De la derrota al ocultamiento

Luego de la derrota argentina en la Guerra de Malvinas, las Fuerzas Armadas diseñaron un plan para ocultar la vuelta de los combatientes. La investigadora Cora Gamarnik explica cómo se organizaron esos regresos, la estrategia de invisibilización y el mandato de silencio impuesto por la dictadura.

La rendición argentina en la Guerra de Malvinas estuvo acompañada del diseño de un plan por parte de las Fuerzas Armadas (FF.AA.) para ocultar la vuelta de los propios soldados al país. Por entonces se repitió la misma metodología que habían utilizado los militares durante el período previo de represión clandestina: encubrimientos, censura, amenazas, operaciones de inteligencia y complicidad mediática. El ocultamiento de esos regresos se sumó así a la larga lista de acciones implementadas por el terrorismo de Estado para esconder las consecuencias de sus actos.

Las investigadoras Cora Gamarnik, María Laura Guembe, Vanina Agostini y María Celina Flores se propusieron reconstruir en un trabajo titulado «El regreso de los soldados de Malvinas: la historia de un ocultamiento» cómo se organizaron esos regresos, la estrategia de invisibilización que desarrolló la dictadura y el mandato de silencio que fueron obligados a firmar los combatientes una vez retornados al continente. En los altos mandos militares argentinos, la derrota se esperaba desde antes y por eso -mientras se acercaba el final- comenzaron a diseñar un operativo para que la vuelta de los combatientes se realizara de forma secreta y oculta. Los soldados que estuvieron en las Islas imaginaban un reconocimiento por el sacrificio realizado, tanto por parte de la sociedad en general como principalmente por la institución que los había enviado a combatir. Sin embargo, tan pronto como pisaron el país vieron cómo su llegada era ocultada a la vista de la población.

¿Qué estrategias se implementaron para llevar a cabo el ocultamiento? En primer lugar, se impidió que los fotógrafos obtuviesen imágenes de los distintos regresos. Al mismo tiempo, miembros del Ejército en Comodoro Rivadavia incautaron y velaron los rollos que los fotógrafos argentinos envíados de la agencia Télam habían obtenido durante sus últimos días en las Islas. De los últimos acontecimientos vividos, sólo se tienen registros tomados por los ingleses. Más tarde, los soldados que descendieron del Canberra en Puerto Madryn fueron trasladados en camiones cerrados con lonas hacia las barracas de Lahusen. Previamente habían sido advertidos de que la población iba a «cascotearlos» por la derrota. Mabel Outeda, fotógrafa del periódico local «Impacto», cuenta que «los soldados creían que los iban a castigar cuando en realidad era todo lo contrario: el pueblo los esperaba con ansiedad; queríamos verlos, tocarlos, aplaudirlos y hablar con ellos».

También se destacaron diversas acciones de inteligencia tendientes a que los soldados no hablasen de lo visto y vivido. El jefe de la sección Inteligencia del Centro de Apoyo a la Recuperación Integral (CARI), teniente primero Ramón Ojeda, firmó un documento considerado secreto en el que se aconsejaba «realizar actividades de contrainteligencia y acción psicológica entre los heridos y enfermos» para contener la difusión de su situación al regreso. El objetivo era esconder a quienes habían combatido en las Malvinas prohibiendo todo tipo de contacto en su llegada para ocultar las condiciones físicas y psicológicas en que regresaban, tener tiempo de mejorar su imagen y su estado físico -en muchos casos volvieron en estado de desnutrición-. Por ello, los soldados estuvieron recluidos por días y hasta semanas en los destinos militares sin poder contactarse con sus familias. Allí les brindaron cuidados médicos y les dieron comida para que engordasen.

En caso de hablar sobre su actuación en las Islas, los recién llegados debían seguir las pautas que aparecían en la «Cartilla de recomendaciones a los soldados desmovilizados». Ésta instaba, entre otras cuestiones, a «no ser imprudente en sus juicios y apreciaciones, destacar el profundo conocimiento y convencimiento de la causa que se estaba defendiendo, y no comentar rumores ni anécdotas fantasiosas». Detrás de estas exigencias estaba la idea de una campaña para impedir que «la subversión capitalice el dolor y/o el resentimiento de los familiares de nuestros soldados muertos y desaparecidos en la guerra», así como un intento por ocultar los crímenes del Estado contra sus propios soldados. «Al hambre, al frío, a la guerra y la improvisación se le sumó la perversidad de muchos de sus jefes que reprodujeron en los soldados, en pleno escenario bélico frente al enemigo inglés, las prácticas que traían de los campos de concentración de la dictadura», asegura el trabajo de investigación citado.

Cuando llegó a Malvinas, Miguel medía 1,90 m de altura y pesaba 75 kilos. Cuando lo revisó el Dr. Rojas, pesaba 34 kilos. 6 de junio de 1982, Islas Malvinas.

En diálogo con El Grito del Sur, Cora Gamarnik explica que «hubo una estrategia militar muy organizada para ocultar a los soldados en sus regresos. Eso derivó en que los medios de comunicación casi no pudiesen cubrirlos. En este caso no fue, como en el resto de la guerra y como en otros momentos de la dictadura, que había una confluencia de intereses entre los principales medios de comunicación y los integrantes de la Junta Militar. Los medios, por su propia esencia, querían cubrir esos regresos no sólo para cumplir su función, sino por lo que representarían en términos de éxito editorial, ventas y la generación de emoción en un hecho tan esperado por el pueblo argentino. Pero la dictadura lo evitó».

«Los regresos fueron tremendos, se tratan de heridas que profundizaron todo lo sufrido en las Islas. Algunos combatientes escuchaban a las madres y a los padres gritando desde afuera de los cuarteles, pero no podían acercarse. O sabían que estaba la madre de un compañero que había muerto, sabían que ella estaba ahí esperando a ver si su hijo estaba adentro de ese cuartel. Con esa forma de ocultamiento de los regresos, la dictadura agregó un dispositivo de sufrimiento enorme. Esto se sumó a la angustia, al no saber, al estado de conmoción de darse cuenta de todo lo que había sucedido en las Islas, que habíamos sido engañados por la prensa y la dictadura militar», concluye Gamarnik.

En este link podés consultar el trabajo completo:

https://journals.openedition.org/nuevomundo/76901

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