Un centro clandestino de detención en pleno Cid Campeador

En la calle Franklin 943, en pleno Caballito, funcionó un centro de detención clandestino dependiente de la Fuerza Aérea Argentina, vinculado a "Virrey Cevallos", otro ex centro clandestino ya recuperado. El Grito del Sur habló con el principal testigo en la causa, quien denuncia torturas, detenciones ilegales y desapariciones, y exige que avance la investigación.

El caso

«A Guillermina y a mí nos secuestraron la mañana del 8 de julio de 1976, en la esquina de Aguirre y Estado de Israel. Eran dos autos y en uno nos llevaron a nosotros. Nos metieron a un garage, nos subieron por una escalerita y ahí arrancó el ablande«.

Franklin al 900, entre Martín de Gainza y Nicolás Repetto. En pleno barrio de Caballito, a dos cuadras del Cid Campeador, en la misma manzana que el colegio técnico Ingeniero Huergo y en el centro geográfico de la Ciudad de Buenos Aires. Al 943 de Franklin, para ser más exactos, hay una casa con vidrios espejados. De esos que se utilizan para evitar que los extraños vean lo que sucede adentro. Allí, pero a la vista de todo el mundo, funcionó durante la última dictadura cívico-militar un centro de detención clandestino donde se encerró y torturó a militantes populares.

El testimonio principal que sostiene la denuncia es el de Sergio Bufano, periodista y escritor que durante los años 70 militó en la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO). Esa mañana de 1976 se había reunido con su compañera Guillermina Elsa Santamaría Woods y tomaron un taxi. El viaje fue corto: el vehículo fue detenido a las pocas cuadras, le apuntaron a ambos con una ametralladora y los llevaron a la casa de la calle Franklin. «Daba la impresión de que estaban drogados. Eran mucho más violentos de lo que necesitaban, puesto que los dos estábamos esposados. Estaban tan nerviosos que a uno se le escapó un tiro», explica Sergio, en diálogo con El Grito del Sur. «Comenzaron a torturar a Guillermina con picana. Pusieron un disco de Mercedes Sosa a todo volumen para tapar los gritos y eso duró todo el día. Desde la mañana hasta la noche».

Franklin 943

Luego de las torturas, Guillermina aportó una dirección falsa y la patota abandonó el inmueble. En Franklin 943 quedaron solamente Sergio, Guillermina y dos guardias. «Yo estaba encapuchado. Simulé un paro cardíaco, les dije que sufría del corazón y pedí coramina». No fue la única actuación de Sergio: también le dijo a los militares que era hijo del periodista Alfredo Bufano y que él mismo trabajaba en el diario La Prensa. Golpeado, vomitado y perdiendo sangre, logró que los militares le quitaran las esposas y, mientras el responsable de su cuidado entraba y salía del lugar, Sergio aprovechaba para levantarse la capucha y mirar alrededor. Tenía un objetivo claro: encontrar un arma para suicidarse.

«Busqué con la vista. Era una casa abandonada. Había un colchón y diarios por el suelo. Pasaron varias horas en el juego de levantarme la capucha cada vez que salía el sujeto, caminar dos metros y volver. Ya era de noche y yo tenía terror porque iban a volver los otros y descubrir que yo no era el hijo de ningún periodista ni tenía problemas de corazón», cuenta Sergio. Finalmente, encontró una escalera y un hueco que lo comunicaba al garage: ahí había un Fiat 600 y Bufano buscó en la guantera un arma. No tuvo éxito pero pudo notar que la puerta del lugar estaba cerrada con un destornillador. Luego de un forcejeo, Sergio logró falsear el mecanismo, abrió la puerta y comenzó a correr.

«Estaba en un estado deplorable. Tenía la capucha sobre la frente, sangre en las manos, me había vomitado encima. Subí a un colectivo y le dije al conductor que había tenido un accidente». De esa forma, Sergio pudo escapar. Apenas recuperado, buscó a sus compañeros y esa misma noche volvieron armados a Franklin 943 con la intención de liberar a Guillermina. No hubo caso: estaba todo oscuro, las puertas abiertas y adentro no había nadie. Los militares habían abandonado la casa.

«En el mes de julio de 1976 la casa apareció abierta y abandonada», declaró en su momento María Isabel de Mont de Giardino, vecina de Franklin 944, exactamente enfrente del centro de detención. «La casa parecía abandonada o muerta. Dejaron un equipo de música nuevo. Los vecinos me dijeron que no había que meterse», dice el testimonio de la mujer que consta en el expediente del Archivo Nacional de la Memoria.

