Nada contiene este cuerpo desbordado

👗 "Que nos hayan privado el derecho a vestirnos fue solo una de las tantas agresiones con las que tuvimos que lidiar", escribe Camila Molteni días después de la reglamentación de la ley de Talles.

Nunca es recomendable para una gorda estar en un shopping, y menos con su mamá. Pero aquí estamos. Tengo 23 y el día gris en Mar del Plata nos empuja a comprar. Entramos a un Levi’s porque mi hermana quiere un jean. Yo ya no compro jeans. Yo ya no compro casi nada en realidad. 

-Tomá, dale, probate éste. 

El pantalón que me da mamá es negro y talle 36. Es el más grande del perchero, el más grande del local. 

-Dale, dale, probate.

También yo soy la más grande del local. Cedo ante la insistencia. Entro al probador. En un colectivo que va a Constitución en hora pico tendría más libertad de movimiento. Me saco el pantalón que tengo puesto. Me miro los pozos en el espejo. Me pregunto por qué razón siempre me veo más gorda y más incogible en estos espejos.

-Mostrame.

-Sí, mamá ya voy.

Me meto en el pantalón negro talle 36 y lo subo con esperanza. No pasa de la rodilla. Me lo saco rápido, me visto y salgo. Se lo devuelvo al vendedor y digo que me queda chico. Me ofrece un talle más grande. No gracias. Espero cruzada de brazos que mi hermana decida cuál de todos los jeans -que le entran- le gusta más. El vendedor no desiste y me trae un talle más grande. Me doy cuenta que es de varón. Le digo «no, gracias» una vez más y salgo del local. Mi mamá me sigue y me dice que sigamos buscando, que no puedo andar siempre de vestido. De hecho, si hoy tengo puesto este jean, roto en la entrepierna como todos los jeans que aún me quedan, es sólo por insistencia de ella. Pero yo ya sé, y lo sé desde hace años, que en ningún local de este shopping ni de ningún otro voy a encontrar algo que me entre. Se lo digo. No quiero pasar más por este infierno. Se enoja.

*

La ropa me gusta mucho. Tengo 3 años y la ropa me gusta mucho. Mi actividad favorita es probarme los vestidos de mi madre y los de mi abuela. Los desfilo para ellas. Las hago reir. Soy hermosa, soy encantadora, me visto increíble. Quieren que me los saque, que vuelva a mi ropa mundana. Hago un berrinche tremendo. Me dejan seguir buscando en el placard. Gané. Encuentro un vestido blanco de encaje espectacular. Mi madre dice que es su vestido de casamiento. Me lo pongo e irradio belleza. Lo arruino arrastrándolo por el piso. Mi madre me saca una foto. Mi abuela dice que después ella lo lava. 

*

Ropa, pilcha, vestimenta, atuendo, outfit. Tengo 14 y compro revistas de modas. Revistas argentinas y revistas yankees. A veces consigo alguna italiana. Las recorto. Pego modelos en las paredes de mi cuarto, en las puertas de mi armario. Modelos que llevan la ropa que yo anhelo. Modelos flacas, rubias, blancas. Con la ropa que yo anhelo. Miro desfiles en la tele. Miro E! Entertainment Television. Miro el reality de las Kardashians. Miro todas las alfombras rojas que puedo. Los Oscars, los MTV Awards, los Grammy. Me invitan a una previa esta noche. Buceo en el placard de mi mamá pero cada vez me entran menos cosas. ¿Sigo siendo hermosa y encantadora? No lo sé, pero definitivamente no me visto increíble. 

Esta vez quiere ponerme algo distinto. Quiero vestir como las de Casi Ángeles. Usar 47 Street y Muaa como mis amigas. Voy al negocio que vende esas marcas. La vendedora me saluda amable para después mirarme de arriba a abajo. Pido un jean. Cualquiera. ¿Qué talle? Pregunta. Como para mí, le digo. La luz cenital del probador lo hace todo más parecido a una película de terror. Me pruebo cinco. No me quedan. Qué lástima chuchi, escucho a la vendedora. “Vivo en un pueblo pequeño”, pienso, “no hay niñas como yo en un pueblo pequeño. Cuando me vaya de acá podré vestir como Lali”. 

*

La ropa todavía me gusta. Tengo 17 y vivo en Buenos Aires, a una cuadra y media de la Avenida Santa Fe. Estoy rodeada de vidrieras. En la esquina hay una zapatería. En la cuadra siguiente uno, dos, cinco, diez locales de ropa. En la siguiente diez más. Maniquíes blancos, rubios, flacos. Modelos como las que siempre tuve pegadas en la pared. Entro, uno por uno, a todos los locales. “No, negri, para vos no me quedó”. “No, mami, en ese talle no viene”. “No, nena, ya no me queda”. Hasta que tengo suerte: alguien me dice que sí. Entro al probador ilusionada y descubro que donde entra mi culo, sobra mi cintura. Mi cuerpo no está hecho para comprar ropa. Tengo demasiadas piernas, demasiados pozos, demasiado todo. Me sobra cuerpo. Un excedente a destruir.

*

¿Me gusta la ropa? La cama es mi nueva oficina. Estoy trabajando en casa. Llevo puesta la única calza que me queda bien. Está gastada y tiene agujeritos en las costuras. Ya intenté coserla varias veces. La uso de entre casa, para hacer yoga, para dormir, para ir al chino los domingos. Quise comprar otras, pero me ajustan. Escucho una canción de Sara Hebe.

Nada contiene este cuerpo desbordado.

Tengo 27 años y me entero por historias de Instagram que se reglamentó la Ley de Talles. Paso rápido la historia. Miro la siguiente, un sandwich. La siguiente, un perro. La siguiente, un culo. Vuelvo para atrás. Leo de nuevo. Se reglamentó la Ley de Talles. Dejo el celular a un lado. Pasan por mi mente las palabras deseo, identidad, belleza. Pienso en libertad, placer, goce. Me largo a llorar. 

No fue hace mucho que entendí que el martirio que viví durante toda mi vida no fue solo mío. Tuve que encontrarme con otrxs gordxs para entender que la violencia hacia nosotrxs es sistemática y no individual. Que debíamos permanecer juntxs y luchar por nuestra autonomía corporal. Fue entonces que mi cuerpo dejó de ser un excedente a destruir y empezó a ser desborde colectivo. Que nos hayan privado el derecho a vestirnos fue solo una de las tantas agresiones con las que tuvimos que lidiar. Sin talles nos quitaron la posibilidad de elegir cómo disfrutar, vestir y decorar nuestro propio cuerpo. Nos dejaron con las sobras. Ya no más. El cuerpo desbordado sobrevive. Respira. Traspasa cualquier límite. Se exacerba en libertad.

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