“Cada mujer que trabaja limpiando casas tiene su drama muchas veces tapado detrás de la escoba”

💁‍♀️ En Argentina, el 75,9% del sector del servicio doméstico son trabajadoras informales, mayormente mujeres. La obra teatral “La que limpia” nos acerca al mundo personal y coloca en el centro de la escena a personajes históricamente secundarios. Conversamos con la directora de la obra, Lali Fisher.

Cuando una espera, empieza a pensar. En la hora. Y cuánto le queda para irse a dormir, o para levantarse la mañana siguiente. En la señora, que le preguntó veinte veces si tomó el clonazepam. En la alfombra que terminó de cepillar. En qué casa le toca mañana. Mete las manos en los bolsillos del camperón azul con el escudo de Italia de imitación. Tiene frío sí, pero de ahí saca unos papeles que relee. La señora va dejando notas por todo el departamento. Para acordarse. El tiempo es despiadado casi siempre. —Siempre digo que voy a dejarla y nunca lo hago— se resigna —Es que me da pena porque en el fondo soy la única persona con la que habla—.

Hay un punto en común propio de las personas que contratan empleadas domésticas y es que piensan que les están haciendo un favor. No que sea al revés. El trabajo dignifica. Y más, si incluye los viáticos. Por eso, para Laura su cuento es lo que le pasa entre colectivo y colectivo. Lo que nos va contando, como suspendida, son sus desventuras más que para repasarlas, para dejar registro de ellas. Su fecha, son los ramales del transporte de ocasión. «723, Nordelta-Pacheco, colectivo lento que viene de los castores». A la vez, es como si nos metiéramos en su cabeza: imágenes diferentes pero repetidas, episódicas y encadenadas para contar hacernos parte de esa secuencia. De a ratos mira cómplice y socarrona al público, antes de pronunciar alguna frase ácida: —A la señora no le gusta estar frente al delta, dice que la deprime—. Ella en cambio mira por la ventana de lo de una amiga, «la primera casa para la que trabajo que no está impecable», de donde mira nostálgica la medianera de donde vivía, con el árbol de limones que sigue estando junto a la parrilla. 

“Queríamos hablar de una realidad social que veíamos pero sobre todo de cómo nos imaginamos que puede vivirlo una trabajadora de casas particulares. Ese fue el gran desafío”, cuenta a El Grito del Sur Lali Fisher, directora de la obra teatral “La que limpia” que escribió junto a Mariana del Pozo, que además de la impulsora es la protagonista. Los domingos, a las 18 horas en el Teatro Moscú (Juan Ramírez de Velasco 535, Villa Crespo, CABA), llevan a escena su texto, inspirado en uno de los relatos que compone el best seller Manual para Mujeres de la limpieza (2015), de la autora estadounidense Lucía Berlín.

Terminaron de escribirlo entre octubre y noviembre de 2019. A un año de la anteúltima presentación del proyecto de ley por el aborto (IVE), con el fervor de la ola feminista. Ese año la Argentina alcanzó un pico de 501.319 empleadas registradas en casas particulares, que descendió entre esos últimos tres años a 30.700 empleos formales. Es decir que 470.619 personas perdieron su puesto o quedó relegado a la informalidad (el famoso “estar en negro”). Cuando tenían previsto comenzar con el período de ensayos, estalló la pandemia por Covid-19. Un contexto de dificultades en muchos sentidos. En lo personal para ellas, por la pérdida de presencialidad para el teatro, que durante meses fue defendido por sus artistas para convencer al Estado que era seguro volver a trabajar. Mientras que para el empleo doméstico: frente a más personas aisladas en sus casas, menos precisaron de sus servicios. Sin contar el riesgo epidemiológico que les implicaba salir y viajar sin vacunas en transporte público. Pospusieron el estreno hasta finales de 2021, corriendo el riesgo de que la obra ya no las interpelara, por el cambio de paradigma del abordaje en temáticas de género. “Después de todo lo que había pasado nos reencontramos con el material pero no sabíamos si nos iba a volver a convocar; y sí. Nos miramos y dijimos «hay que hacerlo». Los directores de Moscú, Francisco Lumerman y Lisandro Penelas (quien nos aportó observaciones claves en la escritura), nos animaron a estrenarlo en la sala grande, porque al principio imaginábamos algo mucho más íntimo”, asegura.

