Pacto de silencio, pacto de caballeros: los acusados frente al crimen de Báez Sosa

🤐 A tres años del homicidio de Fernando Báez Sosa, los ocho rugbiers imputados fueron llevados a juicio. El Grito del Sur conversó con el activista Luciano Fabbri y el abogado Lucas Crisafulli para intentar abordar la construcción de las masculinidades y el dolor en situaciones irreparables.

Hace décadas, cuando dos o más hombres llegaban a un acuerdo al conversar negociaciones e intereses que no implicaran papeleo de por medio, estrechaban sus manos y la palabra era tomada como el compromiso de lealtad suficiente para asumir la responsabilidad de esa alianza. Esto se conoció como «pacto de caballeros». 

Podríamos analizar por qué estas alianzas sucedían únicamente entre varones, pero consideremos que la fundamentación de este concepto se remonta a años donde las mujeres no eran partícipes del mundo más allá de las tareas del hogar (la famosa división social del trabajo). La importancia de este concepto radica en ese contexto y en la herencia masculina: pues “no es de un hombre” incumplir esa promesa.

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La madrugada del 18 de enero de 2020, Fernando Báez Sosa sale con un grupo de amigos a bailar al boliche Le Brique en Villa Gesell. Adentro se cruza con sus amigos y un joven de su edad, quien lo increpa por haberlo empujado o por derramarle un poco del trago que llevaba. La discusión se torna más agresiva. Interviene el personal de seguridad y retira a los jóvenes del interior. Cuando Fernando sale, el ataque es brutal. Los agresores se van corriendo. Una chica comienza a realizarle maniobras de RCP; a las 4.30 llega una ambulancia que constata que Fernando no tenía pulso. Pero 14 minutos antes los responsables chatean en un grupo. A las 4.55, uno de ellos escribe: “Estoy acá cerca donde está el pibe y están todos ahí a los gritos, está la policía, llamaron a la ambulancia… Caducó”. El último mensaje es de las 6.06: “Chicos, no se cuenta nada de esto a nadie”.

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La filósofa y escritora española, Celia Amorós, define (en su libro Hacia una crítica de la razón patriarcal, 1985) el término “pacto masculino” o “pacto de hombres” basándose en la complicidad entre varones que pertenecen a diferentes estratos sociales, donde “los une el ser varones que encarnan valores de masculinidad que son hegemónicos” y que cuando se establecen “provocan una circunstancia de subordinación”. Esas coincidencias garantizan una protección: mutua y de valores y códigos compartidos, y al mismo tiempo son pactos –dirá la ensayista– porque se cierran entre pares o iguales. 

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Desde ese mensaje enviado por Enzo Comelli, ni él ni los demás imputados Máximo Thomsen, Ciro Pertossi, Matías Benicelli, Blas Cinalli, Lucas Pertossi, Ayrton Viollaz y Luciano Pertossi habían hablado ante la Justicia durante los últimos tres años desde la fecha del homicidio en los que permanecieron detenidos en el penal de Melchor Romero. Sin embargo, algunos tomaron la palabra en las últimas audiencias del juicio para marcar su posición lejos del cuerpo de Fernando, otros aún permanecen sin hablar pero ninguno respondió preguntas ni de la fiscalía, ni de la parte acusatoria (por la familia de Fernando). Su postura se conoció como pacto de silencio.

¿Existe algún tipo de relación entre el pacto de caballeros y el pacto de silencio que trazaron los rugbiers? ¿El pacto de silencio de los rugbiers es, de alguna forma, un pacto de caballeros? ¿Cómo opera el pacto de silencio en este caso?

“Si con pacto de caballeros nos referimos a esas dinámicas que llevan a no cuestionar la reproducción de estas violencias y desigualdades, sí podríamos analizar ciertas analogías entre ese pacto de silencio y un pacto de caballeros”, analiza Luciano Fabbri, pensador y activista orientado en masculinidades, y secretario de Formación y Capacitación para la Igualdad del Ministerio de Género y Diversidades de la provincia de Santa Fe, en diálogo con El Grito del Sur.

Fernando Báez Sosa

Preso(s) de sus palabras

Lo importante es poder pensar cuál es el rol del silencio en las dinámicas grupales que se dan para el ejercicio de las desigualdades y violencias en materia de género por parte de los varones. El silencio del opresor provoca tanto el miedo de quien es vulnerado así como garantiza su impunidad. Frente a esto, Fabbri realiza una diferenciación: “una cosa es el silencio en las prácticas entre varones y otra es el silencio como una estrategia penal”. Aunque en el caso de los rugbiers, su silencio y su pacto (por el accionar en grupo) radica en ambas.

“La dinámica de socialización de la masculinidad no es una dinámica aislada o individual sino colectiva y grupal, y de algún modo opera un mandato de no cuestionar las prácticas de los congéneres y mucho menos si están asociadas al ejercicio de una masculinidad viril o patriarcal”, menciona Fabbri. “De algún modo cuando existen voces que cuestionan ciertas prácticas machistas hacia el interior de un grupo de varones, corren el riesgo de volverse los destinatarios de esas prácticas violentas, ser el chivo expiatorio, ser expulsados o perder el grupo de pertenencia. Eso de algún modo explica cuáles son algunos de los compromisos afectivos que llevan a los varones a elegir, con mayor o menor conciencia, el silencio al cuestionamiento porque ese cuestionamiento es leído en clave de traición por el propio grupo”, añade.

“Cuando decimos ejercicio de la violencia hay que contrastar una violencia celebrada por este grupo porque forma parte de los cánones del grupo, y contrastarla con una mirada adoltocéntrica donde la violencia es considerada mala”, aporta a este medio el abogado Lucas Crisafulli, especialista en criminología y en Derechos Humanos.

La diferencia entre el pacto de caballeros y el de los rugbiers es la cuestión generacional. Entonces, ¿cómo opera esto en cuanto a la construcción de estas y de nuevas masculinidades? Crisafulli responde cómo la violencia entre varones es constitutiva a la idea de masculinidad, sobre todo en el paso entre la niñez y la adultez. Hay determinadas sociedades y Estados que tienen ritos para este paso y uno de esos ritos es la violencia celebrada.

“Si no logramos comprender cómo entre determinados jóvenes varones el ejercicio de la violencia es el pasaporte de ingreso a un grupo, donde forman parte de una cofradía de varones cis heterosexuales, es muy difícil desarticularlo. Cuando uno escucha los audios y ve las conversaciones posteriores que tuvieron los rugbiers, nota que celebraban ese ejercicio de la violencia porque en un determinado grupo es constitutivo de su subjetividad”, complementa.

A ello se suma la socialización en común de estos jóvenes: quienes además de que muchos eran compañeros de colegio y otros también de rugby, mantienen vínculos familiares de por medio. Los hermanos Luciano y Ciro Pertossi son primos de Blas Cinalli, y de Lucas Pertossi, quien a su vez es primo de Alejo Milanesi (que fue sobreseído). Mientras que Máximo Thomsen es primo de Matías Benicelli. Emilia Pertossi (la hermana de Ciro y Luciano) trabaja en el equipo de la defensa junto al abogado que lleva la causa, Hugo Tomei, que es su padrino.

Ciro Pertossi y Blas Cinalli

“Chicos de su edad”

Cuando Graciela Sosa, la madre de Fernando, declaró en el juicio dijo: «No comprendo, y nunca aceptaré, cómo chicos de la edad de Fer le hayan hecho esto. Lo atacaron por la espalda, lo tiraron por el piso. Le reventaron la cabeza, ese cuerpito que yo lo tuve nueves meses en mi panza».

Para intentar entender o darle un abordaje a una idea tan inconcebible y que a la vez sucede, como lo es que personas que “pueden ser buenos hijos y estudiantes en determinadas situaciones pueden cometer estos actos monstruosos”, en términos de Crisafulli, el abogado cita al sociólogo Zygmunt Bauman: “Qué seguro y cómodo, acogedor y amistoso parecería el mundo si los monstruos y solo los monstruos perpetraran actos monstruosos”.

Con ello, se refería a cómo cuestiones propias de la psicopatía -la falta de empatía o emocionalidad frente a actos tan límites como asesinar a una persona e incluso transferirle la responsabilidad de ello, como si “lo mereciera”-, son construidas en una determinada cotidianidad y contexto social. 

La filósofa Amorós conceptualiza las prácticas acordadas entre estos grupos para que colectivamente podamos desarticularlas. “En eso para mí está lo interesante de pensar el concepto de Justicia”, sostiene el abogado capacitado en derechos humanos. “Los homicidios son casos de no retorno. ¿Cómo se reparan? No se pueden reparar. Ese me parece un punto interesante para pensar el caso Báez Sosa. ¿Cuál? Que podamos ver cómo construimos un Nunca Más frente a estos hechos en los que se produce la muerte. Qué interesante que estos jóvenes hubieran tenido talleres en su club o en la escuela donde pudieran haber discutido el rol de la masculinidad, y desmontado que el ejercicio de la violencia es una cuestión de reconocimiento. Una reflexión previa frente a estos hechos, posterior no se puede reflexionar nada. Pero pensar las masculinidades no puede ser solo un taller sino de forma integral”, finaliza.

Frente a esto, el legado que debe dejarnos el juicio como sociedad es la imagen de esa madre y ese padre, que atraviesan día a día la puerta de un Tribunal –un camino tan revictimizante como cruel que le hace revisitar el dolor a esa madre y a ese padre que una madrugada tuvieron que oír la noticia más dolorosa, pero que a la vez no todos los crímenes llegan a esa instancia y menos en el tiempo en que se realizó– con la certeza de que su hijo no volverá pero con la admirable entereza de que las acciones de los responsables no queden impunes (social y judicialmente) y que otras familias no deban sufrir lo mismo.

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