Coser por la herida: la política fatigada

✍️ Milei no habló, fue hablado por quienes mostraron algún tipo de adhesión a su figura. El ajuste, además de económico, es sobre todo anímico. No sale en las encuestas de opinión, es depresión y desesperación. La política quedó ciega, sorda y a ratos muda.

Un Estado fisura

Cuando llegó la pandemia, con sus ASPO y DISPO, los miedos sociales y políticos se exacerbaron. Fue el paréntesis que detuvo el intento de salir del parate productivo que había dejado el macrismo, traducible en: caída de la actividad económica, mayor desempleo, aumento de la desigualdad y de los niveles de pobreza, hambre, por tan sólo enumerar algunos de sus efectos. También fue un primer parate en el carácter audible y de escucha de la política y sus dirigentes: la política pareció distanciarse y aislarse de su sociedad. Una paradoja vil. 

Dicha crisis acotó los espacios para la imaginación política y de las políticas públicas. De sus grietas surgieron, por ejemplo, el impuesto a las grandes fortunas para financiar políticas como la urbanización de barrios populares; también el IFE, del cual el alto funcionariado esperaba una inscripción de tres millones y se anotaron doce millones. Error de excel, brecha de percepción.

Así como en otros tiempos la militancia se hacía aprendiendo en el territorio, el entonces plantel ministerial encargado del desarrollo social a nivel nacional se manejaba entre “la contención y el parche”. Entre tanto, la ceguera política a la crisis social se hizo evidente. Un interruptor: el conflicto por la tierra en Guernica y la lucha de cuerpos a la intemperie. No salimos mejores. La amenaza de un estallido social era una constante al son de una política ya distanciada. Crónica de derechos arrebatados.   

Entonces, ¿por qué no estalló, por qué no estalla? No hubo ceresita estatal o sí la hubo fue a nivel municipal quienes actuaron como subestados emparchando políticas públicas nacionales y con transferencias de recursos entre los sectores populares: la “contención”. Mientras tanto, el Ejecutivo nacional presentó un largo adormecimiento nutrido por la exacerbación de discusión interna del peronismo, el cual se mostró aplacado y no logró liderazgos claros, disidencias explícitas y síntesis superadoras en la contienda electoral: la doctrina epistolar resultó inaplicable. 

La política fatigada

“El que no lucha se estanca, como el agua. El que se estanca se pudre” 

Raúl Scalabrini Ortiz

En la elección presidencial, el candidato peronista “convocó” pero no sintetizó. En este punto, la maquinaria que salió victoriosa aglutinó una alteridad recalcitrante contra lo que estaba, contra ese “estado de situación”. En él, no buscaron ni un líder con coherencia ni estabilidad, no pretendieron grandilocuencia discursiva sino hablar en una lengua cautiva. Milei no habló, fue hablado por quienes mostraron algún tipo de simpatía y adhesión hacia su figura. 

Este escenario se fue tejiendo en una sociedad implosionada, a decir del Colectivo Juguetes Perdidos. Desde hace tiempo (desde hace al menos una década) vienen registrando los cambios que se suceden por fuera del radar mediático y claro, político, acá en las barriadas de los conurbanos. Si bien destacan que el estallido es reconocible e identificable “a la vista”, resaltan el momento actual apelando a la implosión ya que involucra mecanismos distintos de acercamiento a los problemas sociales: “aprender a escuchar” más que ir y mirar qué pasa en la sociedad. Entienden que el ajuste -además de económico- es, sobre todo, anímico. No sale en las encuestas de opinión, es depresión y desesperación. La política, que encima se socializa en el mundillo de las encuestas, quedó ciega y sorda, y a ratos muda.

Cuando llegó la pandemia, con sus ASPO y DISPO, los miedos sociales y políticos se exacerbaron.

No hay olla para rascar: contra la tabula rasa

La asunción de Milei y sus primeros tres meses de gobierno vinieron con la política del no. No hay plata, no hay interlocutores. La idea de procurar una pizarra en blanco para gestionar el Estado resonó como parlante en baile. Mientras tanto, una oposición fragmentada que reclama por el desahucio del Estado encuentra un funcionariado donde rige la vocación por “superávit” llevando la ecuación administrativa al “con el pueblo afuera”. Fiel reflejo de ello resulta la parálisis y el retraso de partidas presupuestarias para escuelas, universidades y comedores. Un plan deshumanizado.

“Esto ya lo viví”, dicen algunas personas en las calles. Familias ocupan tierras para poder vivir y reproducirse. La respuesta ante esto media entre la incertidumbre y la violencia; pasa que, como dicen en los municipios, no alcanzan los recursos, económicos, pero sobre todo no hay personal para “atender y vigilar”. Por otro lado, molinetes que se saltan, cuerpos que recorren estaciones y plazas sumándose a iniciativas colectivas extrapartidarias, extramovimientistas para hablar, para ser menos nadie: enunciar algo a costa de “ser aparateados”. La remienda del lazo social parece constante no por la dirigencia, sino por la misma práctica política de quienes circulan con la sensibilidad a flor de piel. No es el 2001, pero ¿entonces qué?

“No tenemos cebolla, no tenemos gas” dice una señora que cocina en un comedor de Mar del Plata. Mientras la mercadería “no baja”, los reclamos no cesan. Ya no se puede estirar más la comida. Panamericana y 197, dónde la gente corta: punto neurálgico del corredor norte. El reclamo es un loop conocido: no hay recursos para los comedores, la mercadería no llega, apuntan algunas mujeres. Se trata de un Estado en disolución que no provee asistencia. No hay trabajo ni respuesta pero por sobre todo, no hay interlocutor con quien hablar y menos que escuche. Entonces ¿a quién acercar la demanda?

Abrir paso a la imaginación política

¿Para dónde salir jugando? En la cancha, la oposición al Gobierno, por momentos, parece que se “enfrió”. Mientras tanto, las provincias entran en juego y sus gobernadores deciden salir del banco. La territorialización de la disputa no espera: atrincherarse en la tierra con el recurso más icónico parece ser un llamamiento. ¿Desconurbanizar el peronismo? Petróleo en Chubut, Yerba Mate en Misiones y así. Cambio de jugadores. 

Volver a armar, a jugar desde el fondo, usar los carriles, puede ser la alternativa. Horizonte de posibilidad. Rearmar un proyecto de lógica y práctica federal. ¿A quiénes se va a convocar al partido? ¿Acaso vamos a seguir mirando “las grandes ligas” o vamos a volver a buscar y observar quiénes están en los potreros? Hay semillero, hay tierra fértil. Proyecto nacional se le suele decir; al menos, en algún lado tenemos que arrancar a discutirlo.

Siguiendo a Gramsci, hoy los monstruos habitan una Argentina en donde lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer: queda salir del claroscuro. En el transcurrir, la olla, la toma y la movilización popular operan como repertorio histórico de la organización colectiva, como una suerte de hilo de continuidad ante discursos públicos precarizantes. Las heridas están más abiertas que nunca y con un tendal de víctimas plural y heterogéneo, por lo que la articulación, nuevamente la escucha, y nuevas formas de protesta y de qué hacer político son parte sustantiva para recuperar alguna idea de futuro.

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