Breve historia de los planes sociales

✊ Siempre fueron la contraparte de la destrucción del empleo, una herramienta de los gobiernos para contener el conflicto social. Los desocupados dieron vuelta ese objetivo desmovilizador al usarlos para organizarse. Hoy, desde la economía popular, tienen mucho más que planes para mostrar.

Los primeros planes de empleo se crearon en 1996, con los levantamientos de Cutral-Có y Plaza Huincul, en Neuquén, tras la privatización de YPF. Fue la respuesta del menemismo a los crecientes niveles de conflicto social. Mientras reprimía a los desocupados y los acusaba de “asociarse para delinquir” (en una de esas puebladas una bala policial mató a Teresa Rodríguez), el Gobierno creó el Programa Trabajar I, un subsidio que tenía una duración de entre 3 y 6 meses. Al año siguiente, el entonces gobernador Eduardo Duhalde lanzó en la provincia el Plan Barrios Bonaerenses.

Los planes fueron creados, así, para contener las protestas que cuestionaban al orden económico neoliberal, que desde sus inicios se centraron en reclamar la creación de trabajo. La pueblada de Cutral Co, por ejemplo, logró la construcción de dos hospitales (trabajo), el asfaltado de calles y rutas (trabajo), el compromiso de llamar a licitación para construir una planta de fertilizantes (trabajo)… y planes.

En su libro Con el pecho en la ruta, Nicolás Salas -periodista y militante del Frente de Organizaciones en Lucha- plantea que Duhalde implementó el programa Barrios Bonaerenses porque veía que el Conurbano se le podía ir de las manos. Ya Antonio Cafiero, en las hiperinflaciones de 1990 (ese año el aumento del IPC fue del 1343 por ciento), había hecho un ensayo de planes de empleo, aunque muy chico, por unos pocos meses. 

Duhalde -recuerda Salas- “tenía plena conciencia del escenario social generado por las políticas macroeconómicas“ del menemismo. De hecho, venía de ser el vicepresidente de Carlos Menem. Pero incluso masificando los planes, llegó tarde. Porque en el Gran Buenos Aires una militancia dispersa, con lazos con los ‘70, encontró en la organizacion barrial y la convocatoria al piquete una grieta para crear organización. El movimiento piquetero, en ese sentido, oxigenó a una clase trabajadora que venía desarticulada.

Los cortes de ruta pasaron a ser la principal herramienta de reclamo. A su vez, el acceso a planes generó entre los desocupados una disposición mayor a organizarse. Salas lo describe así: “Familias que no tenían nada empezaron a percibir un ingreso mensual, lo que marcó una diferencia sustancial con luchas anteriores”.

Hay otro punto clave para entender ese proceso histórico, que ha sido señalado  muchas veces por Roberto Martino, creador de las primeras organizaciones piqueteras del sur del conurbano: si las organizaciones sociales crecieron fue porque los referentes y referentas barriales del PJ -los llamados punteros- se les sumaron, dandole la espalda al peronismo de los ‘90.

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Un dato importante es que desde la creación de los planes hubo organizaciones que buscaron darle un sentido productivo. Armaron bloqueras, pequeños emprendimientos textiles -aunque sólo alcanzaran para que el barrio tuviera un roperito-, panaderías, herrerías.

¿Lo hacían todas? No. No lo hacían las organizaciones de la izquierda partidaria, que entendían que el reclamo debía centrarse en el trabajo genuino.

Los emprendimientos productivos fueron encarados, en cambio, por las organizaciones piqueteras de la izquierda independiente, como los Movimientos de Trabajadores Desocupados que más tarde formarían el Frente Darío Santillán, la UTD de Mosconi, el Movimiento Teresa Rodríguez.

¿Qué sentido tenía armarlos? Dar respuesta a las necesidades más urgentes y seguir ganando en organización. Graciela Chopinet, histórica referente de los emprendimientos productivos del Frente Darío Santillán, explica por qué se sostuvieron en el tiempo, cuál fue su motor: “Hablábamos mucho en las asambleas de desocupados sobre qué hacer. Usábamos siempre una expresión: prefigurar la sociedad que queríamos”. Desde esa idea, todavía vigente, es que pudieron ser sostenidos.

Una regla corroborada a lo largo de los años es que los gobiernos de derecha (aún estigmatizando a los planeros, equiparándolos a la corrupción o criminalizándolos) siempre resultaron los más dispuestos a dar planes. Cuanto más a la derecha estuvieran, más subsidios otorgaron: Duhalde, Fernando De la Rúa -que tuvo como ministra de Trabajo a Patricia Bullrich- y Mauricio Macri encabezan la lista. Y es lógico, si se piensa que los planes siempre fueron la contraparte de la destrucción del empleo.

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En los gobiernos kirchneristas la represión fue reemplazada por estrategias políticas para la resolución del conflicto social, entre ellas las destinadas a anular el componente más disruptivo de las organizaciones. Los movimientos que más habían acumulado en la resistencia al neoliberalismo fueron menguados.

Se iniciaba un período de crecimiento económico extraordinario que permitió la creación de cinco millones de puestos de trabajo. Esa fue la única etapa, desde los ‘90 a hoy, en que muchos integrantes de los movimientos sociales se alejaron de las organizaciones porque  conseguían insertarse laboralmente.

