Raquel Liberman: una historia contra la explotación sexual que llegó a nombre de subte

💜 La Legislatura porteña aprobó el año pasado un proyecto para renombrar la estación Callao de la línea D de subte con el nombre de la mujer que denunció a una de las redes de explotación sexual más grandes de Argentina. Tras un nuevo aniversario del fallecimiento, repasamos su figura y trascendencia.

No da igual que Plaza Miserere sea 30 de diciembre (en honor a la tragedia de Cromañón), o que Pasteur nos traiga a nuestros días la deuda pendiente de reparación histórica por el Atentado a la AMIA. Es que, además de los nombres de sus calles, resulta contundente e impactante cuando una estación está acompañada de historia. 

Con 53 votos positivos y 4 abstenciones de La Libertad Avanza (LLA), en septiembre de 2023, la Legislatura porteña aprobó el proyecto de la legisladora Patricia Vischi, del bloque UCR-Evolución para que la estación Callao de la línea D de subte comience a llamarse Raquel Liberman. Es la primera que lleva a una mujer en su encabezado. Con las reformas de la línea D (que mantuvieron cerrado su circuito completo desde enero hasta este marzo), se especulaba que ya estuviera activa la modificación o que hubiera próximas novedades de su reinauguración. Sin embargo, aún permanece pendiente.

“Cuando se llegue a terminar esto, pienso que la estación será un lugar de interés”, reflexiona la escritora y dramaturga Myrtha Schalom en diálogo con El Grito del Sur. “La memoria realmente es poder alimentar las bases de por qué luchamos. Romper el silencio, así como Sonia Sánchez y como otras mujeres sobrevivientes que se animan a hablar, y espero contribuya a incluir la prevención de la explotación de niños, niñas y diversidades en la ESI (Educación Sexual Integral)”, añade.

Autora del libro La Polaca: Inmigrantes, Rufianas Y Esclavas a comienzos del Siglo XX (2003), en sus páginas compiló por primera vez la historia de Liberman, cuando prácticamente no existían antecedentes. A excepción de los registros que existen entre 1875 y 1936, cuando el trabajo sexual estaba reglamentado en la Argentina y los prostíbulos o burdeles eran llamados como Casas de Tolerancia.

“Había un decreto municipal, con las obligaciones y derechos de los dueños de estos inmuebles, como que ‘tenían que estar a 200 metros de escuelas…’; y con las obligaciones (porque no tenían derechos) de las ‘pupilas’ (así se referían a las mujeres) que venían de Europa. No podían tener otra vivienda, no tenían la posibilidad de salir, sino que debían dormir en la misma cama en que eran explotadas”, explica Myrtha, al tiempo que detalla que el barrio porteño de Balvanera era una gran zona prostibularia, por su cercanía con el puerto. De ahí, la elección de la estación Callao para Raquel.

Desde El Grito del Sur nos pusimos en contacto con la legisladora Vischi para contar con su testimonio, quien luego de varios intercambios de mensajes finalmente decidió no participar de esta nota.

Raquel Liberman

Durante las décadas anteriores al centenario de la patria, “Rosario y Buenos Aires eran como el imán más importante de los miles de hombres que llegaban con las primeras grandes inmigraciones al país”— ubica Myrtha— “Entonces, ambas ciudades ‘estrenaron’ el hecho de legitimar los burdeles que se extendió a toda la Argentina. Así, llegaron sobre la ribera del Río de la Plata las polacas; así se generalizaba a todas las mujeres de Europa del Este. Los proxenetas tenían el contacto de familias pobres europeas y les decían que les había ido bien económicamente, para organizar el casamiento con alguna de las hijas, y otras sí sabían a qué venían también. ¿Pero qué les esperaba? El hambre y la ilusión de que iban a enviar dinero a su familia. No obstante, las legítimas oriundas estaban en el segundo rango de calidad de mujeres. Eso quiere decir que tenían precios más económicos que las francesas, que eran las de más alta categoría. Las clasificaban así igual que a los inmuebles donde ellas tenían que ejercer”.

“Las cosas así no nacen espontáneamente, realmente nacen de los varones para seguir explotando el cuerpo de las mujeres”, manifiesta Myrtha. “El patriarcado es el que maneja todo este comercio. Es así desde tiempos inmemoriales. Se fue especializando en lo que hoy se cotiza como ‘la industria de la vagina’, que excede el tema de los prostíbulos, sino que está en las redes. Sabemos que hay personas que sí eligen prostituirse, que es un trabajo digno pero también hay una gran movida hacia las menores de edad”, advierte.

