«¿Vos le dirías a una persona trans que se siente incómoda con su cuerpo ¨aceptate así¨?»

👥 Ningún cuerpo es netamente biológico. Este aporte que esclarece la antropóloga y activista travesti, Marce Butierrez, profundiza el debate sobre las cirugías estéticas, uno de los mayores puntos de tensión del feminismo. ¿Nos hace bien operarnos?

El caso de Silvina Luna no deja de conmovernos. Pero algunas ya dejaban por escrito su preocupación. “Obviamente porque no podía dejar de conectar las historias de las travestis” — reflexiona la investigadora feminista queer, Marce Joan Butierrez, en diálogo con El Grito del Sur— “Yo investigo mucho de la vida de las travestis durante los años ’70 y ’80, cuando se empieza a conocer más de cerca la manera en que las brasileñas se ponían silicona en el cuerpo. Entonces conozco las historias de muchas de estas compañeras que hoy tienen 50 o 52 años –son poquitas las que pasan de esa edad– y he visto cómo se les hinchan las piernas, cómo les duele al caminar. Me era inevitable vincular esta realidad con la de Silvina Luna. Obviamente haciendo hincapié en la diferencia entre una jovencita travesti que es echada de su casa a los 15/16 años y tiene como destino el trabajo sexual, o el narcotráfico u otro tipo de vida más vinculada al delito; frente a la realidad espectacular de una vedette que tiene acceso a montón de soportes y servicios que la mayoría de las travestis no”. Aunque ninguna pudo resolverlo a los ojos de un paradigma de belleza que las afecta a ambas. 

“Cuando empecé a pensar más profundamente en el tema, recordé una entrevista que yo había tenido con el médico con el cual estoy haciendo consultas para poder acceder a una cirugía genital. Lo primero que me dijo fue: —Vos sabés que te estás operando algo en tu cuerpo que está perfectamente sano, y que lo que vas a hacer es asumir un riesgo innecesario. Me quedó dando vueltas mucho en la cabeza esa idea de que el sistema médico entiende que operar un cuerpo sano en términos de lo biológico es correr un riesgo innecesario, y en gran medida se quitan la responsabilidad sobre esa cuestión o al menos te hacen la advertencia de que estás vos asumiendo hacer algo tan intrusivo sobre tu cuerpo que no necesitás”, añade. 

“Yo no sé cómo es la experiencia de las personas cis. No sé si los médicos les hacen advertencias pero sí escuché mucho, durante el debate de Silvina Luna, a otros profesionales decir: ‘Estamos atendiendo a una persona que se hace un retoque, un arreglo o alguna intervención, por razones que no tienen que ver con su salud’. Todo el tiempo se corre y perdemos la causal salud; cuando me parece que es la excusa que tiene el sistema para no responsabilizarse ni brindar respuestas en terapias seguras”, advierte.

La dimensión psicosocial: ¿pueden las cirugías estéticas tener un efecto terapéutico?

En el ensayo El fin del amor: Querer y coger en el siglo XXI, la filósofa Tamara Tenenbaum dedica un capítulo a qué nos pasa con las imágenes que nos devuelven, además del espejo, las redes sociales. Y relata que sacó un turno con una dermatóloga con la expectativa de que la doctora le dijera «tenés la piel perfecta, tomá esta cremita y volvé en cinco años». La contestación fue en realidad: «Te puedo dar una crema despigmentante (…) y en uno o dos años hacer un bótox», cita resaltando que se lo dijo con «naturalidad» y «nada de mala intención». El ejemplo abre preguntas: ¿Qué dicotomía existe entre las presiones estéticas y que muchas veces son las y los mismos profesionales quienes te sugieren que te hagas apliques frente a la advertencia del “no te operes”? ¿Nos hace bien operarnos?

“Pienso qué absurdo el avance que hemos hecho en la cuestión del aborto”, ejemplifica la antropóloga Butierrez: “cómo habíamos luchado para conseguir que la causal salud en las ILES contemplaran esta dimensión psicosocial de la salud, y sin embargo en estas otras cuestiones no le damos lugar: el médico no piensa que para mí el realizarme una operación y tener una vagina es psicosocialmente importante; él solamente piensa en términos de la biología. La sociedad y el Estado consideran que la salud para las personas trans es darnos hormonas, hacernos cirugías, atención psiquiátrica y, por supuesto, infectología y VIH. Si vos te lastimás o tenés fiebre y vas a una guardia, no te saben tratar. Porque los profesionales de las demás áreas de la salud no están preparados para atender a las personas trans y atienden en servicios muy acotados”, subraya. 

