Un plano icónico de la historia argentina

Falleció en París, a los 84, de coronavirus. En él coexistían dos ingredientes ideológicos que formaban una ensalada exótica entre el anti-imperialismo peronista y el existencialismo liberal. Al azar, reconstruimos una historia posible con él a través de algunos hitos de sus últimos años.

El último hit de Pino fue durante el debate por el aborto hace dos años en el Senado. Ese día, la derrota del proyecto estaba casi cantada a la hora que le tocó hablar. Gastó sus minutos de aquella madrugada para contar una experiencia que tuvo con una compañera suya en su primera juventud. Dio a entender que ella había abortado, o quizás no, que él no lo sabía pero lo sospechaba y que algo de eso había terminado en el fin de la relación. Y habló del amor, del derecho al goce de les jóvenes y de las mujeres y de todo el mundo, algo tan obvio pero que sonó a provocación esa noche entre tanto dinosaurio que votó como votó. “Es un derecho humano fundamental”, dijo. Una actualización setentista pero sin el chick, sin la pavada, que iluminó cuánto de esos “viejos” ideales están presentes hoy en todas nuestras discusiones cotidianas.

Para muchos fue un primer “reencuentro” con él después de un largo trecho en el que cayó en alianzas oscuras como UNEN, con la que resucitó a Elisa Carrió a cambio de esa banca en el Senado que él creía que el peronismo le debía y le negaba. Aunque hay que decir que en realidad muchos le achacaron esa relación política con Carrió para reprocharle en el fondo su relación ambigua y contradictoria con el kirchnerismo.

Y es que en esa alianza se vio la otra cara de la luna de Pino. Porque en él coexistían dos ingredientes ideológicos que formaban una ensalada exótica entre el anti-imperialismo peronista y el existencialismo liberal, muy de la época en que brilló como artista y que trajo al presente de la política. Por eso denunciaba con el mismo énfasis la entrega del país y la corrupción sistémica que veía en todos los espacios. Haber mantenido su centro a pesar de todo tiene un mérito enorme y es parte del legado que nos deja.

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Las sombras también venían en el paquete y ahí están sus ex compañeres de Proyecto Sur para mostrar un tendal de facturas que todavía quedaban pendientes. En 2009, Pino hizo una elección histórica en la Ciudad y casi le gana a Gabriela Michetti, al hegemónico Pro, y de alguna manera creó aquella vez una tercera vía porteña y progresista que supo contener militancia desamparada pero ilusionada.

Cuentan sus ex compañeres que el desencanto fue enorme y que, además de desaprovechar esa histórica elección, no quedó nada de ese Proyecto Sur en pie. Nada. Ni una unidad básica. Como si tuviera fobia o rechazo a la construcción de base. Pino dejó en banda a su tropa y construyó de la forma más individualista posible: el proyecto era apenas la imagen mediática que Pino había construido. El resto vaya y pase. Así empezó una deriva que lo llevó a aliarse primero con el MST de Vilma Ripoll, que había apoyado al campo durante la 125, y un giro inentendible a luz de aquellos años, con la propia Carrió. Pino dejó así vacante un espacio progresista no peronista en la Ciudad que nunca más nadie pudo llenar. Está el debate abierto de si esos votos existen hoy o si nunca fue otra cosa que un espejismo.

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Cosas de la cultura popular: Pino no es sólo un senador, Pino está en cada sketch de Capusotto en que se bromea con Perón. En cada reproducción de YouTube en que aparece Perón en blanco y negro desde Puerta de Hierro hablándole a la cámara con una sonrisa socarrona explicando su doctrina detrás de un escritorio. Ese plano icónico de la historia argentina es también Pino.

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Pino recibió cuatro balazos en 1992, en pleno centro porteño, después de haber sido denunciado por injurias por el entonces presidente Carlos Menem. Seis balas le tiraron, le pegaron cuatro. Uno de los atacantes tenía una nariz de payaso. Nunca se esclareció el hecho.

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¿Cuánto valen 5 minutos que te dejan sin aliento? Hay dos escenas de «La Hora de los Hornos» que me hicieron saltar del sillón, angustiado y movilizado. Debía tener unos 20 años cuando la vi. Ya lo había votado, no muy convencido, y alguna referencia sobre él, seguramente en la facultad, me llevó a soportar las 4 horas de bajada de línea estrepitosa que es esa cinta fundante de la ideología “de liberación”. Una es la de los nenes pidiendo monedas mientras corren el tren. La otra es la escena final, en la que una voz en off dice: “Los pueblos latinoamericanos son pueblos condenados. El neo-colonialismo no permite elegir ni vida ni muerte propia. Vida y muerte están marcadas por la violencia cotidiana. Esta es nuestra guerra. ¿Cuál es la otra opción que queda al latinoamericano? Elegir con su rebelión su propia vida, su propia muerte. Cuando se inscribe en su lucha por la liberación, la muerte deja de ser la instancia final. Se convierte en un acto de conquista. El hombre que elige su muerte está eligiendo también una vida. En su rebelión, el latinoamericano recupera su existencia”. De fondo, la cara del Che muerto, a lo Jesús, y una percusión eterna.

Cuatro horas imposibles duraba, y tan brutal. Que nadie se olvide que se filmó y se proyectó en la clandestinidad, y que fue premiada en Europa, porque sobre todas las cosas era un peliculón. Una intensidad descarnada, una densidad interpelante. Así recordaremos a Pino Solanas.

 

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Matias Ferrari

Periodista, comunicador y militante social. Trabajó en Página/12 y colaboró en la investigación del libro "Macristocracia" publicado por Editorial Planeta.