«Los hechos traumáticos colectivos requieren de respuestas comunitarias»

🧠 A plaza llena y cual rockstar, Alicia Stolkiner dio su último teórico en la Facultad de Psicología. La salud mental colectiva, los discursos de odio y el conservadurismo de las universidades en una charla a fondo con una de las referentas de la psicología en Argentina.

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Aclamada por su gente y a plaza llena. Así fue el último teórico de la profesora Alicia Stolkiner, psicóloga, docente universitaria y titular de la cátedra de Salud Pública y Salud Mental de la Universidad de Buenos Aires. Mientras el campo profesional, académico e intelectual la reconoce como una de las más lúcidas pensadoras en su área, la Facultad de Psicología de la UBA le dio la espalda: primero le impidió ser candidata a decana y luego hizo todo lo posible por «jubilarla». Pero Alicia sigue tan lúcida y sensata como siempre y, en diálogo con El Grito del Sur, habla sobre universidad y conservadurismo, salud mental y discursos de odio. Escucharla, como siempre, es aprender.

Fuiste reconocida por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires en la misma semana que diste tu último teórico en la Facultad de Psicología, gobernada por el macrismo. ¿Qué reflexión te queda sobre la universidad, que se supone un espacio de ideas y pensamiento crítico, pero que muchas veces termina siendo dirigida por sectores conservadores?

A mí me preocupa. La UBA es una universidad llena de capacidad de producción y de pensamiento, a pesar de, muchas veces, contar con una burocracia institucionalizada que va subordinando la universidad a principios que rompen con esa capacidad. Pero no es un problema exclusivo de la Argentina: es una tensión que las universidades en sí mismas están teniendo y algunas de ellas de manera más grave que la nuestra. Hay un proceso de mercantilización de la educación: la Organización Mundial del Comercio dice que las universidades tienen que ser un factor de producción de recursos en sí mismas. Y ahí entra todo el paquete: ¿Quién se capacita y para qué? ¿Quién se piensa que es la persona que tiene que atravesar la universidad?

¿Cuáles creés que son las consecuencias a mediano plazo de la pandemia sobre la salud mental?

Hablar de consecuencias a mediano plazo es en realidad hacer ciencia ficción, porque no sabemos cómo va a seguir. Nosotros estamos en un buen momento ahora, hemos logrado un nivel de vacunación alto, pero si uno mira el invierno europeo en este momento, la crisis que están teniendo países que no han logrado el nivel de vacunación de Argentina es preocupante. Hace dos semanas, por primera vez en dos años, el Garrahan no tuvo a ningún niño en terapia intensiva por COVID-19. Pero aunque sean menos, las muertes no se miden por cantidad. Esto va a dejar una huella en todas las personas que lo atravesaron, como lo dejan los episodios traumáticos colectivos. Y en políticas públicas se necesita una fuerte atención estatal a las problemáticas colectivas de salud mental. No una atención individuo por individuo. En salud mental la respuesta suele ser individual: tratamiento psifarmacológico y psicoterapéutico. Pero los hechos traumáticos colectivos requieren de trabajos comunitarios, de reconstrucción de lazos, de fortalecimiento interdisciplinario de vidas que se han visto vulneradas. Se necesitan políticas públicas que armen una red de soporte a una sociedad dañada.

Cada vez crece más una corriente que habla de la neurodiversidad como forma de poner en crisis la patologización de ciertos padecimientos de salud mental. ¿Cómo ves la emergencia de este movimiento?