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En esos años ganaron peso los movimientos del campo nacional y popular, en sintonía con la recuperación de legitimidad del peronismo. Parte de sus referentes asumieron cargos en el gobierno. Nacieron el Movimiento Evita, la Tupac Amaru y otras organizaciones menos conocidas que hicieron un enorme recorrido en la construcción de viviendas populares, como la CNCT.

Pero aunque el crecimiento económico y las políticas de distribución del ingreso mejoraron todos los indicadores sociales -aumentó el empleo y los salarios recuperaron poder de compra-, no todos los desocupados consiguieron trabajo formal, ni mucho menos. Por el contrario, si algo quedó claro -marcadamente a partir de la crisis internacional de 2008- fue la incapacidad del sector privado para absorber la mano de obra disponible.

¿Por qué se redujeron entonces los planes? En parte porque efectivamente hubo más trabajo. Y en parte, porque prácticamente la mitad de los beneficiarios de planes de empleo fueron traspasados a  otros programas de carácter más asistencial, como el Familias.

La idea de que la falta de trabajo podría ser resuelta sólo con la reactivación económica -una ilusión pariente de la posibilidad de reconstruir una burguesía nacional que se comportara como tal, priorizando el desarrollo argentino- hizo aguas cuando, como se dijo, apretó la crisis internacional de 2008. En 2009 el gobierno de Cristina Kirchner creó el Argentina Trabaja, un programa que impulsó el armado de cooperativas para generar cien mil puestos de  trabajo en el Conurbano. El Argentina Trabaja incluyó medidas como el compre estatal (de guardapolvos, por ejemplo). Pero se implementó a una escala reducida en relación a las necesidades sociales.

En la autocrítica que se formuló el kirchnerismo tras perder las elecciones de 2015 habló de un núcleo duro de la pobreza al que no había podido llegar. Sin embargo, no hay que perder de vista nunca que en el origen de la pobreza está la falta de trabajo; o como es más nitido en estos días, de trabajo de calidad.

Con Mauricio Macri los planes volvieron a aumentar en cantidad, para calmar las aguas de un nuevo repunte de las protestas sociales mientras endeudaba al país.

El macrismo, además, buscó desarmar los emprendimientos productivos. Mandó a todo el que tenía un plan a estudiar, como única contraprestación posible, como si el problema de la falta de empleo fuera la inempleabilidad de los desocupados y no el orden económico. Es un tramo reciente de la historia y lo tenemos todos más fresco.

En esa historia se hizo la economía popular, siempre alimentada por una creciente exclusión del empleo.  Actualmente hay un millón doscientos mil planes Potenciar. ¿Parece mucho?…pues el número de trabajadores informales, sin derechos, los sextuplica: hoy son trabajadores informales 7 millones de argentinos. Su cantidad y peso relativo aumentó en la salida de la pandemia, cuando se produjo una nueva vuelta de tuerca del proceso de concentración económica, que agravó la informalidad del mercado laboral. La desocupación bajó, pero no traccionado porque las empresas del sector privado estén demandando trabajo masivamente y ofreciendo buenas condiciones de empleo, sino porque en un escenario de aumento de los precios, más personas tuvieron que salir a generarse ingresos como fuera, a trabajar en lo que encontraran, en las condiciones que fueran. 

Juan Grabois suele plantear que la economía popular existe porque hay un Estado neoliberal, y alerta sobre el peligro de romantizarla. Tiene razón. Con ese cuidado, hay que decir que la economía popular es, también, creación de la lucha.

Y que tiene mucho para mostrar: ha creado polos textiles donde sus trabajadoras y trabajadores ganan más que en los talleres del sector privado, lugares donde como sabemos campea el trabajo esclavo. Han dotado a sus lugares de trabajo de espacios de cuidado para los hijos, de comedores, de instancias de formación como los bachilleratos populares.

Los trabajadores de la economía popular han creado el programa de urbanización de los barrios populares en el que, organizados en cooperativas o cuadrillas, ganan el equivalente a salarios de convenio, con comida incluida, ropa de trabajo, ART, reparto de utilidades si  terminan las obras antes de lo previsto. 

Han conveniado con las municipalidades el trabajo de los cartoneros y levantado plantas para el reciclado.

Son desarrollos que muestran que el trabajo con derechos es posible si existe la voluntad política de hacerlo.

¿Qué piden los movimientos populares en la marcha de este 1ro de mayo? Escalar esas experiencias. Que sea activado el compre del Estado, que se generen instituciones que valoricen los trabajos de la economía popular -reconociendo, por ejemplo, la importancia de las tareas sociocomunitarias-. Que el Estado sostenga mecanismos de crédito para el acceso a la tierra de los agricultores familiares. Que regule la actividad de las grandes empresas con disposiciones como la ley de envases, que permitiría mejorar la situación de los cartoneros y recicladores.

Cuando los movimientos populares son estigmatizados (aunque se lo haga siempre con el argumento de los planes, usando la acusación de que viven de planes) no se trata nunca de los planes. En realidad, molesta que sigan teniendo la capacidad de impugnar el orden económico allí donde se originan las desigualdades. Desigualdad que no es sólo el resultado de una cuenta al final del día, en el momento de saber cuánto ganó cada uno con su trabajo, sino desigualdad como una forma de violencia que atraviesa cada momento de nuestros trabajos, en todos sus órdenes. Para los gobiernos, mientras haya un Estado neoliberal, los planes seguirán siendo lo más fácil de dar.

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