No dan las cuentas, queridos

🧐 Después de la violación grupal en Palermo, Luki Grimson propone claves para reflexionar sobre las masculinidades y cómo modificar conductas patriarcales.

Después de que se conociera la noticia de la violación grupal a una joven en un auto en el barrio porteño de Palermo, estallaron en las redes múltiples reacciones y debates, respuestas negadoras, minimizantes, punitivas y patologizantes. Entre todo eso, asoma una mirada que necesita ser puesta sobre la mesa: es todo más complejo. Para algunos parece ser tan simple como aplicarle a los responsables una condena de por vida (o incluso que termine con ella) y sanseacabó, pero así no se acaba nada. ¿La mayoría de las mujeres tienen situaciones de acoso, abuso y otras violencias para relatar pero ninguno de nosotros identifica ejercer esa violencia? ¿Tenemos muchas amigas violentadas y ningún amigo violento? No dan las cuentas, queridos.

A solo días de un nuevo 8 de marzo, ya con la tradición del Paro Feminista a partir de la cuarta ola que vino a cambiarlo todo, vuelve a agitarse la discusión acerca de la respuesta a la violencia de género y está claro que ya no hay más lugar para minimizar ni negar estos hechos. Sin embargo, no solo se sigue viviendo la violencia cotidianamente y tenemos que escuchar intentos de responsabilizar a la víctima de la violación -suficiente ejemplo Flavio Azzaro sugiriendo que podía derivarse de un deseo de ella-, sino que también se instalan voces que pueden reconocer el hecho pero ignoran qué lo habilita o promueve. 

Dimensionar el ejercicio de la violencia implica necesariamente pensarlo más allá de un caso aislado y en especial llevarlo a lo cotidiano. Este análisis no busca justificar lo que pasó, sino reflexionar sobre hasta dónde llega la condena contra la violencia, para profundizar sobre la construcción de estas prácticas sin ponerle peros al asunto. Mientras algunos sectores intentan descontextualizar la situación para asegurar que algunos privilegios sigan intactos, quienes tenemos una mirada empática insistimos en que este caso no puede ser anecdótico, justamente porque no lo es. Desde esa perspectiva, intento hacer algunos aportes para debatir sobre cómo se explican los hechos.

  1. ¿Los violadores son enfermos?

No se trata de condiciones médicas, crónicas, epidemiológicas o sanitarias; hablar de los violadores como enfermos aparece como una acusación pero en el fondo justifica lo que hacen, como si no pudieran controlar una enfermedad, en vez de entender que la violencia se da a partir del uso de una impunidad que todavía se sostiene en la sociedad. Lucho Fabbri decía en estos días: “Las violencias de género responden a un sistema social donde los varones son socializados para creer que pueden disponer de las mujeres, de sus cuerpos, hasta de sus vidas”. Si queremos terminar con las violencias es clave empezar por desarmar ese sistema en vez de seguir en un intento constante de inventar razones involuntarias para esas prácticas. Y una aclaración para los confundidos: que hayan fumado porro no lleva a que decidan violar a una piba.

  1. La masculinidad en grupo: amigos y manadas

Con seis varones involucrados, mucho se habló de violación “en manada”, como si fueran un grupo de animales no humanos, construyendo la idea de que se trata de bestias con instintos incontrolables: una vez más, se intenta identificar a los violentos como extraños y me parece importante correrse de ahí si queremos ir al fondo de esta cuestión. Sin embargo, no es menor remarcar lo grupal: los mandatos se construyen y se reproducen grupalmente, la complicidad machista es necesaria para reproducir la violencia y el ejercicio del poder sobre las mujeres y las diversidades aparece como una forma de validación social entre los varones.

  1. La violencia es ajena y cotidiana

Primero está el horror, el enojo, la pregunta de cómo es posible que sigan pasando estas cosas, pero después pienso: ¿en serio no sabemos por qué seguimos viendo estos hechos? ¿De dónde sale esa necesidad de ubicarlo como ajeno y lejano? Especialmente entre los varones es muy necesario preguntarnos sobre lo que pasa alrededor nuestro si queremos frenar la violencia. ¿Qué hacemos cuando un amigo nos cuenta una situación donde fue abusivo? ¿Le cortamos el mambo a nuestros amigos cuando violan el consentimiento, instalan la cosificación o se lavan las manos de sus actitudes? ¿No hay nada que nosotros mismos hayamos hecho que tengamos que revisar en estos términos? Si no nos estamos haciendo esas preguntas es porque, con suerte, nos quedamos con algunas actitudes que supuestamente cambiamos para afuera pero no entre nosotros.