Obra teatral «La que limpia»

Ella sabe que es un bardo con sus versos de Conurbano

Decía el dramaturgo francés Jean Genet cuando escribió su obra antecesora Las criadas (1947), que niega que el teatro sea “la descripción de los gestos cotidianos vistos desde el exterior. Yo voy al teatro para verme en escena (…) tal y como yo no sabría”. Quizás sin asociarlo, ese fue uno de los retos de Lali Fisher. “Una de las principales cuestiones para nosotras fue cómo hablar desde nuestro lugar sobre un rol o personaje social siendo respetuosas, buscando darle particularidad y profundidad, no caer en el cliché”, puntualiza. ¿Cómo se representa una realidad que está tan al alcance pero que siempre resulta ajena? 

Mientras que el tema parece universal, entendía que había particularidades en trasladar la realidad de una trabajadora doméstica en Argentina donde (según recupera Ecofeminita) el 36% de las personas asalariadas se encuentra en una relación informal, pero esta tasa asciende al 74,5% en los casos de las trabajadoras del servicio doméstico (noviembre de 2022) siendo la tasa más alta de todo el mercado de trabajo. En un 98,5% se trata de trabajadoras mujeres y es la ocupación más popular entre ellas. Mientras que un 20% migró de provincia y más del 10% proviene de un país limítrofe. En 2023, el 75,9% son trabajadoras informales en el sector del servicio doméstico. 

Con esta realidad en mente, la prominente actuación de Mariana llena de sutilezas y de picardía, y las luces de Soledad Ianni, la directora puso el conurbano bonaerense en escena. “Había algo muy potente en la observación detallista de las pequeñas cosas de la vida. Eso nos permitió realizar una especie de traducción, a partir de buscar esos detalles en nuestro paisaje, ir en busca de esas imágenes que teníamos nosotras, construir el conurbano, la calle, la gente, las luces… Hay algo barrial, los personajes que se cuelan en el relato son sumamente cotidianos y eso nos parecía hermoso. Ver eso que muchas veces se nos escapa porque lo tenemos enfrente todo el tiempo. Lo más complejo era encontrar lo teatral en un relato puramente narrativo. ¿Cómo era esa acumulación escénica? ¿Cuál era el punto donde eso explotaba?”, pone en cuestión Lali Fisher.

“Lo que más nos interesaba de eso era meternos en la intimidad de las casas. En eso que las empleadas ven y que por ahí quienes son sus empleadores no se dan cuenta o como muchas veces son las únicas personas que acompañan a los adultos mayores, o crían a lxs niñxs, y que saben los secretos de cada hogar”, evidencia la directora.

Lali Fisher, directora de la obra

La cultura del trabajo de las muchachas domésticas es de tradición oral, como los cuentos de los hermanos Grimm donde a toda Cenicienta que espera, le llega su redención. Pero Laura no se engancha con eso. Ella sabe que es más un bardo. 

Aunque ella no irá por ahí con su guitarra difundiendo las andanzas del camino del héroe, sí ventila las suyas o las de las suyas para que la gente (el público) se entere y no quede acumulada en un rincón estereotípico. Laura se enamoró de un rockero empedernido que sólo leyó un libro, sobre Diego Armando Maradona. Lo cursi le resulta ajeno pero mira a escondidas películas románticas de la edad dorada del cine, que le recuerdan a su abuela. Se burla del sentido común, aconseja que siempre hay que tomar lo que las señoras le regalan y reconoce que roba -una especie de tregua o de pequeña venganza a la brecha de clase- pero no el dinero que las patronas dejan a la vista como señuelo, sino cosas “sin importancia” como pastillas (escudo hecho de somnífero o anestesia), motín que a la vuelta compara con el de sus colegas en la garita del colectivo. —Las domésticas sabemos todo y lo primero que hacemos cuando entramos a trabajar a una casa es conocer dónde están los objetos de valor. Sólo así cuando una señora entra desesperada, una le puede decir: sus joyas están en la mesada, o detrás de la mochila del baño— dice extendiendo el brazo cual recepcionista que invita a pasar a sus huéspedes.

“El trabajo con la música de Santiago Ascaso y las luces de Soledad Ianni fueron claves para crear mucho mundo con el que Mariana pudiera dialogar”–afirma la directora– “Si bien mucho del vestuario y los objetos surgieron de la propia búsqueda de Mariana, las últimas puntadas del espacio las dimos junto a Florencia Tutusaus para poder definir lo espacial”. La puesta es en negro, minimalista. La luz es tenue, y otra más cálida resalta pequeños espacios dentro del mismo. Una mesita de madera, en una esquina; un cajón con cosas en otra; un armario chico por algún sector más en el medio; un rompecabezas que al final cumple su metáfora. Todo está desparramado. Y ahí va ella, de un lado a otro: recogiendo esto, viendo qué hacer con aquello. 

