¿Cómo vive una familia de 13 personas aislada por COVID-19 en los hoteles de CABA?

Un grupo familiar del barrio Rodrigo Bueno, en Puerto Madero, dio positivo a sus 13 integrantes y fue el detonante de una ola de casos en los últimos días. En diálogo con El Grito del Sur, la familia afectada cuenta su situación y los detalles de la asistencia que recibieron en el sistema de salud y más tarde en los hoteles donde permanecen aislados.

Si bien el jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, afirmó en la última conferencia de prensa junto al presidente Alberto Fernández y el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, que han logrado aplanar la curva de contagios en los barrios populares, la realidad en el barrio Rodrigo Bueno parece ser otra. El pasado 15 de junio, Luis (55), vecino del barrio ubicado en Puerto Madero, comenzó con un fuerte malestar y distintos síntomas que días más tarde se confirmarían con un test positivo de COVID-19. Pero eso no fue todo: en cuestión de días su ex-esposa y su hijo (extramatrimonial), sus tres hijas, sus cinco nietos y sus dos yernos no tardaron en manifestar los mismos síntomas y, luego de hacerse el hisopado, descubrieron que todos y todas se habían contagiado el virus. Desde El Grito del Sur hablamos con Shirley (47) y Julissa (31), dos de las integrantes del grupo familiar, para conocer en detalle cómo sucedieron los hechos y en qué condiciones se encuentran ahora, aislados y aisladas en distintos hoteles de la Ciudad de Buenos Aires.

En los últimos diez días, los datos publicados por el Gobierno de la Ciudad en su web oficial pasaron de registrar 42 a 81 casos de Coronavirus en el barrio Rodrigo Bueno. Sin embargo, las entrevistadas aseguran que luego de dar aviso en el barrio sobre su situación, los vecinos y las vecinas se animaron a hacerse el test y fueron descubiertos desde entonces 90 nuevos casos de COVID, una cifra que sigue por encima de lo que reconoce la administración porteña al día de hoy. «Si nosotros no hubiéramos avisado quizás no se hubiesen hecho el testeo», dice Shirley. Asimismo -según informaron a este medio-, el Gobierno porteño no empezó con los testeos sino hasta que las integrantes del comedor Miski Mate Kamby, un espacio de La Poderosa al que asistían algunas de las contagiadas del grupo familiar, dieron aviso a la salita más cercana.

Si bien Luis fue el primero en manifestar síntomas, uno de sus yernos, Jaime (22), recibió antes el diagnóstico. Cuando Giselle (24), Jennifer (21) y Julissa, las tres hijas de Shirley y Luis, llevaron a su padre al sanatorio de la Obra Social de Choferes de Camiones (OSChoCa) en San Justo tardaron seis horas en atenderlo e incluso -cuentan- lograron que lo revisen y le hagan el testeo recién cuando la hija mayor bajó a discutir con el personal administrativo del lugar. Una vez ingresado, activaron el protocolo por considerarlo una persona con síntomas de COVID-19, le realizaron el hisopado y lo enviaron de regreso a casa sin los resultados. A la mañana siguiente, Jaime se despertó con un malestar similar y decidió ir directamente al Hospital Argerich para que le realizaran la prueba correspondiente. Esa misma noche le comunicaron los resultados y permaneció aislado en el Hotel de las Américas hasta el pasado viernes, cuando fue dado de alta.

Luis recibió los resultados recién el día jueves, y fue trasladado al Centro de Atención de Costa Salguero para cumplir ahí con el aislamiento. Mientras tanto, en los días previos en los que optó por aislarse solo en su casa-, el IVC se acercó allí para proveerlo de víveres y alimentos.

Días más tarde le detectaron COVID positivo a Jennifer y su hija Camila, de 3 años, a Shirley y su hijo Piero, de 10, a Giselle y su hijo Elián, de 4 años, así como también a Paolo (30), el marido de Julissa, y sus tres hijos, Melanie (12), Harold (9) y Sara (3). «En el hospital no nos querían atender, yo tuve que estar gritando para que nos reciban. ¿Cómo puede ser que estando en contacto con dos personas infectadas no nos quieran hacer el hisopado? Tengo hijos y nietos», denuncia Shirley . «A raíz de que empecé a gritar logré que nos hicieran el hisopado, sino no me lo hacían», suma.

La única que había dado negativo a la prueba de coronavirus fue Julissa, la hija mayor de Shirley y Luis. Pero a los dos días, cuando le realizaron un segundo análisis, los resultados habían cambiado y también debió ser aislada. Justo cuando estaba por ser trasladada a un hotel, Julissa pidió quedarse cumpliendo con el aislamiento en la casa de su padre, Luis, porque le había llegado un mensaje al grupo de los vecinos que alertaba sobre un grupo de personas que estaba metiéndose en las casas a robar. Luego de mucha insistencia y de explicar la situación, le concedieron el permiso para continuar aislada en su domicilio. «Con mi pareja conversamos, tratamos de darnos ánimo entre los dos. Afortunadamente mis hijos no tienen síntomas, salvo mi nena que tuvo fiebre un día. Después estamos todos bien, hablamos todos los días, entre charla y charla salen las bromas y así nos vamos sosteniendo entre todos», cuenta Julissa.

