Las voces de Ni Una Menos

La marcha contra los femicidios y travesticidios bajo la consigna Ni Una Menos reunió nuevamente a una multitud conformada por colectivas feministas, organizaciones políticas, centros de estudiantes, mujeres, lesbianas, no binaries, travestis y trans. En esa marabunta de voces enredadas, algunas historias encarnan relatos colectivos.

El 3 de junio de 2015 estalló como una granada de rabia violeta en la cara de todxs. La fuerza magnética que atrajo a miles de individuos al microcentro porteño tornó imposible que vuelva a ser una fecha más del calendario, una hoja vacía en una agenda. Ese día la bronca acumulada hizo erupción como un volcán dormido y escupió llantos de lava y ríos magma que tramaron una unidad a pesar (y con) el dolor. Desde la placenta de la tierra fuimos miles lxs que nos multiplicamos como hidras furiosas, atomizadas por la imposibilidad de la quietud. Ese día, que fue desborde, descalabro, revolución, santo y seña, fue también el comienzo de una nueva era en el movimiento feminista argentino.

Muchas son las cosas que cambiaron en estos cuatro años: la visibilización de las problemáticas de género y la irrupción de los feminismos como sujetos sociales en las calles es innegable. Sin embargo, los números de la violencia contra mujeres, lesbianas, no binaries, travestis y trans no merman. Según el último informe de femicidios elaborado por el Poder Judicial, hubo 278 víctimas de violencia machista durante el año pasado; esto implica un 10% de aumento respecto al 2017. El 66 % de los casos ocurrieron en las viviendas de las víctimas y 83% de los sujetos activos eran conocidos por la víctima. En 99 casos se constataron hechos previos de violencia y en 41 las víctimas habían denunciado con anterioridad. En tanto, el Observatorio en Violencia de Género “Ahora que si nos ven” señaló que en lo que va del año 84 niñes quedaron huérfanes como consecuencia de casos de violencia de género.

En este contexto, ayer se realizó por quinta vez la marcha contra los femicidios y travesticidio bajo la consigna Ni Una Menos. Una multitud compuesta de colectivas feministas, organizaciones políticas, centros de estudiantes, familiares y amigues o por su cuenta mujeres, lesbianas, no binaries, travestis y trans tomó las calles en un ritual propio con liturgia implícita. En esa marabunta de voces enredadas, algunas historias encarnan relatos colectivos.

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Sos ojos sonríen más que sus gestos: lleva un poncho de color ladrillo, color ladera jujeña, color suelo de piedra, color metal oxidado. Un pañuelo verde atado a su cabeza como una odalisca potencia el delineado negro grueso alrededor de sus ojos y deja ver el tatuaje que atraviesa su frente. Algo de sus gestos -¿serán marroquíes, árabes o norteños?- transmite una felicidad ida y habla de alguien que no está totalmente presente en el lugar, o que está al mismo tiempo en muchos. Julia Leal es parte de la cabecera de la marcha y junto a ella se muestran referentes sindicales, universitarias y de colectivos migrantes, travestis, trans y afros.

Julia denunció a su ex marido Martín Altieri -penitenciario federal tucumano residente en Salta- por ser parte de una red de trata de personas, la misma que según el testimonio de Julia secuestró a María Cash. Julia estuvo cautiva de su ex marido, drogada y sin alimentación hasta que logró escapar y pasó por diferentes refugios. A pesar de las denuncias, por orden de la Justicia Altieri tiene la tenencia de lxs tres hijxs que poseen en común. Por haber visibilizado el caso y acudir a la Justicia en Jujuy, en Salta y Buenos Aires, la mujer de 43 años ha sido atacada, secuestrada y violentada en diversas ocasiones. En abril de este año Julia viajó a Salta para visitar a sus hijes, pero fue secuestrada y torturada. Cuando recuperó la conciencia llevaba marcado en la piel el apellido de su ex marido en su cuerpo a punta de cuchillo. No es la primera vez que esto le sucede, dado que un año atrás le escribieron en la piel con la misma arma «El macho siempre gana».

Julia Leal – Fotos: Catalina Distefano

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Sofía tenía solamente un año y nueve meses cuando fue a la primera convocatoria de Ni Una Menos en brazos de su abuela. Apenas tres meses antes, su madre Bárbara Carolina Toledo -de veinte años- había sido asesinada por su pareja estando embarazada. “El asesino había montado una escena como si se tratara de un accidente doméstico, pero la policía supo desde el comienzo que era sospechoso y lo detuvo», cuenta Carla, madre de Bárbara y abuela de Sofía. «A los dos años conseguimos que se haga el juicio y por unanimidad lo declararon culpable y le dieron la pena máxima. Al principio yo me iba a presentar como querellante, pero no pude porque es carísimo y los defensores oficiales son nada más para los imputados; la familia de las víctimas tenemos que pagar”.

Sofía corretea entre sus piernas y a veces se aleja apenas para explorar la explanada de la Plaza de los Dos Congresos; es temprano y los grupos de familiares se encuentran, lejos de las columnas de las organizaciones sociales. Aunque afirma que ella tuvo suerte, Carla conserva el gesto cansino. “Es triste venir a las marchas y ver que a medida que pasan los años cada vez son más. Parece que fuera peor y no veo una solución, las están matando como perros”.

