El después de la «urbanización» del Sector YPF: insalubridad, abandono del GCBA e incendios

🏘️ Hace algunos años, el Gobierno de la Ciudad construyó 29 edificios en el Sector YPF del Barrio Padre Mugica para que los habitantes del lugar dejaran de vivir debajo de la Autopista Illia. El Grito del Sur visitó el barrio y conversó con los vecinos para conocer sus opiniones y experiencias sobre las viviendas nuevas.

Es un viernes feriado, pero la Terminal de Ómnibus de Retiro no está desbordada de turistas, ni locales ni extranjeros. Al contrario, hay cierta quietud en la zona, muy pocas personas circulando por las calles. No parece Retiro. La niebla se está volviendo espesa y amenaza con convertirse en lluvia en cualquier momento. La Torre de los Ingleses, por momentos, pierde su reloj, que se borra entre las nubes bajas. Cuando la niebla se corre, aparece de nuevo y marca las dos de la tarde. 

Sobre las calles Yaguareté y Calilegua hay un terreno baldío con una montaña de tierra, ladrillos rotos, fragmentos de tuberías de plástico que ya no sirven, una silobolsa que deja entrever solamente la mitad de un número de teléfono (“1138”), porque la otra parte está tapada con más tierra y escombros. En la cima de esta montaña porteña están los vestigios de lo que parece haber sido un sillón, pero ahora sin funda, desnudo, sin protección, a la intemperie, en su forma de simple gomaespuma. Más acá, por la vereda, hay un alambrado caído, que debería estar cerca de las púas pero que, sin embargo, está a la altura de la mitad del promontorio. Y es que esta montaña de cosas olvidadas insiste con extenderse hasta ocupar toda la vereda, quiere arremeter contra todo lo que la restrinja. Más allá, por encima de la gomaespuma que hace de frutilla de un postre imperfecto y gigantesco, se ve el primer bloque de viviendas nuevas del Sector YPF del Barrio Padre Mugica, también conocido como Villa 31. María Muñoz, habitante del lugar desde hace trece años, prefiere que se le diga “barrio” porque “villa” le hace acordar a los tiempos de la dictadura, en los que “los milicos —dice— identificaban a este lugar, y a otros como éste, por números”.  

Las viviendas nuevas en el Sector YPF se construyeron hace, más o menos, cinco años. El Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires había dicho, en su momento, que construiría más de 1200 casas para que las familias que vivían debajo de la Autopista Illia se mudaran a este sector y estuvieran rodeadas de mejores condiciones de salubridad. ¿Y esta montaña de tierra y escombros qué hace acá, entonces? María aprovecha la cadencia de la pregunta para prenderse un cigarrillo. Una vez encendido, dice que “acá deberían haber obras diferentes ya finalizadas, no me acuerdo qué iba a haber en este lugar puntualmente pero en otro, que ahora lo vamos a ver, habían anunciado que iba a haber un teatro”. 

Fotos: Jhon Calixto

Ese otro lugar es, al día de hoy, otra montaña de cosas olvidadas, una todavía más grande que la que está sobre las calles Yaguareté y Calilegua. A este segundo bodoque de tierra, escombros y basura, que está entre las calles Puma y Cerro de los Siete Colores, le creció vegetación, y el alambrado que debería contenerlo fue cortado en una parte, en forma de círculo grande, como si fuera un portal, por alguien que ha querido pasar al terreno baldío para instalarse ahí. “Estamos esperando que hagan las obras, estamos en total abandono, en una situación bastante compleja de impacto ambiental, ya que esto genera enfermedades porque, como ves, hay agua estancada que genera dengue. En marzo empezamos a caer varias personas del barrio con esta enfermedad”, cuenta María. Es que, efectivamente, ambos terrenos baldíos parecen estar ahí para invitar a los roedores e insectos a que se hagan un festín. 

