Contra los usos «fachos»: ¿por qué es importante apropiarnos de la bandera?

🇦🇷 En la Argentina, cada 20 de junio se celebra el Día de la Bandera. Principalmente en temas de índole político, su uso se encuentra atravesado por múltiples fines y significados. ¿Instrumento de soberanía o al servicio del pensamiento conservador?

Una bandera es un símbolo. Si bien representa la idea de Nación y de pertenencia colectiva, podemos decir que se originó fruto de un largo proceso de luchas internas y con otras naciones a lo largo de prácticamente todo el siglo XIX. Parte fundamental de la identidad nacional, la bandera nació como una forma de superar los localismos e identificarse con otrxs al interior de un territorio determinado.

En la Argentina, cada 20 de junio se celebra el Día de la Bandera. Su creador, el economista y abogado Manuel Belgrano, aprovechó la abdicación de Fernando VII en 1808 para ordenar la creación de una bandera que viniera a aportar unidad al ejército patriota y pudiera, en simultáneo, diferenciar a los soldados en el campo de batalla. La bandera izada por Belgrano en la ciudad de Rosario, allá por febrero de 1812, fue hecha con los colores de la escarapela y estaba asociada a una declaración de independencia. Luego, cuando San Martín asumió el mando del Ejército para cruzar los Andes, recibió del propio Belgrano una bandera con el mismo diseño y los colores celeste y blanco.

Durante las décadas siguientes, en medio de convulsionadas guerras entre unitarios y federales, existieron distintas versiones de banderas que «polemizaron» con la celeste y blanca. La utilizada por José Gervasio Artigas -en el tiempo de la Liga Federal o Unión de Pueblos Libres conformada entre los años 1814 y 1820 por la Banda Oriental y parte de las actuales provincias argentinas de Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Córdoba y Santa Fe- tenía una franja roja que la cruzaba de punta a punta, cuya función era representar la sangre derramada en pos de la defensa de la autonomía de los pueblos. Por su parte, entre 1829 y 1832, Juan Manuel de Rosas cambió el azul celeste por un azul profundo, ya que la bandera celeste se asociaba usualmente con los unitarios. En su segunda gobernación (1835-1852), le agregó cuatro gorros frigios en los vértices, los símbolos distintivos de la Federación. Finalmente, el Congreso Constituyente de 1853 volvió a los colores celeste y blanco con el sol en la franja media, tomando como referencia la bandera consagrada por el Congreso Constituyente en 1816.

Si bien actualmente no existe discusión sobre el diseño de la bandera argentina, es necesario destacar que su uso se encuentra atravesado por múltiples fines y significados. Quizás uno de los pocos ámbitos donde se utiliza con el mismo propósito es en el fútbol, cuestión que quedó demostrada con la obtención de la Copa del Mundo Qatar 2022 por parte de nuestro seleccionado. Allí millones de almas salieron a las calles, en unidad y portando los mismos colores identificatorios, para celebrar el título mundial luego de 36 años de espera. No sucede lo mismo en temas de índole político, donde suelen aparecer intereses contradictorios entre diferentes sectores sociales. Podemos mencionar como ejemplo el peculiar uso de la bandera nacional que han realizado ciertos grupos de clase media-alta en los últimos años, casi siempre en franca oposición a las políticas de los gobiernos kirchneristas y con una mirada de tinte conservador. Desde las protestas del «campo» en el año 2008 hasta los cacerolazos de 2012, pasando por las marchas anti-cuarentena en 2020 y otras de menor repercusión.

Frente a estas intencionalidades manifiestas que ponen en jaque el bienestar de las grandes mayorías populares, resulta fundamental (re)apropiarse de los símbolos patrios como forma de expresar la férrea defensa de los intereses nacionales. En ese marco, un programa político-electoral que exprese anhelos de soberanía debe marcar una ruptura con los postulados del FMI y encauzar nuevamente al país en un rumbo autónomo. Evidentemente no sólo alcanza con gestos: cabe recordar que alguna vez, cuatro años atrás, Cristina y Alberto estaban en sintonía y protagonizaban un hermoso cierre de campaña en el Monumento a la Bandera. La simbología es más que necesaria, pero se precisa que esté unida con una discursividad capaz de ser llevada adelante en la práctica. Que decir y hacer no estén escindidos de la cotidianeidad política, que el uso de la bandera sea un símbolo de soberanía y no un recurso disponible para el pensamiento «facho».

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Sebastián Furlong

Licenciado y profesor en Ciencias de la Comunicación (UBA). Retrato periodísticamente el conurbano y la ciudad de la furia. Agenda popular y política para analizar la realidad y aportar al quehacer colectivo.