«La ópera nació trans»

🎶 Integrante de Ópera Queer, la cantante Luchi de Gyldenfeldt habló en el mes del Orgullo LGBTIQ+ con El Grito del Sur sobre la travesticidad de la ópera y el cambio en la música gracias al transfeminismo y el pinkwashing.

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Luchi de Gyldenfeldt es una persona trans no binaria, tiene 31 años y en 2017 se recibió con honores de la Licenciatura en Artes Musicales con orientación Canto Lírico de la UNA. Su acercamiento a la música se dio mucho antes, cuando estudió piano en el conservatorio Ástor Piazzolla mientras cursaba el colegio secundario y en los talleres de clown, teatro y comedia musical que llevó a cabo durante su adolescencia. También estuvo influenciada por su padre, Oscar De Gyldenfeldt, profesor de Filosofía, pintor y poeta, y su tía, cantante lírica. 

Sin embargo, en ese código fraternal fue junto con su hermana gemela Ferni que formaron Ópera Queer consagrándose como la primera propuesta teatral disidente donde dos personas trans no binarias aparecen en el escenario encarnando este tipo de show musical. A partir de ese momento los reconocimientos fueron en aumento, a la par de su carrera y después de un tiempo -por iniciativa de la decana del Departamento de Arte Musical (DAMUS) de la UNA, Cristina Vázquez- Gyldenfeldt creó la primera cátedra de Canto Disidente del país. Esta propuesta marcó un cambio de paradigma y tuvo gran éxito, llegando a diez alumnes a un año de su puesta en funcionamiento. 

Luchi también participó junto con Ayelen Beker de “Nues(trans) canciones: Brotecitos”, el primer cancionero travesti trans de la Argentina, coordinado por Susy Shock y Javiera y grabado en vivo en el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner como parte del ciclo Nosotras movemos el mundo.

En el mes del orgullo LGBTIQ+, la cantante habló con El Grito del Sur sobre la travesticidad de la ópera, el cambio en la música que generó el transfeminismo y el pinkwashing.

Revista Critica

¿Cómo empezaste a estudiar música?

Comencé de chica. De hecho, desde cierta edad yo ya decía que quería ser cantante lírica y eso llamaba la atención. Mi papá era filósofo, profesor en el Lenguas Vivas, en el Nacional Buenos Aires y en el CBC y nos llevó a escuchar música desde muy chiques a mis hermanes y a mí. Había algo familiar de esa música compartida que también surge Ópera Queer. Entre Ferni y yo armamos un código común donde, en vez de la novela de la tele, nos quedábamos un sábado en la tarde comiendo sandía y escuchando tres veces una ópera de Verdi. En ese momento a mi me surgió algo de la urgencia de la vocación, una pasión por estudiar canto, así que primero hice el conservatorio de piano y después entré al UNA, que entonces era el IUNA. Dos años dejé la carrera de Historia en la UBA para dedicarme enteramente a la música. Como tuvo cosas muy enriquecedoras, el paso por la academia también tuvo algo de disciplinador, de lo que está bien y lo que está mal basado en la biología y en el binarismo. La universidad no deja de estar en una sociedad que avala un tipo de conocimiento marcado históricamente, eso se alejó un poco de lo lúdico que había en nuestro lenguaje con Ferni.

¿Cómo surge Ópera Queer?

Opera Queer empezó con otro nombre siendo parte del ciclo Le Pinta en Casa Brandon, a donde fuimos invitadas por la clown Amarela. En ese entonces decidimos arriesgarnos a hacer algo parecido a lo que hacíamos cuando estábamos solas en casa. Nuestra primera función fue en 2015 y todo Brandon se paró y nos aplaudió. Fue una sensación muy irreversible: esto teníamos que seguir haciéndolo por lo que se generaba en la deconstrucción de nuestras corporalidades, vocalidades y la confrontación con el género lírico. En el año 2017 hicimos el primer Ópera Queer en Mu Trinchera Boutique todavía como si fuera un juego, yo me ocultaba de los profesores de la universidad para que no lo sepan por vergüenza. De ahí en más solo crecimos en público y reconocimiento, conociendo más gente que nos apadrinó y amadrinó.

¿Cómo crees que aporta el proyecto a romper el binarismo en un ámbito tan conservador? 

Yo canto como barítono pero mi voz en términos convencionales es de contratenor, que viene de la historia del Castrati, es decir de los niños que eran castrados para que no les cambie la voz y conserven el tono angelado. Se puede decir que es un tono no binario que escapa de lo permitido para varones cis y mujeres cis. Sin embargo, este proyecto no viene a crear vocalidades disidentes sino a visibilizarlas, a demostrar que existimos y necesitamos esos espacios. Somos muchas personas que existimos hace siglos y no entramos en el binario. Es necesario eyectarnos en esa mesa redonda del conocimiento académico, como sucede en la cátedra de Canto Disidente.

¿Qué es y cómo se crea la cátedra de Canto Disidente en la UNA? 