Las montañas porteñas de cosas olvidadas también funcionan como lugares estratégicos para esconderse hasta sorprender a alguien en un robo. De eso hablan Herminia y Antonio, quienes tienen un kiosco justo enfrente del segundo terreno baldío, en una charla con este medio. Herminia cuenta que el otro día casi le robaron cerca del alambrado. “Me pegaron con un revólver, se habían escondido ahí”, dice y señala el terreno baldío que tiene el alambrado cortado en una parte, en forma de círculo grande. “Es un lugar peligroso, de ahí salen ratas, mosquitos, se junta gente. Cualquiera se puede meter ahí y no lo ves —advierte Herminia—. Sería lindo que ahí hagan una escuela, que les va a servir a los chicos del barrio”. Antonio, por su parte, cuenta que hace tres o cuatro meses juntó firmas para pedir a las autoridades locales que sacaran los escombros, pero nadie le dio una respuesta. “Dicen que no hay plata para gastar en eso”, comenta Antonio. Al escuchar eso, a María se le dibuja un gesto de bronca en la cara. “Lo peor de todo es que hay un presupuesto que había sido asignado al Gobierno de la Ciudad para llevar adelante diferentes obras, que de hecho generó una articulación con el Banco Interamericano de Desarrollo, y bueno, ahora queremos ver en dónde pusieron la plata de esa deuda que generaron en nombre del barrio”, pregunta María al aire. 

¿Qué haría falta construir en esos terrenos hoy abandonados a la buena de Dios? “Acá siempre estuvimos peleando por diferentes proyectos para que haya un hospital público dentro del barrio, porque tenemos tres CeSAC nada más”, advierte María. Los CeSAC son Centros de Salud y Acción Comunitaria que “dan una atención primaria que nos viene re bien, celebramos que estén —dice—, pero necesitamos una atención intermedia o de alta complejidad, como contar con una guardia o con un lugar donde podamos hacer tomografías computadas y operaciones”. Si no fuera posible construir un hospital público en alguno de los terrenos baldíos, al menos que el Gobierno de la Ciudad saque los escombros de ahí. Eso piden María y sus vecinos. De hecho, desde hace unos días ella se está encargando de juntar firmas otra vez para presentarlas en la Unidad de Proyectos Especiales y reclamar por el estado de abandono en el que quedaron esos terrenos desde hace unos tres años. 

María Muñoz. Fotos: Jhon Calixto

La mudanza de debajo de la Autopista Illia hacia el Sector YPF implicaba, según cuenta María, “dejar la casa de ladrillo, cemento y arena, hecha a pulmón durante años, y pasar a una de chapa y Durlock”. ¿Cómo, no había dicho el Gobierno de la Ciudad que las viviendas iban a hacerse con materiales de alta tecnología para que fueran sustentables y de calidad? Las autoridades habían prometido también que las viviendas nuevas iban a contar con agua fría y caliente aunque hubiera cortes de luz, dado que iban a tener instalados paneles fotovoltaicos y termotanques solares. “Se fueron quemando las resistencias de los paneles solares —cuenta María—, algunas administraciones no podían conseguir los repuestos y se empezó a hacer un reclamo colectivo para que nos dieran termotanques eléctricos. Después de varios meses de insistencia, muchos vecinos y administradores conseguimos que nos hicieran el cambio, pero porque eso fue denunciado en muchos medios de comunicación”. 

María también cuenta que en el Sector YPF ya hubo varios incendios “que fueron producto —dice— de la precariedad de los cables del tendido eléctrico dentro de las viviendas. Se sobrecalientan y generan incendios. Es más: ayer hubo un incendio en lo de una vecina que lo perdió todo”. Se refiere a Angie, quien tiene un local en el barrio que se llama “El almacén de Angie”. Se le quemaron las heladeras y la mercadería. “Con lo difícil que está todo, no poder laburar día a día es un bajón”, reflexiona María. En una charla con este medio, la vecina afectada por el incendio cuenta que está bien de salud, pero “nuestros bienes, todo lo que teníamos en el local, se perdió todo. Con lo que valen las cosas ahora, nada se puede conseguir fácilmente, entonces a mí me duele un montón”. También relata que sus amigas y vecinos la ayudaron a limpiar, y que hizo el reclamo en el Gobierno de la Ciudad, pero que nadie se acercó. “Debe ser por el feriado”, piensa Angie en voz alta. Además dice que ya hubo como cinco incendios en el Sector YPF. “A nosotros nos mudaron, en pandemia, a una vivienda con unas instalaciones de luz pésimas, porque no están como para un local. En nuestra casa de allá —dice Angie refiriéndose a la zona de Bajo Autopista— nunca nos pasó esto. Si bien teníamos la casa debajo del puente, nunca tuvimos este problema”. 

