La cárcel en el living de casa

🙎‍♀️ Son las mujeres quienes se encargan de garantizar la salud, la alimentación y los derechos de sus familiares detenidos. Las tareas de cuidado y los roles de género no exceden al contexto de encierro. ¿Cómo se vive la cárcel fuera de cárcel?

«La cárcel se instala en el living de tu casa”, dice Andrea Casamento, coordinadora de la Asociación Civil de Familiares de Detenidos. La cárcel se mete en la cocina de las familias, en la ropa de las visitantes y en el tiempo de quienes acompañan a las personas en contexto de encierro. 

Andrea es madre y compañera de dos personas que estuvieron privadas de su libertad. En 2004 su vida dio un giro de 180 grados. Su hijo fue detenido, acusado de robo. Pasó de vivir un cotidiano como catequista y madre de dos hijos, a interiorizarse en el ámbito penal para poder ayudar a su hijo en la causa judicial y que, mientras tanto, viviera lo mejor posible en la cárcel. En el camino, entre la fila de los controles y los viajes en combi hasta el penal, conoció a otras mujeres que transitaban lo mismo.  A partir de esa experiencia, en 2008 fundó ACIFAD, la primera organización de y para las familias de personas privadas de su libertad. 

El encarcelamiento no solo afecta a quienes están detenidos, sino que genera cambios profundos y diversos en el círculo familiar, social y económico. “Cuando aparece la cárcel en la vida de una persona, lo primero que pasa es que se invalida a quién está privado de su libertad.  Si precisa saber cuál es su situación procesal, se encuentra con que el juez no lo va a ver y los defensores tampoco. Entonces, la familia se tiene que mover. Lo mismo sucede con la comida o si está enfermo”, sostuvo Casamento.

Andrea se detiene en el tiempo que insumen esas tareas: hay que pedirse un día en el trabajo para la visita, otro para el juzgado y a eso se le suman las horas de preparación de la comida. “Las cárceles en general quedan muy lejos de los lugares donde vive la gente, entonces al tiempo en el transporte se le suma lo que gastás en el viaje”, comenta. 

De géneros y cuidados

En la mayoría de los casos, son las mujeres quienes se encargan de garantizar la salud, alimentación y los derechos de las personas detenidas. Las tareas de cuidado y los roles de género no exceden al contexto de encierro. “Al cuidado de la casa, de los pibes, se suman las otras tareas. Eso hace que el cuidado hacia nosotras mismas quede en último plano”, expresa Casamento. Y agrega: “Además está la mirada social y la culpa. Lo primero que pensás es ¿qué hice mal? ¿Dónde me equivoqué? ¿Qué es lo que no miré para que mi hijo esté ahí? Si sos la compañera, la novia, la esposa, también. Todo el mundo te va a mirar y te va a decir ‘vos también sos responsable ¿por qué elegís estar con un tipo así?’. El estigma y prejuicio social es un gran problema”. 

Frente a la vulneración de derechos humanos básicos como la salud y la alimentación, las familias intentan tapar los vacíos que deja el sistema. “En la cárcel la visita es una molestia porque genera mucho más trabajo y saben que cuando hay un problema somos nosotras las que ponemos calma. Las familias terminan poniendo el parche en la ausencia del Estado. Lo hacen con las comidas, con la limpieza, con todo”, subraya Casamento.  

Andrea Casamento

De derechos y punitivismo

La Convención Americana de Derechos Humanos expresa en su artículo 5 inciso 3 que “la pena no puede trascender de la persona del delincuente”. Es decir, que sus familiares, amigos o allegados no deben ser tratados como internos o “posibles delincuentes”. Sin embargo, no se cumple. Claudia Cesaroni explica en su libro Contra el Punitivismo las violencias o destratos que ejecutan quienes están en contacto cotidiano con familiares, las autoridades judiciales, los legisladores y funcionarios. “La primera manera en que no se cumple es en el momento en que se decide dónde construir una cárcel y luego, cómo se le hace cumplir la condena a las presxs”, sostiene la autora y abogada. 

“Las miradas hacia los familiares son de sospechosa. De esa manera te requisan, de esa manera te ponen un montón de trabas. Con la ropa, por ejemplo, no se puede entrar con prendas color azul, negro o gris por precaución de que le dejes esa ropa al preso, que se camufle y puede escapar. Lo mismo pasa con los alimentos, hay una lista de los que están permitidos. Si en el cumpleaños llevás una torta, la van a romper toda para ver que no tenga algo adentro”, ejemplifica la fundadora de ACIFAD y aclara: “Sin embargo, cuando te vas de viaje y pasas por el escáner del aeropuerto, no te sentís sospechosa. Eso se hace con respeto y a todo el mundo. Este mismo sistema tendría que usarse en la cárcel. Hay que tener ciertos recaudos para que no entren cosas prohibidas, pero no por eso te tenés que sentir vulnerada, porque ahí está esa carga de que siempre seremos nosotras las que hacemos lo que está mal”. 

