sea también el momento de calibrar los niveles de moderación, considerando que es un juego al que la derecha no quiere jugar, y darle forma a lo que Chantal Mouffe llamaría un consenso conflictual, para radicalizar la democracia. Radicalización que no debe entenderse exclusivamente desde el plano discursivo, sino desde la ejecución de políticas que afecten concretamente intereses de los poderes fácticos y llamen al empoderamiento popular.

7. Tan importante como asimilar esta derrota coyuntural, lo cual Alberto hizo antes que nadie, es recordar que hace tan solo dos años Macri sacó un 40% de los votos. En el medio tuvimos -tenemos- una pandemia a escala planetaria que se tradujo en la caída del salario real, nuevos pobres, despidos, encierros, enojos, angustias y frustraciones, como ya lo señalamos. Una sociedad rota, como ya se dijo en otro lado. El alto nivel de representación que tienen las expresiones políticas pro-mercado en Argentina no es nuevo. No subestimar ni sobredramatizar esto debería ser el primer paso. De ahí en más, nos quedará construir la épica necesaria para remontar esta derrota circunstancial y proponer un horizonte de futuro del cual tenga sentido enamorarse.

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