Ezequiel Cirigliano: de pibe crack a pibe chorro no hay un abismo

✍️ El caso del ex jugador de River, quien fuera catalogado en sus inicios como el sucesor de Mascherano, muestra hasta qué punto los clubes no pueden desentenderse de la exclusión social que padecen muchos futbolistas. ¿Cuántos jóvenes pasaron por lo mismo que Cirigliano sin alcanzar su trascendencia mediática?

Ezequiel Cirigliano era crack. En 2011, el año más difícil de la historia de River Plate, este mediocampista central tuvo una explosiva aparición que lo convirtió rápidamente en figura del equipo. Cuando las papas quemaban de verdad en el club de Nuñez, Cirigliano recibió elogios de todas partes: incluso se lo llegó a catalogar como el sucesor de Javier Mascherano. En ese entonces, Ezqeuiel era titular y capitán del Millonario al tiempo que despuntaba su talento en la selección Argentina sub-20. 

Sin embargo, todo empezó a cambiar luego de que fuera cedido a préstamo al club Hellas Verona de Italia, donde jugó apenas 13 partidos. A su regreso en 2014, Cirigliano empezó a presionar a la dirigencia de River para continuar en el club italiano aludiendo «motivos personales». El trasfondo era más crudo: su padre había caído preso en ese país acusado de tráfico de drogas. Gallardo intentó seducirlo pero no hubo caso. El presidente Rodolfo D’Onofrio tuvo menos paciencia y largó una frase que casi nadie le creyó en ese momento pero que sellaría el destino trágico del futbolista: «Si no es profesional, va a terminar como jardinero».

En 2016 se fue para siempre de River -por la puerta de atrás- y desembarcó en Atlético Tucumán, donde recibió el golpe anímico más duro de su vida: su padre falleció a los 51 años mientras lo acompañaba en su nueva aventura futbolera. De allí en más, «Ciri» -como alguna vez le dijeron cariñosamente las y los hinchas del Millo- entró en una profunda depresión y su vida personal cayó en picada. Muy pocos se acordaron de él y casi nadie le preguntó qué le pasaba: a falta de buen rendimiento deportivo, su presencia pasó a ser un estorbo. 

El fútbol es un negocio, pero además se trata de un deporte exitista. Quien se amolde a estos parámetros recibirá más premios que castigos: las jóvenes promesas serán perseguidas por la simpatía de los fans y los contratos millonarios de clubes y sponsors o inclusive por representantes deseosos de sacar una tajada económica. El futbolista profesional es una mercancía dentro del sistema capitalista por lo que, cuando se agota y deja de producir, ingresa en la cultura del descarte. Eso le pasó a Ezequiel Cirigliano, quien seguía sintiéndose joven pero ya nada era como en los inicios. 

Ezequiel Cirigliano y David Trezeguet

Los clubes y las dirigencias no pudieron (o no quisieron) contenerlo. Su figura terminó casi en el anonimato más allá de algunos pasos intrascendentes por un club de la segunda división de México y por Godoy Cruz de Mendoza. ¿Acaso el estado depresivo del jugador no estaba también relacionado con esto? ¿Cuántos jóvenes pasaron por lo mismo que él sin alcanzar su trascendencia mediática?

De pibe crack a pibe chorro no hay un abismo. El contexto social y familiar de Cirigliano, que vivió casi toda su vida en la localidad de Caseros (Tres de Febrero), siempre fue complejo y pocos se percataron de ello. «Falta apoyo de los clubes hacia los jugadores», resumió uno de sus amigos -quien negó que Ezequiel hubiera intentado robarle a un vecino- en diálogo con los medios de comunicación. La exclusión social es un grave problema y el fútbol no puede desentenderse de eso.

Muchos y muchas hinchas de River encontraron como justificativo insólito de la situación que Cirigliano vistiera un pantalón de Boca, como si más de un ídolo de la institución de Nuñez no hubiera simpatizado con los colores contrarios. Otros se ocuparon de achacarle su condición de «pecho frío» y «fiasco». Más golpes bajos para el jugador de 30 años, porque en las malas son muy pocos los que están.

«Increíble la cantidad de comentarios de hinchas burlándose. Era un pibe del club que la pasó mal, se cagó la carrera y la sigue pasando mal. Si no hay nada bueno para decir, mejor no decir nada», dijo un usuario de las redes sociales cuestionando esta catarata de reproches. Y sí, a veces es mejor el silencio para comprender y empatizar un poco más con el otro (y la otra) en este mundo tan jodido.

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Sebastián Furlong

Licenciado y profesor en Ciencias de la Comunicación (UBA). Retrato periodísticamente el conurbano y la ciudad de la furia. Agenda popular y política para analizar la realidad y aportar al quehacer colectivo.