Salud mental y crisis económica: la sobrecarga en la psiquis de los argentinos

🧠 Con la crisis económica, muchas personas debieron espaciar o dejar sus tratamientos terapéuticos. ¿Cómo afecta esto a la psiquis de los argentinos? ¿Cuáles son las consecuencias de la debacle económica en materia de salud mental?

Entre divanes, lapsus y test de Rorschach, Buenos Aires tiene fama de ser la ciudad más psicoanalizada del continente. Si bien en estos territorios la mayoría ya no se espanta de decir en voz alta que va a terapia, la desinformación, los prejuicios y la ausencia de profesionales idóneos hacen que cada vez se hable más de una pandemia en salud mental. La situación recrudeció aún más luego del aislamiento a causa del Covid-19, con un correlato a nivel global, donde el número de depresiones, suicidios y trastornos de ansiedad está en alza, tal como la utilización de psicofármacos.

¿Qué efectos tiene la crisis económica en la psiquis humana? ¿Cuántos debieron dejar su tratamiento por falta de recursos? ¿Cuántos optaron por espaciar sus consultas por no poder costearlas de manera periódica? 

Según un estudio realizado por el Observatorio de Psicología Social Aplicada de la Universidad de Buenos Aires (OPSA) en 2022, un 74% (de un total de 1700 personas encuestadas) consideró que la crisis económica tenía efectos muy profundos y duraderos en su vida personal y un 64% dijo que su salud mental estaba “peor o mucho peor” que antes de la crisis. Además describieron su estado de ánimo con palabras como “incertidumbre”, “hartazgo”, “bronca”, “desesperanza” o “temor al futuro”. 

Dos años después de estos resultados, el ascenso de Javier Milei y el recrudecimiento de la debacle económica, política y ambiental, aumenta la ansiedad a ritmo casi tan acelerado como la inflación y logra que cada vez más personas deban postergar la búsqueda de ayuda profesional, volviéndose la terapia un lujo privativo. El Grito del Sur consultó a especialistas y usuarios del sistema de salud mental al respecto.

Ilustración: Verne- El País

R hizo terapia durante nueve de sus 33 años. Comenzó las consultas en 2015 cuando estaba atravesando un duelo por una relación muy larga y desde ese momento realizó un tratamiento gestáltico que luego cambió por un proceso del tipo cognitivo conductual. Para ella, la terapia significó remontar su vida en un momento de crisis y vulnerabilidad. “Siempre tuve mi espacio terapéutico como una prioridad. Desde que empecé a hacer terapia pude trabajar un montón de cosas sobre mí. Siento que es un lugar necesario, sobre todo para las personas que vivimos en una sociedad tan exigente y tan salvaje. Hacer terapia me daba un punto de vista profesional sobre lo que estaba sucediendo en mi mente”, relata. 

El mismo día que dio este testimonio, R debió comunicarse con su psicóloga para informarle que no continuaría con el tratamiento por cuestiones económicas. Ella es una de las despedidas del Ministerio de Justicia y sabe que -a pesar de sus necesidades- deberá ajustarse al contexto económico. “Me afecta porque tener un espacio terapéutico era fundamental para mí con la ansiedad y los nervios que conlleva atravesar este presente oscuro. Era un espacio donde podía hablar de mis miedos, mis inseguridades y buscar salidas posibles para las disyuntivas que te plantea la vida. Sostener la salud mental es necesario para ser funcional en este sistema, más ahora que prendés la tele y ves cada día otra mala noticia”, asevera.

“La debacle económica no afecta a todas las personas por igual porque la clase alta no está viviendo la crisis como otros sectores”, aclara enfático para comenzar Enrique Stola, médico psiquiatra, psicólogo clínico y experto en temáticas feministas. “Quienes la sufren sin duda ven afectada su salud mental porque los coloca en una situación de gran incertidumbre, aún en aquellos sectores de clase media que tenían algunos ahorros guardados. Con este movimiento aparecen las dudas sobre el futuro, la incerteza y baja la calidad de vida”, explica Enrique.