En tanto, la Ley de Identidad de Género establece la obligatoriedad de incluir las cirugías y tratamientos de reafirmación de género en el Plan Médico Obligatorio (PMO): mastectomía o una vaginoplastia. Pero la realidad deja mucho que desear.

¿En qué condiciones se opera o le brinda el sistema médico a una persona travesti trans para acceder a una cirugía?

Es súper complicado. En la Ciudad de Buenos Aires, el Santojanni es el único hospital que está realizando la cirugía genital. Si vos querés hacerte implantes de senos, lo más fácil es que juntes el dinero y lo hagas en el sistema privado porque en la salud pública hay una lista de espera interminable donde te tenés que preparar para estar mínimo dos años, y como el Estado no compra prótesis para hacer esas cirugías no tenés acceso. Dependés de las partidas presupuestarias y es muy difícil. Sé que el caso con los compañeros varones trans es similar para acceder a las mastectomías. En la Provincia de Buenos Aires hay algunas clínicas donde podés llegar a tener más suerte pero en muchos lugares de las demás provincias no realizaron nunca una cirugía, no tienen personal capacitado o consultorio para atención de las personas trans, ni siquiera tratamientos de hormonización.

Marce Joan Butierrez. Fotos: Sol Avena

Nos operan mandatos

No es lo mismo señalar al aire cómo impera y funciona todo un modelo hegemónico que establece y perpetúa lo que configura ser mujer o varón, que identificarlo en el cuerpo. Encontrarse y enfrentarse a una misma viendo la cantidad de noticias dedicadas a cuánto pesa tal o cual personalidad pública, qué bella se ve, o cómo le sienta la edad a x artista; o viéndose la panza, las caderas, mirar los puntos negros de la piel, los pelos, fantasear con más o menos pechos, explotarse los granos, girar la cabeza para imaginar un rostro más angular, medirse las uñas. El efecto (para poner un ejemplo conocido, por superficial que parezca) es algo así como cuando el personaje de Lindsay Lohan ve con ingenuidad y asombro -en la película “Chicas Pesadas” (“Mean girls”, 2004)- por primera vez a la estereotípica Regina George (Rachel McAdams) y a sus compañeras, enumerar que sus “hombros son masculinos”, su “cutícula es horrenda”, su “frente es tan grande”, los aparentes problemas de una “plástica”, hasta que sin querer queriendo le va pasando a ella misma como protagonista.

Por otro lado, parte de esa misma representación de lo femenino en las sociedades posmodernas y mayormente occidentales (o de las urbes) es la que le dio a Luana –la primera niña en la Argentina en conseguir su DNI con su identidad de género asumida– con casi dos años, la convicción de decir quién era: “Yo nena, yo princesa”. Su madre, Gabriela Mansilla, cuenta a través del libro que lleva de título esa primera frase estandarte que cuando le quitaban las películas de Disney, y sus remeras que le quedaban de vestido, ella sentía que no le estaba «sacando la ropa» sino «arrancando la piel».

Marce Butierrez recupera un aporte interesante entre ambas realidades que echa luz al debate: ningún cuerpo es netamente real, en términos biológicos, claro. “Algo que señalan los estudios trans -y un poco también viene de la corriente de los estudios queer- es que el cuerpo es siempre una construcción. Así como (Judith) Butler va a señalar que el género es algo construido, y que no solamente las personas que somos LGBTQI+ estamos performando nuestro género o eligiendo una orientación sexual, las personas heterosexuales también y hacen una serie de acciones para reafirmarlo permanentemente. Con el cuerpo sucede lo mismo. No solamente somos las personas trans las que ‘tenemos necesidad’ de construirnos un cuerpo sino que todas las personas apelan a diferentes recursos para reafirmar su género”, manifiesta. 

