Este 24 de enero en la Ciudad de Buenos Aires tendrá lugar la VII Cumbre de Jefas y Jefes de Estado de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). El evento no será uno más, ya que implicará el regreso de la mayor economía y la principal potencia regional al órgano multilateral: el Brasil de Lula vuelve a la CELAC luego de que Bolsonaro abandonara la instancia en 2022.
Pero el encuentro estará marcado por distintos ejes: por un lado, la discusión por la democracia en ocasión de la situación en Perú, Brasil y Bolivia; por otro, la presentación del balance de Argentina al frente de la Presidencia Pro Témpore; y por último una discusión más profunda y velada que se dará en encuentros y negociaciones por el próximo liderazgo regional.
Vayamos por partes: el encuentro tendrá lugar al tiempo que la sangre todavía permanece húmeda en las calles del sur del Perú. Son 55 los muertos que cuenta en su haber el gobierno golpista de Dina Boluarte y el posicionamiento sobre su gobierno parte aguas. Colombia, Argentina, Honduras, Bolivia y, con especial énfasis, México, marcaron su repudio a la destitución de Castillo. La decisión tuvo sus consecuencias: Boluarte expulsó al embajador mexicano y le prohibió el ingreso a Evo Morales, acusándolo de foguear las protestas.
En el otro extremo, el gobierno de Gabriel Boric fue el primero de los latinoamericanos que se ubican de este lado de la grieta en reconocer a Boluarte. Sin haber asumido, Lula también señaló que era necesario respetar los cauces de la sucesión constitucional, lo que algunos analistas leyeron como un respaldo inicial a Boluarte. Sin embargo, la situación cambió y la propia Embajada de Estados Unidos (comprometida inicialmente con el golpe a Castillo a partir del activo rol de su embajadora) salió a despegarse de la carnicería que la ex vicepresidenta dirige en las zonas más pobres del país.
La ocupación de los tres poderes de Brasil también tendrá parte en el debate: se espera que la VII Cumbre pueda emitir un documento en donde se exprese una defensa cerrada de la democracia, al calor de las acciones del bolsonarismo y de las intentonas de los separatistas santacruceños de atentar contra el gobierno de Luis Arce en Bolivia. También los intentos de magnicidio contra las vicepresidentas Cristina Fernández de Kirchner y Francia Márquez ocuparán un capítulo particular.
El balance de la Argentina frente a la presidencia de la CELAC es relativamente bueno: logró posicionar tibiamente al organismo como una alternativa a la OEA (donde participa EE.UU., a diferencia de la CELAC) y abrió nuevas agendas y alianzas. En las agendas incorporó los desastres naturales, la integración en ciencia y tecnología, y el cambio climático. Y esta apertura también le permitió acercar posiciones estratégicas, en principio con el Caribe, una región a menudo olvidada por la diplomacia latinoamericana. Pero la presidencia argentina también habilitó acercamientos con la Unión Africana, la Unión Europea, China e India.
Por último, con el retorno de Lula y Brasil, comienza también una puja por el liderazgo regional. Ante la falta de voluntad de AMLO (que centró sus energías en su vínculo con EE. UU. y Centroamérica), la incapacidad de Alberto Fernández y la moderación de Gabriel Boric y Gustavo Petro, Lula emerge como posible faro de conducción en un proceso de integración. En su visita a Buenos Aires también hará valer su peso en la región: firmará acuerdos financieros y energéticos con Argentina, lo que incluye un hipotético swap y el financiamiento de una segunda etapa del gasoducto Néstor Kirchner.
El debate por la próxima presidencia de la CELAC todavía sigue abierto. Una de las posibilidades más voceadas es la posible asunción de San Vicente y las Granadinas, un pequeño país insular cuya postulación obedece a un gesto de revalorización de los países del Caribe. Pero nadie descarta que el escenario pueda cambiar y Brasil o México hagan valer su peso regional en favor de otros actores.