La entrevistada comenta también que ve «mucha desinformación» sobre el coronavirus en el barrio y, de hecho, le pidió a las enfermeras que le hicieron el hisopado que se encarguen de tomarse el trabajo de informar a los vecinos y las vecinas, de realizarles el hisopado y de cuidar la salud de todos y todas en el barrio. «Las personas creen que por no tener dolor de cabeza o gripe no tienen el virus y muchos de mi familia, por ejemplo, son asintomáticos», dice.

Aunque hasta el día de hoy no saben cómo se contagiaron, queda en evidencia una vez más la vulnerabilidad que sufren la mayoría de las familias de los barrios más humildes de la Ciudad. Luis trabaja en una empresa de correo privado y para lo único que salió de su casa durante la cuarentena fue para ir a cumplir con sus tareas laborales. Shirley cumplió con el aislamiento social, preventivo y obligatorio los primeros 40 días y después se vio obligada a salir de su casa para trabajar con su auto porque no tenía más dinero. Tomó las precauciones necesarias para salir a trabajar y solo aceptaba viajes de personas conocidas; de hecho, ella llevaba a Luis al trabajo todos los días y se encargó de trasladarlo también a la clínica cuando fue a realizarse el hisopado. Luego de conocer que ambos tenían COVID-19, se comunicó con todas las personas que había llevado en su auto y, días más tarde, todas ellas dieron positivo al test.

Sin embargo, los problemas siguieron creciendo aún cuando permanecieron aislados y aisladas en los hoteles. «Nos traen la comida a la hora que a ellos se les antoja y todos los días fideos», protesta Shirley, que se encuentra con su hijo Piero, su hija Jennifer y su nieta Camila en el Hotel Palace, ubicado en Tucumán 384. «Me suben la comida a las tres de la tarde o a las diez de la noche, y encima todo frío», cuestiona.

Aislados en el Hotel Villa Suite, ubicado en Viamonte al 900, Giselle, Paolo, Elián, Melanie y Sara también cuentan que sufren los mismos inconvenientes. Allí les garantizan tres litros de agua por día, una pava eléctrica, el almuerzo y la cena, y al momento de llevarles esta última se encargan también de sumar saquitos de té, azúcar, café, entre otras cosas para que se preparen ellos mismos su desayuno y merienda. Si bien agradecen que se les esté dando de comer, son muchas las críticas contra el modo de atención y asistencia que reciben.

Además, señalan que no cuentan con escoba, trapos, ni elementos de higiene para limpiar y desinfectar el lugar donde permanecen aislados. «No tenemos cómo desinfectarnos, con alcohol ni nada, estamos aislados y sin protección», advierte Shirley. Para lo único que las llaman a diario en tres oportunidades -mañana, tarde y noche- es para controlar si alguna tiene fiebre o manifestó síntomas nuevamente. Shirley tuvo que llamar durante al menos tres días para conseguir que le llevasen a la habitación papel higiénico, lavandina y jabón, entre otras cosas. Sin embargo, plantea que el que peor la está pasando es Luis, que se encuentra aislado en el Centro de Atención de Costa Salguero. «El papá de mis hijas, teniendo una obra social y pagando todo lo que le corresponde, está peor que nosotros. No tiene una habitación propia, comparte el espacio con otras personas y no tiene ropa para cambiarse, lo único que le dan todos los días es un pijama», alerta.

Por último, Julissa, que cumple con el aislamiento desde su casa, en la Rodrigo Bueno, cuenta a este medio que desde el comedor Miski Mate Kamby ayudaban en un principio a su familia, pero luego se detectó un caso en el merendero y tuvieron que cerrar por 15 días. Aunque actualmente cuenta con la mayoría de las cosas necesarias para cuidarse, alimentarse y cumplir con el aislamiento, destaca que el Gobierno porteño no le está ofreciendo la ayuda ni la asistencia que le habrían otorgado de haber sido trasladada a un hotel como el resto de su familia. Afortunadamente, tanto sus amistades como sus vecinos y vecinas han mostrado una enorme solidaridad con ella y le ofrecieron su ayuda para todo lo que necesite.

Si bien la mayoría ya fue dada de alta, no se les volvió a realizar el testeo y aún deben cumplir desde sus respectivos hogares con algunos días más de aislamiento total para descartar un posible rebrote que contagie a sus alrededores.

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El Grito del Sur es un medio popular de la Ciudad de Buenos Aires.
Fundado el 23 de septiembre de 2012 en el natalicio de Mariano Moreno.