Según el informe Más allá de la prisión, de ACIFAD, hay cerca de 146 mil niños, niñas y adolescentes con al menos un padre o madre detenidos. Esta situación trae múltiples problemáticas en sus vidas: desde los traumas que les pueda dejar la detención policial o un allanamiento o la reconfiguración en la dinámica del hogar, hasta el maltrato de las fuerzas de seguridad.

“Con los chicos se genera toda una cuestión. Surgen preguntas: ¿le digo o no le digo dónde está el hermano o el papá? ¿Lo dice en la escuela? También pasa que muchos padres no quieren que sus hijos se reúnan con esos niños cuando se enteran que el papá está detenido”, contó la fundadora de la organización. Además, planteó que la cárcel no está pensada para la visita de un niño: “No hay un lugar acondicionado donde se puedan realizar las visitas, no hay un horario pensado para los niños, pero lo que te dicen es ¿para qué lo trae al menor? Pero ese niño tiene derecho a la vinculación familiar porque esa persona, aunque esté presa, sigue siendo su papá. Después, como familia, verán de qué manera él sigue cumpliendo su rol de padre”.

En general, a las mujeres se les da arresto domiciliario cuando están a cargo de niños. Sin embargo, tanto los hijos como las madres se encuentran con determinadas trabas para poder cumplir las tareas escolares o de recreación. Sobre esto, Casamento se pregunta: “¿Cuáles son los programas que están destinados a fortalecer la crianza de niños que tienen una mamá con una pulsera y no puede salir de la casa? El pibe tiene que ir a la escuela, tiene que ir al médico, tiene que comer. ¿Sabés lo que es estar con un niño 24 horas dentro de tu casa? ¿Cómo se trabaja con esa mamá para ayudarla en la crianza de los pibes? ¿Cómo se encarga de llevar a los chicos a la escuela o de conseguir una vacante? ¿Se acerca el Municipio a darle el bolsón de pañales? No, porque el municipio no sabe que tiene una mujer con arresto domiciliario ahí”. 

Además, Andrea destacó que nadie mira a estos niños. Muchas veces quedan a cargo de sus abuelas, que ya habían criado a sus hijos y estaban en otro momento de su vida pero tienen que responsabilizarse de todas formas. “Después, cuando los chicos ya le decían ‘mamá’ a su abuela y vuelve la madre hay una serie de cuestiones a resolver. Muchas veces los chicos quedan separados y después hay que armar otra vez esa familia. Tienen que reconocer a esa persona como mamá o papá. El problema es que no hay una política seria que tenga en cuenta a estos pibes y la manera para acompañar estos procesos”. 

El Estado tiene como obligación garantizar la reinserción social mediante el trabajo, la capacitación, la educación, la salud y el deporte. Sin embargo, el sistema cuenta con múltiples fallas. ¿Qué pasa después de la cárcel? Cuando una persona cumple la pena, tiene que sostener un trabajo y un hogar. “Suponiendo que una persona estuvo presa desde los 18 hasta los 30, cuando vuelve después de tantos años se va a encontrar con un mundo completamente distinto. Todo eso que uno va aprendiendo en el día a día y en la práctica, no lo tienen”, afirmó Casamento y cuestionó: «¿Qué pasa entre los 18 y los 30? Tenés parejas, estudiás, trabajás, empezás a independizarte, todos esos ensayos que uno va haciendo. A los 30, cuando sale, tiene que pagar el alquiler, trabajar y si no logra todo eso, entonces muchas veces reincide y vuelve a estar preso. Es verdad que la cárcel es una puerta giratoria: es un lugar que siempre te va a invitar a entrar, nunca a salir”. 

En la última etapa de la pena, se puede aplicar la libertad asistida, un programa intensivo de preparación para el retorno a la vida libre. “Seis meses antes de que la persona vuelva, el Estado debería hacer un acompañamiento y también a la familia. Sin embargo, no sucede. Si nosotros trabajamos con el fortalecimiento a la familia, si acompañamos el proceso educativo, podemos pensar que este proceso de vuelta a casa no sea tan abrupto y que además baje el índice de la reincidencia. Esto no solo beneficiaría a quienes estuvieron privados de su libertad, sino que también a los vecinos que después vuelven a convivir con esa persona”, afirmó. 

Desde el principio, los familiares se encuentran con un camino lleno de trabas y pocas respuestas. Las personas que visitan no tienen a nadie que les explique cómo funciona el sistema penitenciario, sino que lo aprenden en la práctica o con consejos de quiénes van hace más tiempo. 

Compartí

Comentarios