Fotos: Catalina Distefano

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Paxsi lleva el pelo -oscuro como el carbón, sedoso, brillante, largo hasta la cintura- suelto. Su pollera es de un tejido de pesado y su camisa blanca se conserva impoluta a pesar de la multitud. Paxsi es parte de la organización Kullacas del feminismo latinoamericano y, mientras camina por la avenida repleta, ondea una bandera wipala con cuadradas de diferentes colores. Kullacas -término que en lengua aymara, significa «hermana mayor”- es un grupo de mujeres indígenas que hace dos años articula como colectivo, luchando por visibilizar la pluralidad de voces que habitan el territorio argentino.

“La mayoría de nosotras vivimos en los barrios y nuestros rostros no son visibles para los medios de comunicación, tampoco nos vemos reflejadas en el feminismo hegemónico por nuestra identidad de indias, Aymaras, Quechuas, Mapuches, Guaraníes. Las muertes de nuestras mujeres no se ven en las noticias, quedan en el olvido y la lucha es por eso; no queremos más racismo de parte de nadie, por eso estamos acá poniendo nuestros cuerpos”, cuenta. “Venimos a las marchas con nuestras vestimentas, nuestros instrumentos y nuestras cañas porque eso está vivo, que no se vea no significa que no existe. Por el racismo y el colonialismo en el cual vivimos, mucha gente tiene vergüenza de asumir su identidad, pero nosotras lo reivindicamos. Apostamos a una reconstrucción identitaria”, explica la joven cuyo pelo como lengua negra ondea cuando al ritmo del canto “Ni Una Menos, sin racismo nos queremos”.

Fotos: Catalina Distefano

Fotos: Catalina Distefano

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El 3 de junio del 2015 Yamila no pudo encontrarse con ninguna de sus amigas, la cantidad de gente y la falta de señal telefónica se lo impidió. Recién al final de la marcha pudo distinguir frente al Congreso a otras integrantes de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito intentando colgar una bandera verde en las rejas del Congreso. Yamila Picasso es politóloga y forma parte de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito. Explica que al comienzo debieron enfrentarse con grupos religiosos y antiderechos que no avalaban que participen de la convocatoria. Sin embargo, y como era de esperar, nuevamente el verde en sus diversas versiones -pañuelos infaltables, esquirlas de glitter, remeras estampadas con frases, tops de tela que apenas tapan pieles que no permitirán que el frío las esconda- fue el uniforme distintivo de la movilización. “Volvemos a estar en las calles porque seguimos gritando ni una menos por abortos clandestinos e inseguros”, explica Yamila. Y agrega: “Estos días hemos tomado conocimiento de dos casos de muertes por abortos inseguros, uno en Zona Norte y otro en Moreno. Seguimos en las calles porque seguimos luchando por el aborto legal y también contra los femicidios, porque hasta que no haya políticas públicas con el presupuesto correspondiente nos van a seguir matando y seguiremos luchando por el mundo feminista que queremos”.

Fotos: Catalina Distefano

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Las remeras son de color rojo intenso. Los carteles también. Sobre éstos, letras negras, finas y ondulantes. Paola Acuña tiene 32 años e integra la Red Argentina de Pares Positivos y la Red Nacional por las Personas con VIH. Hace tres años participa en las asambleas de Ni Una Menos llevando la voz de las personas con VIH positivo. Paola explica que la violencia y el virus van de la mano: la mayoría de las mujeres que porta VIH positivo sufrió algún tipo de violencia previa y, una vez que conocieron el diagnóstico, además se enfrentan a la discriminación y el estigma social. “La ley que tenemos se vive violando. A mi en el preocupacional me hacen análisis de sangre, lo que me dificulta mucho más conseguir trabajo. Dicen que no puedo tener relaciones sexuales, aún cuando las personas que realizamos tratamiento y tenemos nuestra carga viral indetectable no lo transmitimos, tenemos hijes sanes y podemos tener relaciones con preservativo sin riesgo, son muchas cosas que la gente no sabe y, por ende, seguimos siendo discriminados”.

Según cuenta Acuña, el ajuste presupuestario del año en curso dejaría a 15 mil personas sin tratamientos en un contexto en el cual el Ministerio de Salud fue degradado a Secretaría. “El Estado se hace cargo del tratamiento, pero si no llegás a fin de mes no podés cargar la SUBE. Muchos compañeros no pueden ir hasta el hospital, sólo el que paga una buena obra social se la llevan a su casa. La quita de pensiones también nos afecta, hay personas con VIH que arrastran serios problemas de salud y no pueden trabajar ni están cobrando pensiones”.

Según la Dirección de Sida, ETS, Hepatitis y TBC de la Secretaría de Salud, en enero de 2018 se estimaba que eran 122 mil las personas que tenían el Virus de Inmunodeficiencia Adquirida en Argentina, aunque un 30% de ellas lo desconoce. A la primera convocatoria de Ni Una Menos, Paola llegó con su hija y llevaba puesta una remera de la Red de Jóvenes, organización de la que formaba parte en ese entonces. Ahora va con sus compañeras, también vestida de rojo, con las cuales traza espacios de contención contra la precarización del sistema de salud.

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