Para mí es muy atendible. Quizás algunas personas, sobre todo los que se consideran expertos por haber sido usuarios, tienen una visión más extrema, una reivindicación del delirio y la locura que puede ser útil para algunas personas pero para otras no. Yo creo que una buena parte del sufrimiento psíquico que acompaña lo que normalmente se ha llamado patologías psiquiátricas, tiene que ver con ser colocado en el lugar del loco, con no ser escuchado, con no ser reconocido en sus fragilidades. Las personas que suelen diagnosticarse como paranoicas son personas de una altísima sensibilidad y percepción de situaciones de conflicto o agresión. Yo suelo comentar de una mujer joven que solía tener episodios, había que internarla y tomaba medicación antipsicótica. Pero era una persona que llevaba una vida común porque no había tenido que soportar 20 años de internación. El problema de ella era, cuando estaba iniciando una relación, decir que tomaba psicofármacos, o cuando consultaba al médico y el médico veía que tomaba antipsicóticos, sentía que no la tomaban más en serio. Es una política de estigmatización que lleva a que uno mismo construya ese estigma. Eso pasa por etnia, por clase pero también por condición subjetiva. Y por eso este movimiento, en respuesta a la idea de que esto es neurológico (aunque todo problema de salud es social, del cuerpo y subjetivo, no lo podes separar) toman la idea de que es biológico y dicen: «Ma si, vamos a decir que es biológico: somos neurodiversos, no enfermos».

A nivel regional crecen los discursos de odio y sorprende la construcción que se hace de la otredad. ¿Cómo ves la capacidad que tuvieron estos sectores de extrema derecha de captar un malestar presente en la sociedad?

Cuando fue la crisis hiperinflacionaria en 1989, nosotros estábamos trabajando en la cátedra el tema de inflación, economía y salud mental. Hay un texto de Ferguson que aborda todo el problema de la hiperinflación de la Alemania entre guerras y la construcción del odio y la ruptura social que produce ese momento cuando «muere el dinero». Ahí empezamos a trabajar en la articulación de lo económico, lo social y su impacto en la vida cotidiana. La pandemia fue un catalizador de una situación mundial que estaba hiper inestable: estamos en un alud que no empezó con la pandemia. Se empezó a desencadenar en la crisis de 2008 y se está desarmando el mundo que comenzó en la posguerra con la hegemonía de Estados Unidos: ahora la financiarización extrema concentra por un lado, pero también deja a millones de personas afuera. Y ese terror de quedar afuera, más la exhibición obscena de riqueza, produce odio además de riesgo de muerte y enfermedad. Así como en el mercado, el que captura el deseo gana, hoy el que captura el odio gana. El que logra que yo piense que el otro no lo es.

Alicia Stolkiner en su último teórico

¿Cómo ves la relación entre redes sociales, sobreinformación y padecimientos de salud mental?

Es un factor del cual somos víctimas todos: la sobreinformación y la instantaneidad de los dispositivos tecnológicos. Que ninguno de ellos es neutral: la mayor parte de los vínculos que se establecen con el celular entran en redes que tienen preformatos de cómo se vinculan las personas y con quién. Y el reconocimiento de vinculación es muy frágil. Yo no digo que los sistemas de red no sirvan para formar lazos. Nosotros hemos dado clases virtualmente y tenemos alumnos que han trabajado en grupo, han producido colectivamente. Pero hay un problema muy serio: estamos todos los días sobresaturados de información y esa información muchas veces es muy maligna y se despliega con un altísimo nivel de intensidad. Es agotadora. Y los medios buscan más un efecto emocional que una comprensión: «Mire qué horroroso lo que pasó». Y ese efecto emocional, que produce un enojo absoluto, se alivia cuando encontrás un culpable, que está ahí, que es de carne y hueso y con el que podés decir «habría que matarlos a todos».

Diste tu último teórico en la Facultad de Psicología. ¿Cuál creés que es tu legado en el campo de la salud mental?

Yo creo que la acción más importante mía fue cuando fui a un Congreso Latinoamericano de Medicina Social e intenté desde ese momento unir dos campos de evolución paralela: el campo de la salud colectiva con el campo de la salud mental.

Fotografía de portada: Sabrina Nicotra (para ANCCOM)

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Yair Cybel

Una vez abrazó al Diego y le dijo que lo quería mucho. Fútbol, asado, cumbia y punk rock. Periodista e investigador. Trabajó en TeleSUR, HispanTV y AM750. Desde hace 8 años le pone cabeza y corazón a El Grito del Sur. Actualmente también labura en CELAG y aporta en campañas electorales en Latinoamérica.