Ruchla Laja Liberman (Raquel, en su llegada a las tierras rioplatenses) -una “mujer de vida airada” (consignó el diario Crítica del 30 de septiembre de 1930)- denunció en 1929 la sede de Valentín Gómez 1888, arista que llevó a descubrir una de las redes de explotación más grandes de la Argentina, la Zwi Migdal. Lo hizo no con espíritu heroico sino denunciando que su marido (que de acuerdo a las versiones fue José Salomón Korn o Mauricio Kirnstein) la amenazaba para ejercer la prostitución en beneficio de él.  

Venida a sus 22 años de Polonia, con dos hijos y al encuentro en Tapalqué con un marido que en pocos meses murió de tuberculosis, su cuñada la convenció para presentarse a un puesto de trabajo en Buenos Aires del que quedaría recluida. De allí enviaba cartas a sus hijos, que quedaron al cuidado de una vecina, y logró ahorrar para comprarse su libertad. Al salir, el hombre anteriormente mencionado (miembro de la Migdal) le propuso casamiento para volver a captarla. Finalmente, en 1929 Raquel se presenta en la comisaría para denunciarlo, frente a Julio Alsogaray. El comisario publicaría luego el primer libro de autor sobre las redes de captación y trabajo sexual: Trilogía de la Trata de Blancas Rufianes, Policía, Municipalidad (1933), otro de los exclusivos documentos desde donde Myrtha comenzó a desandar una historia desconocida.

“Nunca se habló de la historia de Raquel, no sabíamos de ella”, se sincera Laura Romeo, bisnieta de Liberman en diálogo con este medio. “Hasta que mirando el programa Siglo XX Cambalache con Teté Coustarot y Fernando Bravo, mi mamá vio su foto y ahí empezamos a averiguar cosas. Se comunicó con el programa y así nos empezamos a juntar con Myrtha, a conocer más, y pudimos saber un poco más. Ahí se volvió una heroína, de una fortaleza absolutamente admirable”, expresa.

Para ese entonces, 1983, Myrtha (quien luego llegaría a ganar un Martín Fierro por su labor en el programa educativo Ojo al piojo) no había escrito el libro, sino que había logrado que en forma de guión para serie (titulada “Te llamarás Raquel”) fuera seleccionado entre los 10 finalistas del concurso para TV del diario La Nación. Fue así que la llamaron del programa. 

“Obviamente yo había ficcionalizado la historia de Raquel a partir de las documentaciones, pero no tenía imágenes, salvo la única, la del diario por la denuncia, que pasaron en los seis minutos mientras Bravo iba presentando su historia. Quince días después, Raquel Ferber me llama por teléfono. Era la nieta, la hija del hijo mayor que decidió ponerle el nombre de su mamá. Viene a mi casa y me trae dos o tres fotos. «Nadie hablaba de mi abuela», me dijo. «Era un secreto familiar. Y usted sí lo hizo». Todavía me emociono”, cuenta Myrtha.

“Es fantástico que haya sido mi bisabuela” —complementa Laura— “Para nosotros se volvió una heroína, de una fortaleza absolutamente admirable. La explotación sexual me parece terrible, la cosificación me parece terrible, el no tener en cuenta al otro me parece terrible. Me parece que cada uno es dueño de hacer lo que quiera siempre y cuando sepa que del otro lado hay otra persona y por supuesto que es para respetar. Ojalá todos tengamos el valor de gritar cuando no estamos de acuerdo con algo”.

Para Laura, el cambio de nombre de la estación es “muy importante”. “Porque Callao era una estación icónica, y me parece que ya que ella vivía cerca, refuerza su lucha. Me llama a que nos concienticemos y que sepamos que hay cosas que no tienen que pasar nunca más”, desea.

Myrtha reconoce que conocer a Raquel Ferber y a su hermano Horacio, la impulsó a continuar el trabajo de recuperación. “Gracias a ellos pude reconstruir su historia y escribir el libro. Me dieron el permiso de conocer en vida a Moisés (el hijo menor de Raquel) que estaba en un hogar de ancianos en Burzaco. Yo fui con el libro Judíos y Argentinos (que escribió con Martha Wolff) y con una promesa que cumplí a rajatabla: que yo no iba a hablar de su vida en el prostíbulo. Porque si ellos no lo supieron por ella, tampoco así. Pero sí rescaté una cartita que sus hijos de chiquitos le escribieron desde Tapalqué”, revela.


Raquel Liberman murió el 7 de abril de 1935 a los 34 años, por cáncer de tiroides. Heroína o no, su historia late en medio de debates sociales que permitan cuidar la libertad y la sexualidad de infancias, diversidades y mujeres.

Compartí

Comentarios