La cátedra surge en 2020 como una propuesta de la decana del Departamento de Arte Musical (DAMUS) de la UNA, Cristina Vázquez. En ese momento yo había quedado como representante del área de vinculación del programa de Música y Género del Departamento de Artes Musicales y participé en un Zoom. Allí teníamos que justificar por qué era importante que existiera este espacio. Yo dije que significaba la posibilidad de que la palabra inclusión pase de ser un término vacío para integrar realmente a las disidencias y dejar de presuponer que se tenían que acercar solas a la universidad o verla desde la esquina. Cristina quedó conmovida, se dio cuenta que tenía que haber una cátedra para disidencias y me llamó para coordinarla. La cátedra comenzó a funcionar el año pasado de manera virtual con cuatro alumnos y este año ya lo hacemos de manera presencial con 10 personas y cada vez se acercan más.

¿Qué relación tiene con la ESI?

Todo lo que venimos hablando tiene relación con la ESI y sobre todo con la ley de Identidad de Género, una norma que marca la importancia de tener visibilidad en el espacio público, de generar espacios de investigación. Hay un artículo de la ley que habla de la salud vocal y eso es fundamental para entender la necesidad de una cátedra de canto lírico que despatologiza las voces disidentes y les da un lugar seguro de formación. Eso hoy en día es irrefutable. No hay nada que pueda ir en contra de que estos espacios existan y se reproduzcan. 

¿Creés que la ópera siempre tuvo un sustrato trans?

En cuarentena hice una serie de vivos en Instagram contando la historia de la ópera, que es un tema que me fascina. Ese ciclo se llamaba “La ópera nació queer” y cuando lo discutí con artistas nacionales e internacionales me quedó en claro que así era. La ópera tiene que ver mucho con el carnaval veneciano y el ritual de esconderse detrás de las máscaras para poder ser quien une quisiera. Ni hablar de los chicos que eran castrados para representar grandes figuras mitológicas, que en el barroco -ante la prohibición de actrices mujeres- se disfrazaban de doncellas. Hay mucho del travestismo en la comedia de enredos que la ópera toma del teatro. Hay algo de lo que Marlene (Wayar) llama la travesticidad en eso que sucedía en las vocalidades y los personajes. La ópera es riquísima en términos de género y se sigue estudiando muchísimo.

Ópera Queer

¿Qué transformaciones generó el transfeminismo en la música clásica?

Creo que el transfeminismo logró sacarnos los lentes que teníamos puestos e invitarnos a ver una nueva dimensión de las cosas. Es una manera de cambiar prioridades. Desde ese poder trans sororo y trans fraternal hay que avanzar en pos de esa otra humanidad que queremos ser, como dice Susy Shock. El transfeminismo, como la interseccionalidad, es el paradigma desde donde pensar cómo cambiar los espectáculos, los cantos y las músicas como un elemento propulsor.

Tu hermana Ferni fue la primera persona en modificar el reglamento del Pre Cosquín Folklore para que contemple a las personas no binarias. ¿Qué significó ese avance para ustedes?

Lo que hizo la Ferni en el pre Cosquín a través de una denuncia del INADI fue terminar con las categorías de solista vocal femenina y masculina para crear una sola de ahora en adelante. Eso llegó a muchísimas partes del país porque le permitió pasar a la final, más allá de que no ganó. Es una discusión que se vio reflejada en la vida de una de nosotras, pero que abre el juego a qué otras preguntas aparezcan. Se trata de poner la cuerpa para empoderarnos con otras y otres y a veces se trata de enfrentarse. Las personas trans tenemos muchos enfrentamientos con nuestras familias, con la sociedad, con la gente que nos rodea cada vez que te miran en la calle, te prejuzgan, te violan o te matan, que es nuestra realidad lamentablemente. 

En el mes del Orgullo, ¿cómo hacen para lidiar con el pinkwashing? 

Me parece que hay mucha conciencia dentro del colectivo de que eso existe y me sorprende para bien lo aguzado que tenemos la sensación de que no queremos caer. En verdad sucede todo el tiempo el pinkwashing, no tenemos que esperar a junio. Tenemos que hablar desde nuestras identidades y entender cuál es nuestra trinchera de autogestión y lo que no se negocia: la libertad de ser quiénes somos y de mutar y cambiar en nuestras existencias. No hay que despegarnos nunca, pese al orgullo de ser distintes, sudacas, disidentes.

¿Cuáles son tus referencias en el mundo del arte trans?

Bueno, ya vengo nombrando a Susy Shock y a Marlene Wayar en las que también encuentro a Lohana y a Diana, a quienes no conocí pero admiro. Mi hermana Ferni, Gemma Ríos, autora de Andrógina poemario editado por Sudestada, Carmín Lupe, que también es docente y activista, Ayelén Beker, cantante rosarina que me hizo reconectar con la cumbia, Valen Boneto, Gaita Nihil, creador de “Puntos suspensivos” la primera editorial trans, Javiera e Ivo de Bife y un montón de personas más que conozco. 

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios