Abandono y degradación en el Cementerio de la Chacarita

😰 El Cementerio de la Chacarita no es sólo el más grande de la ciudad, sino del país. Además, es uno de los cementerios más grandes del mundo. Nichos rotos, mampostería desvencijada y un abandono pocas veces visto en el camposanto porteño.

En las experiencias cercanas a la muerte, ver una luz al final de un túnel suele señalar la inminencia del fin de la vida. Y en la Galería 15 del Cementerio de la Chacarita, donde yacen los restos de personas fallecidas, cualquier porteño o porteña puede apreciar un panorama similar cuando deambula por sus oscuros corredores, donde un hilo de luz puede distinguirse al final de alguno de ellos.

El Cementerio de la Chacarita no es sólo el más grande de la Ciudad de Buenos Aires, sino del país. Además, es uno de los cementerios más grandes del mundo. Ubicado entre las avenidas Guzmán, Elcano, Garmendia, Del Campo, Warnes y Jorge Newbery, es portador de un enorme valor patrimonial, donde conviven construcciones en estilos arquitectónicos como el neogriego, el neorománico, el barroco o el gótico, realizadas con mármol travertino o granito, entre otros materiales.

No es la primera vez que la Chacarita se encuentra en una situación sombría, aunque en el pasado los cementerios municipales intentaban dar un servicio digno, al menos hasta fines de la década del ‘80. Sin embargo, el degrado y la dejadez actuales son de un nivel nunca visto.

Hacemos diez pasos por los jardines centrales de la Galería 15 y contamos 4 o 5 macetas arruinadas por el paso del tiempo. Pastos sin cortar, baldosas partidas, charcos de agua, drenajes sin rejillas, canteros destruidos, plantas que crecen entre hendiduras de las paredes, mampostería floja, etcétera. Otros diez, veinte o treinta pasos y se repiten los fotogramas como en una película de terror.

Si miramos de costado y nos adentramos unos metros en los pasillos, el panorama es similar al de otras galerías: cerramientos desvencijados, con puertas o ventanales sin vidrios o con pedazos de ellos colgando; tubos de luz fluorescentes quemados; cielorrasos destartalados y/o con goteras, con huecos enormes tapados de manera parcial con cartones; charcos por doquier y tachos que intentan atajar goteras; techos y muros con grietas; ventiluces rajados; claraboyas mugrientas; perfiles corroídos; y excrementos de palomas en diferentes sitios, entre otras muestras de abandono y de desprecio por lo público.

Cuando algunos árboles se cubrían de flor meses atrás, realizamos el mismo itinerario: ir caminando por los jardines de la Galería 15 hacia la 22. Como si fuera un set de filmación al aire libre, todo está en el mismo lugar. Comparamos fotos del verano -incluso de dos años atrás-. Las mismas baldosas y macetas rotas e idénticos charcos de agua en los sectores que habíamos recorrido tiempo atrás. De más está decir que en los pasillos los tachos están ubicados, como no podría ser de otra manera, debajo de las mismas goteras.

UN POCO DE HISTORIA

Esta enorme ciudad dentro de la misma Buenos Aires tiene una extensión de 95 hectáreas, lo que equivaldría a la superficie de unos ocho Parque Centenario. Antes, en 1871, cuando la epidemia de fiebre amarilla azotaba Buenos Aires, se había creado un enterratorio en los terrenos que hoy ocupa el Parque Los Andes del barrio de Chacarita. El llamado “Cementerio Viejo” colmó su capacidad, por lo que en 1886 -bajo la intendencia de Torcuato de Alvear- fue planificado otro en el actual emplazamiento, muy cerca de donde está el parque.

La tarea de diseñarlo y construirlo fue encargada al arquitecto e ingeniero italiano Giovanni (Juan) Antonio Buschiazzo, el mismo que abrió la Avenida de Mayo. Inaugurado a fines de 1886, a partir del año siguiente las inhumaciones se realizarían en el predio que conocemos.

Una señora de unos 70 años intenta desplazar una escalera rodante para acceder a los nichos ubicados por encima de la tercera fila en la Galería 15. Primero: ya moverla es una proeza. Y no sólo porque las ruedas no giran hacia donde uno las dirige, sino porque para una persona anciana es muy difícil trasladar semejante mastodonte de hierro. Por otro lado, hay que tomar coraje para subir un par de peldaños porque la palabra “estabilidad” es imposible de asociar con estas plataformas. Es complicado llegar con cierto equilibrio a la cuarta fila de nichos. Y arribar con seguridad a la quinta y sexta es casi imposible porque se mueve para todos lados, sin olvidar que algunos escalones de madera suelen estar partidos o están por desprenderse.

El arrendamiento anual de nichos para ataúdes en La Chacarita van desde $3684 hasta los $10993, dependiendo de la fila y el sector en cada galería.

En el hall que comunica las galerías 15 y 22, las diversas filtraciones de agua produjeron que se comenzaran a despegar las placas de yeso del cielorraso en diversos sectores. Tenemos fotos de hace dos años atrás y las comparamos con otras sacadas hace pocos días: todo sigue igual.

Cuelgan pedazos de las placas que en cualquier momento pueden llegar a impactar en la cabeza de algún transeúnte tanto en las galerías 15, 18, 19, 21 y 22. También, entre los tesoros a la vista, los excrementos de paloma se hacen presentes en todas las galerías.

Para acceder a las galerías 18 y 19 hay tres ascensores, de los cuales uno no funciona. Ya, al llegar al hall de entrada, podemos corroborar que las amplias manchas de humedad no son propiedad exclusiva de la 15, 21 y 22. Mientras se desciende por las escaleras, se puede distinguir en los muros la inclemencia del paso del tiempo. Y en los pasillos se nota que los difusores de ventilación están tapados con bollos de cartón o papel madera, quizá para que no penetren las palomas. También hay trozos de lápidas partidas, apoyadas sobre mesadas o paredes. La mugre impregnada indica que están allí esperando desde hace un buen tiempo que alguien decida hacer algo con ellas.

Al igual que en la 15, hay dos ruidos característicos que resuenan y se repiten en ciertos sectores. El primero, el sonido hueco de goteras que caen cada unos ocho segundos. El otro, el de las palomas que conviven en los entretechos.

EL PANTEÓN SUBTERRÁNEO

El entonces Municipio de Buenos Aires le encarga en 1950 a la arquitecta Itala Fulvia Villa la construcción del VI Panteón para dar respuesta a la creciente población de la ciudad. Con la colaboración de Clorindo Testa y otros arquitectos, se diseña esta imponente obra que, una vez concluida, será un monumento a la arquitectura racionalista y brutalista en nuestro país, realizada en hormigón armado. Al ser inaugurado en 1958, bajo tierra -en dos subsuelos- quedaron dispuestos racionalmente en nueve galerías (15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22 y 23) 23.200 nichos de ataúdes, 4.000 nichos para urnas grandes y 13.000 para urnas pequeñas.

El recorrido nos ofreció otras ocasiones para corroborar el nivel de abandono y deterioro de todas las galerías. Por ejemplo, en la 21, donde se encuentran algunos de los nichos más antiguos del Panteón Subterráneo, es imposible adentrarse en los sanitarios por la falta de iluminación. De todas formas, no es un triste privilegio de una galería sino que en todas se pueden encontrar mingitorios, letrinas y cerámicas completamente sucios y rotos. Asimismo, en el corredor que comunica la 21 con la 22 es deplorable el estado del cielorraso, siendo uno de los sectores del Panteón Subterráneo en peor condición, sin mencionar la suciedad y el olor a causa de las deposiciones de las palomas que anidan allí. Además, una de las rampas de acceso a la 22, realizada en madera, tiene tablones partidos. Traspasarla es como cruzar un puente colgante.

En la 18, hay hasta un sector “clausurado” con escaleras de madera apoyadas en el suelo formando una “X” para que nadie pueda pasar. Y hasta hay escombros debajo de los cielorrasos conformados por placas de yeso, deteriorados por el paso del tiempo y la falta de manutención. Para variar, éstos albergan palomas que se posan sobre la estructura de perfiles.

Por otro lado, hay que agregar las violaciones de sepulcros en todas las galerías, así como los mismos y roñosos carteles que desde hace años indican con la leyenda “sector en reparación”, y que están pegados sobre lápidas partidas o sobre placas destartaladas de madera que tapan algunos nichos descubiertos -como los de la Galería 21-, que evidencian que ese lugar en cuestión está en olvido hace años y que continuará en esa condición hasta que a alguna autoridad de la Dirección General de Cementerios del GCBA le parezca que vale la pena tener un poco de respeto por la memoria de los muertos y de los seres queridos que los visitan.

“Estamos renovando el Cementerio de La Chacarita” se puede leer en la cartelería que el Gobierno de la Ciudad ubicó en la entrada principal, sobre Av. Guzmán, al frente de la Estación Federico Lacroze de la Línea Urquiza.

Y más allá de la falta de mantenimiento, hay que decir que una de las mayores conquistas culturales del neoliberalismo es el callado consentimiento por una parte de la sociedad al desguace de lo público (como también se ve en la sanidad y la educación), donde el Estado abandona su intervención a favor de los intereses y derechos de la mayoría de la población.

Surgen las preguntas. Del ABC del mantenimiento: ¿cuánto se cumple de éste? ¿Hay que esperar que le caiga un pedazo de cielorraso a alguien? ¿O que algún adulto mayor se tropiece con una de las tantas baldosas rotas o se patine en un charco? ¿Qué otras graves carencias o peligros habrán y no lo sabemos todavía?

Un tema aparte es el estado de desolación de algunos panteones (con riesgo de derrumbe y cerrados al público, abandonados a su suerte no sólo por el Gobierno de la Ciudad, sino por diversas asociaciones que representan a algunas colectividades, ya que son privados). Un ejemplo es el estupendo panteón de la “Asociación Española de Socorros Mutuos de Buenos Aires, cuyo grado de desamparo daría para otra nota.

Sin embargo, es muy diferente el presente de un panteón privado como el de “Nuestra Señora de la Merced”, más cercano a la fisonomía de los llamados “cementerios parque”, que contrasta con el descuido en los sectores públicos, en franca decadencia. Lo mismo ocurre con los cementerios Alemán y Británico, contiguos al de La Chacarita, de gestión privada.

A su vez hay galerías de nichos al aire libre, ciertos sectores de tumbas y mausoleos, descuidados por décadas y que son profanados. Placas, urnas, cruces, manijones de ataúdes y rejillas se sustraen con impunidad. En los mausoleos se pueden observar desde escombros hasta puertas, rejas, ventanas y bóvedas olvidadas y destrozadas.

En tanto que en algunas parcelas donde se encuentran las sepulturas en tierra, los arbustos y malezas crecen alrededor de diversas tumbas. En la sección 15, los terrenos se anegan luego de cada lluvia intensa. Y en cuanto a las secciones 18 y 19, se puede notar claramente cómo la naturaleza avanzó hacia ellos y tapó las tumbas circundantes. Esto también se puede corroborar en las adyacencias, como en la Galería Perimetral que da a la Avenida Warnes, donde algunos de los nichos al aire libre datan de principios del siglo XX y a los cuales se hace difícil acceder por la vegetación. Muchos de ellos están descubiertos o “protegidos” apenas por lápidas destruidas. Y hasta se pueden observar restos óseos a la vista (algunos en contenedores, otros sueltos), así como placas recordatorias sobre el pavimento.

A mediados de 2016, el Gobierno de la Ciudad demolió los antiguos nichos –de fines del siglo XIX- ubicados en el paredón que daba a la Av. Elcano. Se exhumaron cientos de cadáveres y allí se construyó la “Plaza Elcano”. En las redes sociales del GCBA, la presentaron así: “¡La Ciudad sigue sumando Plazas y Parques! Celebramos la nueva plaza del Cruce Medrano, el Parque Elcano de Chacarita y la ampliación de la Plaza de Mayo; y que juntos cuidamos y preservamos los espacios verdes de la Ciudad. Un paseo con tu mascota, unos mates en familia o con amigos, ¿vos cómo los disfrutás?”.

Respecto a la Galería de la Sección 4, ubicada a espaldas de la Av. Jorge Newbery, la situación de los techos es tan mala como en los del Panteón VI. Cada vez que llueve, el agua penetra en los pasillos por diferentes orificios. Aquí la mayoría de los nichos datan de principios del siglo pasado. En particular, es alarmante el estado del suelo de la primera planta, en una zona localizada sobre uno de los accesos al edificio: hay rajaduras que atraviesan el pasillo, por las que incluso se puede percibir la luz del sol que da en la entrada al edificio, así como lo que parecería ser parte de una viga de acero. Desde la planta baja, se puede advertir la misma grieta al mirar hacia al techo, la cual cruza el ancho del pasillo, desde los nichos que dan a Jorge Newbery hasta la fachada que da a la Sección 4. También hay fisuras en las paredes y hasta se distinguen partes de barras de refuerzo de acero en el techo.

En las Galerías 3 y 4, que dan a la Av. Guzmán, personal del cementerio comenzó a tapar los nichos que desde hace años esperaban ser tapiados ya que estaban descubiertos o con las lápidas partidas. Hace pocos meses, allí se podían ver restos óseos en algunos de ellos. De todas formas, pudimos corroborar que todavía hay sepulturas abiertas y en un mal estado. En una vimos un féretro totalmente devastado, a punto de despezarse, así como otra donde había decenas de huesos, tales como fémures, vértebras y hasta un cráneo.

De más está decir que el Gobierno de la Ciudad se especializa en hacer trabajos de “fachada”. Y no lo decimos porque le suele dar prioridad a ciertos tipos de trabajos como lo son la restauración de las fachadas del cementerio, tal como sucede en las galerías que dan a la Av. Guzmán y en un sector de Av. Jorge Newbery, sino porque precisamente debajo de esas placas de madera blanca que tapan esos nichos se encuentran todo tipo de restos óseos que hasta hace poco tiempo se podían divisar sin problemas.

El itinerario tétrico no terminó allí, sino que continuó por las Galerías 5 y 6, ubicadas a espaldas de Av. Jorge Newbery. El edificio, visto desde afuera, por su fachada pulcra y muy bien pintada, daba la impresión de que no se encontrarían las cosas que luego descubrimos. En la planta baja, como se preveía, había un nivel de suciedad aceptable. Pero si uno baja al subsuelo de la 5°, ya aparecen todo tipo de mobiliario antiguo y abandonado, cajas, pedazos de madera, flores secas, pedazos de cartón, frascos vacíos, etc. Y no sólo la mugre sube de nivel, se divisan diferentes sepulturas sin lápidas. En ellas hay féretros destartalados y huesos a la vista: vértebras, fémures, costillas y otros que parecen ser radios o cúbitos.

En la Galería 6 a nivel (planta baja), los corredores mostraban la misma falta de limpieza, así como insectos muertos en ellos. En el 1° piso hay todo tipo de basura: cajones de cartón, diarios, botellas vacías, etc. Al recorrer los sucios pasillos, en un cesto encontramos lo que parecerían pedazos de un féretro carcomido por el tiempo y el olvido. Algunos ladrillos sobresalían amenazantes de dos nichos descubiertos de la quinta fila –la más alta-. Apenas sujetados a la estructura, es probable que caigan un día.

El camino continuó por la Galería 7 Alta (1° piso) y luego por la 8 a nivel y subterránea, en dirección a la 9. Precisamente, en el subsuelo de la 8° galería tropezamos con lo que podríamos caracterizar como una de las peores imágenes que vimos en La Chacarita. Parecían ser simples contenedores de madera, pero a medida que nos acercamos divisamos que eran urnas partidas, una encima de la otra, repletas de todo tipo de restos óseos. Algunos huesos yacían desparramados en suelo, al lado de una botella de cerveza, otra de plástico, bidones, un pedazo de lápidas, papeles y mucha tierra. No eran diez: eran decenas de huesos enteros y fragmentados. Y dentro de las urnas, muchos más, así como un pedazo de cráneo.

El final no podía ser mejor. Retomando la Galería Perimetral, pero desde la Sección 15 –tal vez el sector de tumbas más descuidado del cementerio-, la recorrimos en sentido hacia Av. Del Campo. El muro donde se encuentran estos sepulcros limita con los cementerios Alemán y Británico, como si fuera un paredón que divide la pobreza de un barrio privado. Y la película se repite pero a un nivel más sombrío: centenares de lápidas partidas, nichos descubiertos con urnas repletas de todo tipo de huesos o restos óseos directamente a la vista, recubiertos de una suciedad que lleva décadas. En estas galerías al aire libre se pueden ver varios cráneos al lado de placas recordatorias. No nos quedan más palabras.

De todo lo visto y dicho, se desprende que se deberán realizar tareas de demolición y/o apuntalamiento, así como la colocación de cuñas y refuerzos en diversas edificaciones del cementerio, así como la delimitación y señalización de lugares donde podrían caer objetos o en los cuales haya hundimiento del suelo. Tarea aparte, y muy necesaria, es la restauración y limpieza de sepulcros.

En la web del Gobierno de la Ciudad, al cementerio se lo presenta de la siguiente manera: “Desde principios del siglo XX, constituye el principal cementerio activo de la Ciudad”. La gestión del PRO parece desmentir que se refieran a la mismísima necrópolis a la que tienen abandonada desde hace 16 años, donde no sólo el respeto por los muertos no entra en la agenda del Gobierno de la Ciudad, tampoco se preserva el patrimonio arquitectónico.

Y si se entra al área de la Subsecretaría de Servicios al Ciudadano, se puede leer: “Desde la Dirección General de Cementerios buscamos garantizar el buen mantenimiento y funcionamiento de los tres Cementerios del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires”. Palabras que chocan con la realidad.

Bienaventurados los vivos, bienaventurados los muertos, pero sobre todo los indiferentes.

Antes de emprender la caminata hacia la salida, y como si fuese una señal de la providencia o tal vez sólo obra del destino, que nos quería sorprender con una especie de broma -y todavía no estamos convencidos cuál de las dos opciones podría ser-, recibimos la llamada de un número que nuestro celular identifica como “desconocido”. Una chica se presenta: “Hola, te hablamos del equipo de Horacio. Queremos saber tu opinión sobre algunas cuestiones…”.

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