Sergio Bufano.  Ph:Romina Morua (ANCCOM)

Los responsables

La situación en Franklin tiene muchas similitudes con la de otro centro de detención clandestino de la Ciudad de Buenos Aires: el de Virrey Cevallos 630. Los vínculos entre Franklin y Cevallos son notorios: ambos funcionaban bajo la órbita de la Fuerza Aérea, en ambos operaban escuadrones civiles-militares y los dos funcionaban como centros de detención y tortura de militantes que luego eran derivados a lugares de mayor capacidad operativa, generalmente dependencias de la Fuerza Aérea en la zona Oeste. Además, tanto Cevallos como Franklin dependían de la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA).

Pero el dato central es que ambos inmuebles eran propiedad de las mismas personas, y que las dos propiedades habían sido alquiladas al mismo agente de inteligencia: José Antonio Nogueira. «Los hermanos Leonardo y Roberto Ríos le alquilaban a Nogueira tanto Virrey Cevallos como Franklin. Éste era un oficial retirado de inteligencia que fue recontratado por la Fuerza Aérea para incluirlo en el aparato represivo. Incluso llegó a manejar una agencia de seguridad, desde donde hacía la parte de logística e infraestructura de la represión», explica Osvaldo López, coordinador del Sitio de Memoria Virrey Cevallos. Es curioso: López también fue detenido y torturado, pero en Cevallos, y al igual que Bufano logró fugarse y se convirtió en una pieza central del reconocimiento y la recuperación del lugar.

Archivo CONADEP

Los hermanos Ríos oficiaban como testaferros de la Policía Federal. Eran propietarios de ambos inmuebles y en la causa se desentendieron de las acusaciones señalando que solamente habían alquilado el lugar. Los Ríos salieron impolutos de la investigación judicial por Virrey Cevallos, que comprobó el funcionamiento del aparato represivo en el sitio y condenó al Brigadier Graffigna y a otros dos hermanos, los Monteverde. En el marco de las investigaciones por la causa, Roberto Ríos se excusó declarando que «nunca me constituí en el lugar a fin de verificar el uso que efectivamente le dieron”.

Mientras tanto, en su declaración, Lidia Ana Veggeti de Nogueira, esposa del militar, negó que la casa perteneciera a su marido. En 1986, una vez finalizada la dictadura, José Antonio Nogueira fue felicitado por el Brigadier José María Ignes Rosset por «la capacidad e idoneidad puesta de manifiesto en el cumplimiento de una tarea especial que le fuera encomendada». En su declaración del año 1985, Nogueira manifestó haber alquilado el inmueble de la calle Franklin a Roberto Río, hijo de Eduardo Río, pero dijo que nunca utilizó el inmueble.

La jueza Amelia Berraz de Vidal fue la encargada de llevar adelante la investigación de Franklin 943. «Creo que la jueza, si se hubiera puesto las pilas, habría descubierto que los dueños eran los mismos que Virrey Cevallos. Nunca investigó lo suficiente porque en ese caso hubiera sido mucho más interesante», sentencia Sergio Bufano.

El estado (actual) de las cosas y el futuro de Franklin

A pesar de que la Ley 26.691 declara Sitios de Memoria a “los lugares que funcionaron como centros clandestinos de detención, tortura y exterminio” durante la última dictadura, el problema es que su reglamentación es municipal, por lo que la capacidad de recuperación o señalización de Franklin depende del Gobierno de la Ciudad. De todas formas, tanto Sergio como Osvaldo apuestan a poder visibilizar el tema para continuar en la lucha contra el olvido.

Guillermina fue vista por última vez en la ESMA y desde entonces permanece desaparecida. Franklin se vendió dos veces hasta llegar a los dueños actuales. Como era propiedad privada, sin la fuerza de la demanda social que había tenido Cevallos, no se consiguió el impulso necesario para avanzar sobre esa expropiación. O cuanto menos la señalización. En el frente de la casa amarilla no hay ninguna señal que dé cuenta de que allí funcionó un centro de exterminio. Unos pañuelos blancos pintados sobre el asfalto y borrados por el desagaste del tiempo son el único testimonio de la memoria que pervive hoy.

Actualmente, Franklin 943 se encuentra habitada y todos sus vidrios están espejados. Como para que nadie que pase, pueda mirar y enterarse de lo que pasó allí adentro.

 

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Yair Cybel

Una vez abrazó al Diego y le dijo que lo quería mucho. Fútbol, asado, cumbia y punk rock. Periodista e investigador. Trabajó en TeleSUR, HispanTV y AM750. Desde hace 8 años le pone cabeza y corazón a El Grito del Sur. Actualmente también labura en CELAG y aporta en campañas electorales en Latinoamérica.