Testimoniar desde el género: el cuerpo como territorio

En plena pandemia comenzó el primer juicio oral por los delitos sexuales que cometieron genocidas y torturadores durante la última dictadura. Georgina Andino brindó su propio testimonio, sobre la historia de su mamá, secuestrada en septiembre de 1978.

Hace aproximadamente dos meses, entre septiembre y octubre, en medio de la pandemia y el encierro, nos enteramos que se abría un nuevo juicio por delitos de lesa humanidad. Otro juicio, aunque no un juicio más: un juicio por delitos sexuales, los delitos sexuales que padecieron nuestras madres, hijas, tías, abuelas, amigas, compañeras.

Juicio que llevó mucho tiempo y esfuerzo conseguir.

Dos genocidas, Jorge “el tigre” Acosta, jefe de la Sección de inteligencia del GT 3.3.2 que operaba en la Ex Esma, y Alberto “el gato” González, oficial de inteligencia, ya teniendo penas perpetuas y/o a 30 años varias por represores, torturadores, apropiadores de bebés y niñes, ladrones, etc, ahora están siendo juzgados por violadores y abusadores sexuales, contra tres compañeras, una de ellas mi madre, Mabel Zanta.

El juicio no se transmite. El tribunal resolvió que por tratarse de delitos sexuales no sea público. Pero sí es importante que se sepa.

El 26 de septiembre comenzaron las audiencias. En la primera, la preliminar, los torturadores se negaron a declarar, amparados en la ley que nuestros compañeros y compañeras no tuvieron. Y como siempre. Calladitos.

El lunes pasado, 9 de noviembre declaramos mi hermano y yo como testigos en la causa. Nos piden que contemos qué vimos, qué recordamos y qué secuelas hemos tenido como familia, personales y fundamentalmente, secuelas de mi madre.

En septiembre del 78, cuando secuestran a mis padres, yo hacía una semana había cumplido 13 años, mi hermano, hacía dos meses, había cumplido 19. Mis padres fueron llevades a lo que supimos luego era la Ex Esma, al sector Capuchita.

Repasar vida e historia es memoria, siempre. Aunque, a veces sea dura y duela. Estas memorias las hemos repetido innumerables veces, entre amigues, familia, terapeutas y compañeres.

Sin embargo, declarar en juicio es otra cosa.

Declarar en juicio libera, repara y sana. Implica contar en voz alta ante oídos amorosos y ante otros, odiosos y furiosos. Algunos tal vez indiferentes. Pero que, aunque no quieran, deben escuchar. O por lo menos hacer un gran esfuerzo para abstraerse, encerrados y paupérrimos.

Pero también es fuerte y hostil. No hay abrazos ni palmadas ni ánimos explícitos, aunque sabes que tantes están ahí, afuera, pensándote y acompañándote. Es la mezcla más perfecta de felicidad y sed de justicia con congoja y pena y necesidad de que pase de una vez. Es una tormenta de sensaciones encontradas y necesarias.

Así conté nuevamente todo lo que me acuerdo, todo lo que le pasó a mi vieja, a mi viejo también, todo lo que nos pasó, todo lo que se guarda en la piel, en el alma y en la mente. Una declaración que transcurrió en el dolor del recuerdo pero tranquila, hasta que pudieron preguntar los abogados defensores. El Tigre Acosta es representado por un defensor oficial. El Gato Gonzalez (pobre los felinos del mundo diría una amiga) por un abogado defensor de asesinos histórico y recurrente: Guillermo Fanego.

Fanego se dedicó a intentar ponerme nerviosa, a preguntarme mil y una vez lo mismo, supongo que deseando que de tanto decir lo mismo la verdad se transformara en otra cosa, difícil defender lo indefendible. Fanego intentó que yo describiera los genitales internos de mi madre buscando marcas de la violación, o que le contara cuántas veces, a qué horas, qué días de la semana, de qué mes y de qué año, mi madre me había mostrado las escoriaciones de golpes y quemaduras de cigarrillos. Fanego, prestándole su propia voz a todos y cada uno de los represores, genocidas, asesinos y violadores, quiso quebrarme, atontarme, desacreditarme los recuerdos del alma y las emociones de más de 40 años, dibujando imprecisiones absurdas de fechas y horas imposibles. Cada llanto, cada furia, cada secuela encajonarla en un corset imposible de clasificaciones que pudieran defenestrar el horror. Fanego quiso sellar con discursos retóricos la carne de mi madre.

Fanego, Acosta, González no pudieron. Ni van a poder.

Yo terminé agotada, claro, me duele el cuerpo todavía de la crispación y la furia, y me costó un poquito recuperar la sensación y la convicción de la liberación y la sanación que implica la justicia.

Me ayudaron mi mamá, mi papá (donde esté ahorita), mi hije y mi niete. Mis compas, amores, amigues, todes quienes estuvieron presentes, preguntando, queriendo saber y estar de alguna manera, me sostuvieron fuerte y lindo. Y a mi vieja también, que declara el próximo 30.

Para todes elles, estoy escribiendo esto, a unos días ya de pasada la audiencia. Y para les 30.000.

Como dije antes, los abusos y violaciones que formaron parte de la política de terror de estado de la dictadura se enmarcaban en el disciplinamiento social necesario para acabar con los proyectos políticos revolucionarios que denunciaban la opresión y anunciaban que otra vida era posible.

No nos han alcanzado los adjetivos para tratar de describir los tormentos a los que han sido sometidxs nuestrxs compañerxs. Someter sistemática y brutalmente a un otrx.

Un otrx que tuvo que ser deshumanizado, aislado de su condición de semejante, plausible de múltiples aberraciones cuan objeto o cosa: lo mismo que decimos cuando hablamos de patriarcado, de machismo, de odios de géneros.

Mucho tiempo después nos fuimos enterando, haciéndolo consciente. Los abusos varios, las violaciones, los manoseos, el poder extendido al propio territorio cuerpo mujer ha quedado oculto, subsumido en el propio horror de cada tormento: la violencia patriarcal y sus múltiples latigazos que estigmatizan, invisibilizan, culpabilizan y oprimen.

Los delitos sexuales han quedado doblemente ocultos.

No se pudo decir de entrada. Costó. Y mucho. Nos sigue costando. Nos cuesta todos los días. Nos cuesta mujeres, niñas, travestis, tortas, putas. Nos cuestan. Nos duele nombrar dolor. Gritar violencia. Sin embargo, ya no hay vuelta atrás.

Con orgullo, fuerza, entereza, rabia y alegría, en los juicios se testimonia el dolor y el ahogo. También el nunca más, el no nos olvidamos, el juicio y castigo, el BASTA que venimos gritando desde hace mucho.

Gracias por cada compañera que está y por las que ya no, por mi madre y por todas quienes han sufrido abusos y violaciones, por las que pueden decir, por las que no, por mí también, por cada piba violentada, por nuestras ancestras y por nuestras venideras. Por todes elles, éste es un juicio histórico. Se enjuician violadores. Y esperamos su condena.

Testimoniar desde el género, desde los géneros, suma. Suma, es reparador y liberador. Las voces que denuncian restituyen, transforman, colectivizan luchas, ponen de cara al poder machista, patriarcal, capitalista y opresor. Pero fundamentalmente, testimoniar desde el género, suma ovarios.

Suma mucho ovario, rompe los mandatos de silencio victimizadores. Descubre. Des-cubre.

Porque adonde vayan les iremos a buscar. Mil veces. Porque basta de patriarcado y de capitalismo. Basta.

Porque no olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos.

Jamás.

 

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