Necesitamos una reflexión profunda y una transformación real. No tiene sentido girar en espiral poniendo la vara donde nos conviene. Profundizar la crítica implica tener en cuenta todos los actores y situaciones que aparecen. Sobre esto, Alicia Stolkiner habla claramente: «Violar en grupo es una conducta humana, social, inscripta en un patrón cultural que hay que transformar radicalmente. Tampoco sirve dar lugar a las propias pulsiones agresivas y retaliativas convocando a que sufran lo que hicieron una vez que estén presos. Eso convierte a la cárcel en un lugar de entrenamiento en violación y legitima la posesión de los cuerpos por violencia y sometimiento».

El mandato de la masculinidad no es la excepción sino la norma, es lo que lleva al sistema patriarcal cotidiano y de ahí al ejercicio de la violencia. La mayoría de los casos de violencia sexual se dan dentro de círculos conocidos, las prácticas de acoso y abuso atraviesan vínculos cotidianos de parejas, familias, en fiestas, en grupos de amigues. Lo que nos indigna cuando se hace viral es, en realidad, cotidiano y, si esa norma nos genera tanto rechazo, pongámonos a quebrarla aunque implique perder nuestros privilegios. A partir de ese quiebre podemos encontrarnos también con nuevas posibilidades, con expresiones más libres del deseo propio y el placer colectivo.

No creo que haya ninguna crítica que hacerle a la indignación por lo que pasó. Es horrible, indefendible y totalmente perverso lo que hicieron estos seis pibes. Y también lo que hicieron muchos otros en muchos otros lugares, también la masculinidad hegemónica que seguimos sosteniendo. Nuestro aporte como varones para terminar con las violencias no puede ser solo la indignación por casos así, no es una novedad plantear que los varones cis activemos en este sentido, pero cada vez que aparecen tantos señalando a otros es importante recordar no solo que hay actitudes para revisar más cerca, sino también que es urgente hacerlo juntos. Tomando el análisis de la comediante Hannah Gadsby, no se trata de figurar como un hombre bueno que traza un límite con los hombres malos según la conveniencia, sino entendernos como parte del problema distinguiendo responsabilidades y reconociendo situaciones.

Desde distintos colectivos como Desarmarnos, el Instituto de Masculinidades y Cambio Social, Privilegiados, los Colectivos de Varones Antipatriarcales (todos estos nucleados en la REMA), venimos laburando estos temas y ahí está el lugar para que cada varón sea parte de una transformación colectiva. En esos espacios suelen ser muy pocos los varones cisheterosexuales; lejos estoy de pensar que romper con la heteronorma nos libera de cualquier práctica violenta, pero es una realidad que la mayoría de estos colectivos están integrados por gays, maricas, bisexuales, trans, travestis y no binaries. Creo que (siempre) es momento de que los varones hetero cis hagan algún click para asumir la responsabilidad que les toca y en general necesitamos abrirnos a reflexiones colectivas que nos permitan encontrarle otra potencia a la grupalidad, para indagar en otras formas de vincularnos yendo hasta lo más profundo y lo más mínimo, que al fin y al cabo es la base para la violencia extrema.

Marina Mariasch aclaraba en estos días: “Ser antipunitivistas no nos convierte en santas ni en tontas ni en amansadas. Tampoco estamos cooptadas y le somos funcionales al patriarcado, ni somos condescendientes o tenemos piedad. Estamos igual de enojadas. Pero sabemos que no es tan fácil como sacar la manzana podrida del cajón. Ojalá”. Queremos ir más allá y lo necesitamos, si condenamos un día con suerte se logrará hacer justicia en un caso. Pero seguirá pasando lo mismo una y otra vez. Se reproducirán situaciones de las que nadie se entera y la complicidad machista seguirá impune. Si no damos un giro seguimos haciendo mierda nuestra salud y la de quienes nos rodean. Hay que cortar con eso y nosotros no podemos lavarnos las manos.

Compartí

Comentarios