Sangre en la tierra de la miel

🇮🇱🇵🇸 La guerra no empezó ayer y tampoco es una guerra. Es una ocupación colonial y asimétrica, donde el país con el segundo mayor PBI per cápita destinado a la industria armamentística controla las fronteras, el suministro eléctrico y el acceso al agua de un territorio de 360 km².

Las imágenes de este sábado fueron contundentes. No hay dudas: el secuestro, la tortura y la muerte de la población civil constituyen hechos siempre repudiables. Pero no es la primera vez que pasa: son parte del guión cotidiano de las fuerzas de ocupación israelí contra la población palestina desde hace al menos 50 años.

La «guerra» no empezó ayer. Tampoco es una guerra. Es una ocupación colonial y asimétrica, donde el país con el segundo mayor PBI per cápita del mundo destinado a la industria armamentística controla las fronteras, el suministro eléctrico, el acceso al agua y la libre circulación de un territorio de 360 km² donde viven 2,3 millones de personas.

La muerte es siempre trágica. Pero en la comunidad israelí hay un consenso tácito: los propios valen al menos 100 respecto a los «otros». Según Naciones Unidas, en 2017 murieron 8.562 palestinos víctimas del conflicto y 174 israelíes. En 2018 fueron 31.558 contra 130. En 2019 fallecieron 15.628 palestinos contra 133 israelíes y en 2020 2.781 contra 61. Datos, no opinión.

Este consenso es una legitimación del apartheid. Las vidas israelíes valen más. La sociedad hebrea se construye sobre un consenso clasista, racial y religioso. Pero sobre todo por un despojo que los atraviesa: los que mandan son también los dueños del suelo. Los que pierden, los condenados de la tierra.

El conflicto es largo e imposible de explicar en unos breves párrafos, pero vale detenerse en las pujas que estructuran a ambos bandos. Benjamín Netanyahu llega a esta ofensiva en su momento más sensible: con un fuerte conflicto interno por la reforma de la justicia, un discurso derechizado, nacionalista y supremacista, acusado por casos de corrupción y con una sociedad cada vez más militarizada. Esta situación lo expone, pero lo fortalece: el enemigo externo y el conflicto armado han sido parte de su sustento.

La sociedad israelí ya no discute paz de Oslo, ni dos estados ni una salida al conflicto. La respuesta oficial desde hace años son las ocupaciones: islas de sionistas radicalizados, asentados en territorio palestino, armados y cuidados por el ejército israelí, siempre prestos a las provocaciones y la humillación a la población local. Una buena parte de la sociedad los apoya: son la vanguardia blanca, judía y occidental. Otra parte no, pero lo acata en silencio.

Desde el asesinato de Yitzak Rabin por parte de un sionista radicalizado, la historia de Israel cambió. De aquella foto del primer ministro hebreo con Yasser Arafat hasta hoy, cambiaron muchas cosas. Principalmente, Palestina perdió a su mayor líder histórico y con su caída comenzó la fragmentación.

Hoy en día, el territorio palestino permanece territorial y políticamente dividido. En Cisjordania, del lado este de los muros del Estado de Israel, gobierna Al Fatah, más moderado, en una zona más próspera y menos aislada. En Gaza gobierna Hamas, expresión nacional del islam político, más radicalizado y en un territorio empobrecido. También hacen parte de la vida política palestina otros actores como el Frente Popular para la Liberación de Palestina, una organización de origen marxista y secular.

Israel, la «tierra prometida» para el sionismo, ha sido el caldo de cultivo de la fascistización de buena parte del mundo. Proveyó de armas al apatheid en Sudáfrica, a la dictadura militar argentina, a Myanmar tras el golpe de Estado y armó a Somoza en Nicaragua. Bolsonaro se bañó en el Jordán en su primer viaje al exterior, Trump reconoció a Jerusalén como capital de Israel y Javier Milei declaró que hará lo mismo.

Esta nueva escalada se da en un marco geopolítico particular: suenan tambores de guerra en el mundo. Con Estados Unidos y Rusia centrados en Ucrania, el avance de Turquía y Arabia Saudita en el Medio Oriente y Asia Central, con África en plena escalada antiimperialista y con Bashar al Assad más afianzado en su control de Siria. El contexto condiciona y las salidas consensuadas no son la norma de la post-pandemia.

La muerte no inicia ahora, la ocupación tampoco. Es un proceso largo y se augura largo nuevamente. Israel contestará con fuerza porque se juega gran parte de su legitimidad. El Mossad y los servicios quedaron muy expuestos en una respuesta palestina sin precedentes y en pleno festejo religioso de Simjat Torah.

No hay dos demonios, no hay guerra. Hay colonización, humillación y sometimiento. Hay una sociedad próspera y occidental viviendo a costa de la ocupación y la muerte de un pueblo. Hay una condena internacional al estado de apartheid y un reconocimiento masivo a la existencia de Palestina. En la tierra de los olivos y la miel, hay sangre fresca nuevamente de una herida que tiene ya muchos años.

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Yair Cybel

Una vez abrazó al Diego y le dijo que lo quería mucho. Fútbol, asado, cumbia y punk rock. Periodista e investigador. Trabajó en TeleSUR, HispanTV y AM750. Desde hace 8 años le pone cabeza y corazón a El Grito del Sur. Actualmente también labura en CELAG y aporta en campañas electorales en Latinoamérica.