¿Cuántas veces sacamos la cuenta de las horas de viaje que tenemos al trabajo y las multiplicamos por semana, por mes, por año? ¿Y cuántas otras nos debatimos con un ímpetu de rebeldía ‘ya fue, falto’? ¿O acaso pensamos que nuestro trabajo en relación de dependencia es lo que le permite a otro, a otra, hacer el suyo? La base de una pirámide subida a una calesita donde sobrevivimos. ¿Pero a qué costo? ¿Qué sentido tiene? Lejos de epopeya, sus caminos no terminan al llegar; su cuento se estira, parece reiterado; del suyo busca la salida y se resiste a dejarse domesticar.

Destacan que la obra enuncia una voz que no figura en el teatro, ¿y en el público? ¿Recibieron alguna devolución de trabajadoras domésticas que la hayan podido ver?

Fue el público el que nos hizo notar que la obra enuncia algo que no está tan presente en el teatro. Tuvimos la suerte además de que vinieran referentes de las trabajadoras de casas particulares y que se hayan emocionado mucho y sentido muy identificadas. Nos gustaría que la obra pueda llegar más a ese tipo de público. También nos pasó que mucha gente se vaya reflexionando, y gente que tal vez se sintió más incómoda por el lugar que muchas veces ocupa la clase media como empleadores. Pero creemos que la obra, si bien toca esa tensión, no se centra ahí.

¿Cómo fue el trabajo que realizó Mariana para ponerse en el lugar de la protagonista? 

Que la obra haya nacido de ella fue fundamental. Buscamos mucho el tono de Laura con el aporte de Luciana Taverna, nuestra asistente de dirección, que laburó mucho con Mariana desde lo corporal y la voz. Trabajamos sobre la idea de contener todo ese mundo emocional que va cargando la protagonista y que recién hacia el final de la obra pueda soltarlo. Además tiene un manejo del humor que le viene muy bien al personaje, y con el desafío de hablar a público. ¡Yo estuve siempre asombrada de cómo se aprendió todo el texto! Marian hace un trabajo increíble y los espectadores salen siempre destacando su trabajo. 

La obra no mira para otro lado a la hora de recoger lugares comunes o prejuicios. ¿Qué sentido entendieron que se jugaba al exponer estas cuestiones?

Nos parecía que no podíamos hacernos las tontas con esos temas. La obra se ocupa de ponernos en diálogo. Nos reímos de las señoras que dejan plata «por ahí» para ver si se la llevan en un intento de controlar la situación y también decimos que roban pavadas. Ambas cosas existen y sentíamos que había que contarlo huyendo de las generalizaciones lo más posible.

Uno de los logros es cómo está plasmada la subjetividad del personaje, quien trabajó en casas como doméstica o niñera encuentra elementos cercanos. ¿Hubo experiencias personales que les sirvieron de inspiración?

Si, yo trabajé como niñera durante varios años, tuve niñera cuando era chica y recuerdo a una señora que trabajó en casa de mis papás. Además, mientras escribíamos la historia improvisamos mucho en mi casa. Entre el imaginario del cuento de Lucía y nuestras experiencias pudimos ir armando esos detalles.

En la obra Laura se cruza con una madre joven paraguaya que migró para trabajar. ¿Cómo prepararon ese personaje? ¿Qué dicotomía existe, sin embargo, en estas realidades que quedan soslayadas frente a las argentinas que viajan a regiones y países como EE.UU, Europa, Australia o Hawaii?

Es una de las tantas pinceladas de realidad que tiene la obra. Si te fijas es un detalle que la mencione y que diga que no ve la hora de poder traer a su hijo que quedó al cuidado de su madre. A veces estos trabajos son la posibilidad de una vida mejor y muchos los desprecian. Este personaje empatiza con ella y es de las pocas amigas que menciona. No sé si hay en la obra una postura tomada, claro que mencionar una cosa así en este momento puede y deja resonancias que una no se imagina cuando lo escribe. 

Sin spoilear el final, hay una suerte de enorme desesperanza y resignación como el sistema acabando con una. ¿Cómo fue la decisión de darle ese tono y esa mirada?

Para nosotras lo más importante es lo que logra superar Laura como persona. El sistema y nuestro trabajo no cambia, pero ante las cosas trágicas de la vida podemos rearmarnos. Eso es un poco lo que queremos contar, que cada una de estas mujeres que trabaja limpiando casas tiene su historia y su drama, y que muchas veces queda tapado detrás de la pila de ropa para planchar o detrás de la escoba.

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