El Gobierno de la Ciudad aseguró, en su momento, haber realizado relevamientos para conocer cómo se componía cada familia y qué posibilidad de acceso a la educación, la salud y el trabajo tenía cada una, de manera que la mudanza de un sector a otro no generara mayores inconvenientes en su vida diaria. Pero no todos los habitantes del barrio habían querido mudarse en aquel entonces. A María se le humedecen los ojos cuando recuerda la última casa de la Manzana 35 de Bajo Autopista. Cuenta que la propietaria de la vivienda estaba a favor de la mudanza, pero no llegaba a un acuerdo con los inquilinos, quienes finalmente fueron desalojados a la fuerza sin solución habitacional. María también recuerda con ojos humedecidos a su vecina y amiga de ese momento. “Ramona Medina y yo vivíamos en esa manzana, yo me quedé esperando a que ella fuera relocalizada, pero en plena pandemia, siendo una persona de riesgo, se quedó sin agua y por buscar agua le agarró el COVID y falleció entubada. Ella pedía una vivienda conforme a sus necesidades por tener una menor con discapacidad”, cuenta. 

Ese recuerdo le hace decir ahora que “las viviendas nuevas del Sector YPF no están pensadas para personas con movilidad reducida o para personas de la tercera edad, porque si bien algunas casas tienen solamente una planta baja, otras tienen tres pisos por escalera, y no le podés estar pidiendo a una persona que suba las escaleras si tiene movilidad reducida —señala María—. Si hubiese una persona con discapacidad el propietario tendría que modificar la vivienda, pero en realidad debería haberlo hecho el Gobierno de la Ciudad porque fue el que impuso el reasentamiento. Diseñaron todas las casas iguales sin contemplar la necesidad de cada familia, y ellos tenían nuestros datos, sabían cómo estaban conformadas las familias. Era una cuestión de voluntad”. 

De camino a la zona en donde vivía María antes de la mudanza al Sector YPF, se ve una cancha de fútbol y una garita de seguridad. “La otra vez hubo un tiroteo, cayó un pibe muerto acá en la cancha y los policías no salieron —relata María—, porque dijeron que no les correspondía, porque se dividen por jurisdicción ellos”. Unos pasos más allá, cerca del Centro Cultural “Vamos a andar”, sobre la calle Evita al 1200, se ven muchos cables de electricidad que cruzan las diferentes casas. “¿De qué urbanización hablan? —pregunta al aire María—. Estos cables no deberían ser aéreos, por ley no está permitido”. 

Fotos: Jhon Calixto

Debajo de la Autopista Illia, la niebla que había estado jugando a borrar el reloj de la Torre de los Ingleses en el centro de Retiro ahora se transforma en lluvia. Un copioso chorro de agua cae en forma de catarata hacia una cancha de fútbol. Es la que construyó el Gobierno de la Ciudad donde antes vivían los vecinos del barrio. Un chico de unos doce o trece años que lleva una cinta de papel recién comprada en una mano se acerca y dice: “Igual no se puede usar”, señalando la cancha. ¿Por? “Porque te cobran para entrar”, responde a cuentagotas. ¿Quiénes cobran? “Los paraguayos”, dice a la vez que hace un gesto con la cabeza para señalar la zona en la que se encuentran dichas personas. Son vecinos del barrio que disponen de la llave del candado que rodea la puerta de la cancha, que está enrejada. 

Más allá hay una plazoleta con dos hamacas para bebés en el centro y cuatro asientos de cemento en un costado. Detrás de los asientos se ven los restos de las antiguas casas de ladrillo, cemento y arena hechas a pulmón durante años, como había dicho María antes, donde ella y su amiga Ramona habían compartido muchos momentos juntas. Pasando las hamacas y los asientos de cemento, hay un Centro Comunitario, pintado de blanco con algunas partes de colores. “Ahí hacen diferentes actividades culturales, algunas de género y otras de apoyo escolar”, cuenta María. Al lado de esa construcción hay un tacho de basura desbordado de residuos. Alrededor de él, se encuentra la base de una inminente nueva montaña de cosas olvidadas. Por ahora son solamente pedazos de muebles sueltos y plásticos desparramados que no llegan a formar un promontorio, pero que de seguir acumulándose podrían devenir en una montaña de basura. Enfrente de ese sector, en lo alto de una pared, hay un cartel con fondo azul y letras celestes que dice: “Seguimos mejorando el espacio público del Bajo Autopista. Buenos Aires Ciudad. Vamos por más”. 

Fotos: Jhon Calixto
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