Maximiliano tiene 34 años y trabaja en una entidad bancaria. Su psicóloga lo ayudó a llevar adelante sus emociones durante el embarazo y parto de su primera hija. Si bien sentía que la terapia era de mucha ayuda, cuando el precio comenzó a aumentar optó por abandonarlo. “Soy consciente de que todo aumenta, pero el estilo de vida de mi psicóloga no era nada barato y eso se veía trasladado a sus precios. Entre lo económico y contar con poco tiempo decidí dejar de ir. Tengo ganas de retomar sesiones, ya que considero que la salud mental es fundamental para llevar a cabo cada uno de los proyectos propios”, enfatiza. Para él, una opción es buscar otro profesional que se adapte más a los precios que puede llegar a afrontar por el servicio. “Lo que más me afecta a la salud mental es el poco rumbo que le veo al futuro del país. En lo personal todavía tengo la posibilidad de llegar a fin de mes, pero me hace mucho daño ver a mis afectos que les cuesta el doble o el triple llegar a los objetivos que se plantean. No puedo tener una proyección de qué va a pasar de acá a tres o cuatro años. Eso me genera ansiedad e incertidumbre”, relata Maximiliano.

Ilustración: Verne- El País

“Quienes no se deprimen tienden a dormir menos, tienen angustias durante el día o se ven obligados a trazar estrategias de supervivencia que van desde cortar los gustos que se daban hasta evitar ciertas salidas. En líneas generales aparece la desesperanza en gran parte de la sociedad. Sin embargo, no hay que obviar que otros se aferran a la idea de que la crisis «era lo que debía pasar» casi como un discurso evangelizador. Considerar que era lo que se tenía que hacer, comprando las razones del sector dominante, funciona como un consuelo religioso. Este grupo repite que la crisis económica debía suceder, lo que les permite aceptar la realidad sin hacerse tantos planteos”, continúa Stola.

“Ver cómo se está degradando la calidad de vida de los trabajadores es ser partícipe de un proceso muy dañino que trae mucho estrés y malestar. No es solo lo personal sino lo colectivo. Hoy no es posible tener un ocio sano porque se reduce todo a la supervivencia. Es una existencia muy miserable”, continúa R y enfatiza en que todos los vínculos son afectados por las desavenencias sociales. “No tener un espacio terapéutico significa cargar más a nuestra red y desgasta los vínculos cercanos, en quienes recaemos porque no tenemos más un profesional que nos dé una opinión. Terminamos sosteniendo la salud mental entre los que nos queremos”.

“Hay personas que dejan sus terapias aunque tenían un buen vínculo con el psicólogo por no poder pagarlo e incluso algunas que no están pudiendo comprar su medicación. Esto significa la pérdida de un sostén fundamental, de las cosas que creían que tenían afianzadas en su vida. También hay psicólogos que tienen una actitud solidaria con muchos pacientes  y se adaptan a la situación”, asevera Stola. “La incertidumbre sobre el futuro genera una sensación de desamparo. Resulta muy angustiante quedarse sin empleo y pensar que uno puede terminar en la calle porque no hay red. Esta comprobado que en este tipo de crisis aumentan las depresiones, los suicidios y la violencia doméstica”, enfatiza el especialista.

Este panorama empeora en el caso de las mujeres y diversidades que muchas veces son las encargadas de cuidar la salud mental de otras personas, además de estar sobrerepresentadas en los deciles de más bajos ingresos. Son ellas las que quedan al servicio de niños y ancianos y las que sostienen moralmente a sus parejas, en el caso que las haya. «Muchos hombres están dejando de pagar la cuota alimentaria porque se quedaron sin trabajo. Esto sobrecarga a la madre, que tiene que hacer malabares para no quedarse en la calle o recurrir a otros grupos familiares. Todas las personas se sienten más exigidas y resulta muy difícil responder a los pedidos de ayuda. Es un panorama estructuralmente desalentador”, repone Enrique.