Desde tinturas de cabello, tatuajes, uñas semipermanentes, una extensa serie de tecnologías que van desde el maquillaje a intervenciones “menores” o más intrusivas como botox, inyecciones de ácido hialurónico, radiofrecuencia, mesoterapia, punta de diamante, mamoplastia, entre tantas otras. “Pensá en este enorme complejo que les causa a los hombres cis ser bajito. Las cirugías que existen para corregir esa cuestión son bastante tortuosas: quebrarse una pierna para que te vuelva a crecer el cuerpo y alcances unos centímetros más. Eso tiene que ver con los mandatos que existen sobre cómo ser más masculino y a los hombres les influye”, aporta Marce. Entonces, ¿cuánto nos sale decidir, cuando los mandatos estéticos son lo que primero nos interviene? Incluso cuando podemos elegir o tenemos el derecho, ¿estamos decidiendo con libertad?

En la otra vereda, el amor propio parece más la puerta a otro laberinto que la salida. Un concepto que si bien persigue la idea de promover la autoaceptación y la soberanía corporal, suena más un hashtag new age que a definir la disyuntiva entre querer querernos y lo que nos frustra. Y que, aún sabiendo que los nuevos modelos sociales están emergiendo y cada vez más, nos convierte en culpables por no conformarnos. 

“¿En qué momento ciertas ideas de autoaceptación se terminan volviendo como un mandato?” —cuestiona la antropóloga— “Nos ponemos todas re body positive, ‘tu cuerpo está bien así aceptalo’, y ¿qué si no? ¿Qué si no puedo? ¿Vos le dirías a una persona trans que se siente incómoda con alguna de las características de su cuerpo: ‘aceptate así’?”.

“Y sin embargo pasa eso” —-asegura— “Lo digo desde la interna del mundo trans donde la desbinarización del género un poco termina construyendo esta idea de que ‘podés llamarte Valentina, ser mujer, tener barba y pelo en el pecho, porque está todo bien’. Obviamente está bien pero cuando se empieza a volver una lógica dominante dentro de ese campo (poniéndome muy bourdieusiana) lo que sucede es que a la otra, a la que sí se quiere depilar y tener tetas porque siente que Valentina tiene que ser así y así y flaca, le pesa un estigma enorme. Porque para algunas personas no es una opción. Quizás no lo quieren pero tampoco es una alternativa ser una queer no binaria si por ahí vive en una ciudad en donde exhibirse de esa manera la pone en peligro, entonces necesita tranquilidad y lo elige: ser binaria, tratar de disfrazarse lo más parecido a lo que la gente espera porque lo que se juega tiene que ver con la continuidad de su vida”.

Tanto las cirugías estéticas como el trabajo sexual ocupan ese gris de (des)acuerdos feministas. ¿Cuál es tu mirada?

Me parece que ese punto gris está dado por una discusión que tiene que ver con la clase, una tensión que nos hace cosquillas en la moralidad. Lo mismo que nos pasaba con el aborto: esta idea de que hay que construir una zona de excepción para que esto sea comprensible. Hay un libro que es precioso, Queen for a day, de la investigadora Marcia Ochoa, donde estudia cómo en Venezuela los concursos de belleza modelan toda una percepción sobre lo femenino como ocurre entre las mujeres y travestis que trabajan en la calle, y cómo las zonas de trabajo sexual son una pequeña pasarella en donde vos podés ver reflejados esos estereotipos de belleza. Siento que estamos enamoradas del feminismo y que nos hemos encerrado un poco en nuestros propios discursos. Lo que necesitamos es que las feministas, transfeministas y el mismo colectivo LGTBQI+ empecemos a construir y pensar qué pasa con este territorio de la soberanía sobre el cuerpo más allá del aborto, sino en múltiples sentidos desde hacerte una cirugía como elegir el trabajo sexual.

¿Cómo lo podemos construir?

Por un lado, creo que vamos a tener que tener algún día el debate. Es muy difícil. Yo creo que hay que empezar a pensar en la militancia en términos de procesos. La respuesta sería que nos reapropiemos la idea de libertad pero que además la militemos abiertamente, que cada uno sea libre de hacer absolutamente lo que quiera y también aceptar que nuestras teorizaciones pueden ser muy interesantes pero no pueden convertirse nunca en un mandato sobre el cuerpo de otras personas.

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