A dos semanas de transcurridas las PASO y a poco menos de dos meses para las generales, sobre la palestra todavía impera el desconcierto. Javier Milei ganó con casi un tercio de los votos y pasó de ser un león omnívoro al Mahatma Javi, moderó el tono y las consignas, y mientras más se acerca al poder más se le nota la casta. Ya anunció ministros (menemistas, albertistas y twitteros), le prometió un puesto al propio Macri y se conoció la lista de sus sponsors: entre los auspiciantes de su campaña figuran desde el millonario Eduardo Eurnekián hasta un primo de Marcos Peña.
Patricia Bullrich ganó su interna, pero ya atisba lo que implicaría el peso de una eventual derrota. Entrampada entre un Massa que se mueve cómodo entre empresarios y viaja a Estados Unidos con una frecuencia inusitada, y un Milei que la bautiza como «su Manaos», la Pato está con la ñata contra el vidrio mirando de fuera un eventual ballotage.
Las encuestas que comienzan a circular (a esta altura más parecidas a una tirada de cartas de Tarot que a un ejercicio demoscópico y prospectivo) ya auguran un hipotético ballotage entre el Tigre y el León. La derrota de Pato sería un golpe para Juntos por el Cambio, que pasaría a estar inequívocamente dirigido por el Macri Manaos, Jorge, uno de los dos referentes del PRO -junto con el chubutense Nacho Torres- que quedaría al frente de un distrito provincial.
Esta semana, Bullrich ya nombró voceros especializados para que hablen de economía y compitan con el perfil libertario: Carlos Melconian, el eterno aspirante a ministro, será la vocería que acompañará a Hernán Lacunza para intentar rebatir falacias libertarias. Tienen un camino complejo para profesionalizar el discurso de una candidata que aspiraba a ir a controlar las reservas a una bóveda imaginaria en el Banco Central.
Grogui: que está aturdido o ha perdido el conocimiento a causa de los golpes. Es un término del boxeo pero aplica para la política en su faceta más pugilística. Unión por la Patria aún no emerge del desconcierto. Entre el anuncio del anuncio y la devaluación del día después, la campaña no arranca mientras no haya medidas concretas que mejoren el bolsillo de trabajadores y jubilados. Sergio Magia deberá apelar a algún truco redistributivo urgente si tiene entre sus intenciones llegar al ballotage. Con campaña del miedo y fotos en Inteligencia Artificial no alcanza.
Esta semana se conoció la noticia más importante en los últimos años en materia geopolítica: el ingreso de nuestro país al BRICS. Ni el presidente Alberto Fernández ni el canciller viajaron a Sudáfrica, probablemente más preocupados por cómo impactaría la foto del regreso con las manos vacías en una rosca que fue fina hasta el último momento y que se definió por presión del gigante Lula da Silva. Pero tampoco lo hizo el embajador: estaba en Pretoria, una ciudad a 62 kilómetros, pero le impidió acercarse a colgarse una medalla en el pecho.
El gasoducto, los BRICS, la inversión en Ciencia y Tecnología. Cuando el hambre apremia, la longitud de la mira se estrecha. Nadie duda de la poca espontaneidad de los saqueos pero tampoco nadie puede discutir que hay un caldo de cultivo que habilita estos episodios. La pregunta es: ¿quién instrumentaliza políticamente el miedo? ¿A quién le sirve que la cosa se desborde?
El Gobierno (junto a los gobernadores, la cúpula de la CGT y el más grande de los movimientos sociales) apostó por el diálogo y todos la pagamos caro. Del otro lado no hay institucionalidad ni margen para el consenso: atizaron saqueos, presionaron para que el Fondo no desembolsara y hasta intentaron asesinar a la principal lideresa popular. De este lado, respondimos con convocatorias al diálogo, llamando a un gato con silbidos. Todo un palo, ya lo ves.
El gran ganador de la elección juega el Mundial de Bridge en Marruecos. Mauricio Macri tiene dos candidatos: una oficial, a quien apoyó en la interna partidaria, y uno alternativo, que ya le ofreció ser su representante ante el Mundo. Entre mano y mano twittea mientras sigue la puja local a la distancia. Miralo a Duraznito, viviendo la buena vida. Y nosotros que pensábamos.