Ilustración: Verne- El País

Jerónimo tiene 30 años y trabaja de administrativo en una fábrica textil. Él recurrió hace dos años a un psicólogo que le recomendó su mejor amigo porque sentía un “cúmulo muy grande de dudas acerca de su estabilidad económica y laboral”. Al comienzo le costó encontrar un horario por las ocupaciones laborales y el estudio, pero cuando logró pautar un seguimiento sintió que esto le hacía progresar en su crecimiento personal. “Me permitió trabajar con cosas que yo no veía en torno a actitudes mías y el manejo del dinero. Siempre banalicé la acumulación de deuda, que es algo que él me hizo ver. Cuando me di cuenta que constantemente tomaba crédito tuve que dejar la terapia porque no podía pagarla más. El psicólogo me dijo que no había problema y hasta me dio un par de sesiones gratis pero no me parecía justo”, detalla. “Muchos de los trabajadores no podemos acceder a ese tipo de gastos, por lo cual los tratamientos quedan inconclusos”, reafirma y explica que las desavenencias de la situación política actual aparecen de una manera u otra aunque intente negarlas. “En la fábrica veo constantemente cómo la gente se queda sin trabajo, son dispensados o forzados a tomarse vacaciones no pagadas. Durante el día puedo sobrellevarlo pero se me complica mucho dormir. No puedo apoyar la cabeza en la almohada sin pensar en lo que está pasando. Por suerte algo de los recursos que elaboré en la terapia quedaron”, enfatiza.

Aunque siempre fue una deuda pendiente, Francisco nunca pudo sostener un espacio de terapia estable por un tiempo prolongado. Tanto trabajando para el Estado como para privados el acceso a la salud mental a través de su obra social fue complicado, ya que vive en Vicente López y el consultorio profesional que le ofrecían era en La Boca, a tres horas en transporte público de distancia. Su interés en llevar adelante un proceso terapéutico hizo que su familia costeara el tratamiento. Sin embargo, esto tampoco duró mucho. La historia se repite una y otra vez de manera más trágica: tratamientos que deben cortarse de manera abrupta por dificultades económicas, procesos que dejan más angustias que certezas y archivos sin cerrar. 

“Si bien el terapeuta trató de bajarme el precio, no lo podía costear. Fue una decepción muy grande porque era un espacio donde podía tener otro tipo de vínculo conmigo mismo a través de un profesional de la salud. Quise volver a arrancar el año pasado por el estrés que me generaron las elecciones y el odio colectivo que percibía, pero no pude”, explica Francisco. Para él, “no se miden las consecuencias que tienen las políticas de Estado en cuestiones de salud pública” y asegura que “hay un deseo de sangre colectivo”. Igual que R, Fran entiende que si bien puede hablar con amigos o tener espacios donde ser genuino con sus emociones, la terapia tiene otro efecto en la psiquis. “Siento que la terapia es un espacio vital en el contexto que vivimos porque la violencia latente es constante. Haber perdido ese espacio es un granito más en el arenero de emociones negativas que nos están ahogando lentamente”. 

Ilustración: Verne- El País

“Estamos viviendo con un gobierno que produce una crisis económica adrede y rompe las barreras de contención que existían», sentencia firme el psiquiatra consultado. «Lo mejor que se puede hacer para cuidar la salud mental de las personas no es poner psicólogos y psiquiatras en los hospitales, sino garantizar la comida en los platos de la gente, el acceso a la vivienda y el trabajo. Tener las necesidades básicas satisfechas. A partir de ahí podemos trabajar la salud mental, pero antes las personas tienen que tener la seguridad de que van a comer”.

Sobre qué pueden hacer los profesionales para amparar a sus pacientes, Enrique enfatiza: “Los profesionales de la salud mental en este contexto tenemos que abrir nuestros consultorios a la sociedad. Atender a las personas más allá de lo que puedan pagar. Tenemos que ser solidarios”, afirma. “En tiempos de ataque económico la respuesta de la población debe ser la comunidad, encontrarnos con amigos, compartir lo que se pueda. Incentivar el encuentro es lo mejor que podemos hacer, es lo que nos ayudó a transitar otras crisis e incluso la dictadura. Es la forma de defendernos emocionalmente ante el ataque que el gobierno está haciendo”, finaliza el psiquiatra.

Ante la ponderación de las falsas libertades individuales, la única salida parece ser colectiva: trazar vínculos que nos sostengan de no caer al vacío a la hora pensar en la incertidumbre del futuro. Se trata de tejer redes de supervivencia ante la desesperanza cotidiana.

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios