Antonela Guevara, primera abogada indígena de Tierra del Fuego: “Busco un grito de reparación histórica”

👩‍🎓 Tras vencer el racismo y las múltiples barreras, Guevara se convirtió en la primer letrada Selk´nam. El legado de las mujeres de su familia, la lucha por visibilizar los reclamos de su pueblo y una convicción: "Los pueblos originarios vamos a ocupar los espacios académicos"

A Antonela le dicen «la India» Guevara. Tiene 37 años, es madre de Rocco, Valentín, Amaia, Francesco y Gianna. Trabaja hace casi dos décadas en la Agencia de Recaudación Fueguina (AREF), donde se acomoda en una habitación vacía para atender la videollamada. Por la ventana asoma el sol y lleva el sol en su espalda: se acaba de recibir como la primera abogada indígena de la provincia de Tierra del Fuego. 

Su apodo viene de generaciones -marcadas y atravesadas por el mismo proceso histórico- y porque, como ellas, pertenece a la comunidad indígena Rafaela Ishton del Pueblo Nación Selk’nam (también identificados como Onas). “Siempre fue todo muy difícil para mí, desde muy pequeña. Cuando era chica veía el ejemplo de mi mamá que se ponía bonita a la mañana y salía a trabajar y con la mejor cara me decía: ‘Hija con la frente en alto siempre’”, cuenta en esta charla con El Grito del Sur.

Hace 12 años que milita en su comunidad, denunciando actos de corrupción. “Simplemente por decir lo que otros callan sos ninguneada hasta por los medios de comunicación de esta gente poderosa. El primer tiempo me angustiaba muchísimo. Era muy joven y estaba embarazada. Pero no importa lo que digan, soy una convencida de que la verdad tarde o temprano se va a saber, y vamos a poder visibilizar nuestros conflictos dentro del territorio”, denuncia. 

“La prensa siempre titula ‘Murió el último selk’nam‘, vienen a sacar la foto en blanco y negro, a verme desnuda con pelo de guanaco. Muchachos, sufrimos un proceso que se llama genocidio. Siempre les digo: ‘¿vos vivís como tus antepasados?’. No sólo tenemos celulares y no vivimos en chozas. Los pueblos originarios tenemos el derecho a vivir dignamente y vamos a ocupar los espacios académicos, donde se discute la vida”, asegura. “En mi vida creo que tengo 45 mudanzas (dentro de la provincia). Todo el tiempo moviéndome”, añade al tiempo que se reconoce en su propia metáfora. 

Durante la secundaria conformó el centro de estudiantes y al finalizar sus estudios (y ya cursando su primer embarazo) averiguó para ingresar en la carrera de Derecho pero en ese entonces en Tierra del Fuego no se cursaba. Puso pausa a su proyecto, que retomó años después ante la impotencia de enfrentarse a un sistema que invisibiliza las causas indígenas . “Después de cinco años, les digo a mis compañeros: ‘Necesitamos un abogado, esto no puede seguir pasando´. Así empecé a estudiar en septiembre de 2017, cuando mi hija Gianna tenía dos años. Hoy ya tiene siete y yo soy abogada”, repasa ya recibida de la Universidad Blas Pascal, que tiene sede en la capital. 

Durante ese período, Antonela reconoce las complejidades que atravesó. No tenía una librería cerca, ni tampoco Internet, de modo que usaba los datos de su celular. Más de una vez se le cayó la conectividad durante un examen. “No podía ir al aula porque trabajo muchas horas pero sí lo había remotamente, cocinándoles un bizcochuelo a los chicos, con ellos pero estudiando”, recuerda. En 2019 afrontó su divorcio.

“Dejé todo en Río Grande y me vine a Tolhuin con mis tres hijos, escapando de una relación violenta, de un tipo que no nos dejaba en paz (el padre de sus tres primeros hijos) y que nunca se hizo cargo de ellos. Estábamos viviendo entre un lado y otro, caminando y caminando: en un lado lavaba ropa, en otro comíamos, en otro dormíamos. En ese momento, vendí mi auto casi 0 km para hacer lo que hoy es mi casa”, cuenta.

Antonela tomó como ejemplos a sus a sus ancestros, descendientes de una línea directa de selk’nam. “Las mujeres de mi familia han sobrevivido al genocidio que se perpetuó en nuestro pueblo. Yo siempre pienso que nada de lo que me pase va a ser tan grave como lo que les pasó a ellas hace cien años atrás. Entonces, cómo no voy a tener fortaleza de juntar energías hasta donde no hay. Cada mañana, no sólo pensaba en ir trabajar sino en que mis hijos necesitaban a una mamá que pudiera con todo”, afirma.

Su tatarabuela fue exhibida en los museos humanos, en la exposición nacional de la industria y ahí la hicieron parir a su hija. Su bisabuela, Enriqueta Gastelumendi, pudo contar y denunciar su propia historia (a través del documental La Última Shelk’nam). Fue forzada a casarse y tener hijos con un hombre que había sido su padrastro. “Una vida muy triste, hasta que la pudo escribir, dejando en las tallas todo el amor que sentía por su pueblo”, menciona Antonela, mientras expresa su admiración hacia esa mujer que logró vender sus tallas y convertirse en docente: “Muchas veces ella dice que intentó quitarse la vida o tirarse al mar, y que sus hijos fueron eso que la detenía. Y me sentí tan identificada… No darse por vencida e intentar sobrepasar ese momento”. Su abuela Queta (tenían el mismo nombre) desapareció en el temporal del ‘95 “en situaciones extrañas y nadie la buscó”. “Si en ese momento hubieran estado los movimientos feministas que hoy existen, se hubiera hecho justicia”, señala Antonela. En ellas, halló su propósito.

“Hicieron lo que pudieron en un contexto donde se les impuso una cultura, sin embargo todas han criado a sus hijos con amor. Frente a estas cosas que hizo el Estado con los pueblos originarios, busco tratar de entender para sanar sus heridas”, garantiza.

¿Te acordás cómo y cuándo decidiste ser abogada?

Sí, cuando terminábamos las clases, un profesor de historia nos preguntó qué idea teníamos. «Yo voy a ser policía». Se entra a reír a carcajadas. «Todos tus compañeros van a ser policías, pero vos no acatás ni una sola orden. Guevara usted va a ser abogada o política exitosa pero nunca va a ser policía»

Hace unos días hablábamos sobre la necesidad de reformar la Justicia con una mirada feminista y transfeminista integral. ¿Cómo te interpela esto?  

Son necesarias las reformas. Las leyes se tienen que actualizar en función de la demanda de la sociedad que está pidiendo a gritos una justicia distinta, más humanitaria. Si no, no tienen ningún sentido y va a llegar un día en que nadie las va a cumplir porque no se ajustan a la realidad.  Dentro de la Justicia hay un cambio. El 70% de las universidades está siendo integrada por mujeres. Muchas van a cursar con sus hijos, algo así como lo que me pasó a mí. Una lo que necesita son oportunidades.

En 2012 participé en la sesión Bicameral de Ushuaia de la reforma del código civil, que termina saliendo mucho después. 

¿Cómo lo viviste?

Era muy chica pero me presenté en el hotel Las Hayas colmado de personas con la ponencia de propiedad comunitaria de pueblos originarios. Siempre involucrada, buscando experiencias. Fue algo increíble. Me hicieron pasar primero. Antes de exponer, intento colocar la wiphala, pero viene una mujer de una iglesia y me empieza a increpar. Luego, viene otra por el protocolo y me dice: ‘no podés colocar la bandera por sobre los símbolos patrios. Acá está la Argentina, así que si querés ponela atrás´. Si esto sucedió solo por poner una bandera, ¿de qué derechos me hablan? Se nos quiere invisibilizar, o poner detrás, de cuando estuvimos desde antes.

¿Alguna vez buscaron intimidarte?

Hace no mucho tuve una experiencia un tanto inusual, esto no se lo conté a nadie. Fuimos a una fiscalía para denunciar el incendio forestal de la empresa Lenga Patagónica, que afectaba más de 15 hectáreas de la comunidad y la gente debía salir con los guanacos, escapando el humo por la quema. Esa causa la encajonan y luego de varios años, me vuelve a llamar el poder judicial, junto con otra hermana de la comunidad, impulsándonos a defender nuestros derechos, a buscarnos una abogada que nos represente. Me sorprendí que por primera vez un fiscal nos convoque y tenga un poco de empatía con lo que nos pasa.

A los dos días, llamativamente recibo otro llamado para volver a la fiscalía. Pero la reunión fue en otros términos: entré a una oficina con las persianas bajas, me preguntan si estaba enterada de a qué personas estaba enfrentando, que no íbamos a ganar juicios en la provincia. Me pisaron el teléfono, creyendo que estaba grabando la conversación. Pero yo sólo les garantizo los derechos a mi pueblo. A algunos, porque otros son parte de este entramado de corrupción. La comunidad indígena está dividida: algunos defienden los intereses de esta gente que te aprieta y otros simplemente esperan que se haga Justicia, como en el país.

Sobre esa herencia que recibiste, pero mirando al futuro: ¿qué legado soñás con dejar en las próximas generaciones Selk´nam-argentinas?

Siempre les digo a mis hijos, cuando me ven en algún momento de tristeza que se queden tranquilos de que mamá hizo todo lo que tenía que hacer, siempre en función de lo que sentía, aunque fuera a contracorriente. Mi legado es que defiendan sus orígenes, que nunca se olviden de dónde vienen porque la historia es valiosa y es importante repasarla porque nos hace cuestionarnos. A veces me muestro fría, y digo las cosas en un tono muy autoritario pero te me acercás y soy lo más sensible que hay. Porque al final lo único que busco es un grito de reparación histórica, no plantear una Nación frente a otra. De todo eso que hacemos, en el otro algo va a despertar.

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