El Big-Bang macrista: el escenario, los actores y la trama

Cuando se exploran los inicios de un fenómeno se corre el riesgo de caer en el anacronismo. El presente es inexplicable sin considerar el pasado, pero el recorrido no está predeterminado desde el origen. El ejercicio de retroceder en el tiempo tiene otro sentido: ayudar a responder la pregunta ¿cómo fue posible que una fuerza de un espacio político que había sido minoritario a lo largo del siglo XX llegara tan rápidamente al poder?

El escenario: la crisis y la resiliencia

Las primeras reuniones entre Mauricio Macri y quienes poco tiempo más tarde irían a acompañarlo en la fundación PRO se produjeron antes de que el presidente De la Rúa renunciase, pero no puede comprenderse el ciclo político que se inauguró en la Ciudad en 2003 sin considerar la crisis de 2001 en al menos dos sentidos. 

En primer lugar, las jornadas del 19 y 20 de diciembre implicaron una fuerte impugnación a los políticos profesionales que habían tenido roles protagónicos durante la década de 1990, lo que abría una ventana de oportunidad para aquellos emprendimientos políticos que se presentaran como novedosos. PRO cumplía con este requisito de dos maneras. Por un lado, en sus inicios, se gestó alrededor de un think tank (la Fundación Creer y Crecer) que se ufanaba de reunir cuadros técnicos de distintas orientaciones con propuestas de políticas públicas que podían ser aplicadas por una administración que tuviese como norte la reconstrucción del país en el nuevo siglo. Esto facilitó que PRO se presentase como un emprendimiento que apuntaba a un enfoque administrativo, de gestión de la política y de carácter posideológico, interesado en resolver problemas puntuales y concretos. Por el otro, si bien Macri tenía un largo historial de vínculos con el Estado a través del grupo empresarial que había fundado su padre, se presentaba como un outsider (un empresario exitoso y presidente de un popular club de fútbol en racha triunfadora) que venía a reemplazar a los profesionales de la política que venían de fracasar.

En segundo lugar, hay que considerar que crear un partido es una tarea que requiere apoyarse sobre un complejo sistema de redes de expertos, de liderazgos, de apoyo económico y de logística. Los recursos humanos necesarios no siempre están vacantes y, aún cuando lo están, su costo suele ser alto. Sin embargo, en la coyuntura posterior a diciembre de 2001, muchos de esos recursos quedaron disponibles (sobre todo en la Ciudad): activistas, técnicos e incluso dirigentes partidarios de distintos partidos sin chances de renovar sus mandatos o avanzar en sus carreras políticas se vieron atraídos por el discurso de Macri y los pronósticos de buenos resultados electorales augurados por las encuestas.

Pero el escenario en el que PRO nació no solo tenía características novedosas. Hubo al menos tres factores estructurales que jugaron un papel importante en su rápido crecimiento. 

A diferencia de otros emprendimientos partidarios (tanto de izquierda como de derecha), Macri optó por aplazar su carrera como dirigente nacional y comenzar a ejercitar su musculatura de forma centrífuga, afincándose primero en el nivel subnacional para luego expandirse. Así, el entonces presidente de Boca Juniors apostó por la Ciudad, un distrito tradicionalmente reacio al peronismo, donde no solo se había producido un colapso del sistema político (lo que facilitaba el reclutamiento de personal), sino que se caracterizaba por tener lealtades políticas débiles, con una larga tradición de apoyar fuerzas nuevas y no mayoritarias: históricamente las “terceras fuerzas” fueron atractivas para los porteños. 

Por otra parte, si bien en 2003 PRO trató de ubicarse más allá de las disputas ideológicas, lo cierto es que sus lazos con lo que en ese momento se llamaba “el noventismo” (es decir con las políticas que habían sido llevadas adelante durante el gobierno de Carlos Menem) eran claros. Eso que para una parte del electorado implicaba un buen motivo para el rechazo, para otra era fuente de un atractivo importante. A veces se tiende a olvidar que en las elecciones presidenciales en las que terminó triunfando por default Néstor Kirchner (con apenas el 22% de los sufragios) los candidatos con propuestas pro-mercado como el propio Menem y el ex-ministro de la Alianza López Murphy obtuvieron (sumados) más del 45%. El apoyo al neoliberalismo tuvo, y tiene, más resiliencia de la que se suele reconocer.

Los actores: viejos y nuevos políticos

Decíamos recién que el surgimiento y el rápido crecimiento de PRO sería inexplicable sin considerar la crisis de 2001 porque fue ese parteaguas el que posibilitó que un emprendedor político como Macri pudiera reclutar a cuadros, técnicos y dirigentes de partidos tradicionales con años de experiencia. Pero esa misma crisis también activó a sectores de la ciudadanía que hasta entonces tenían una relación distante con la política y que se sintieron convocados a manifestarse primero y a involucrarse después. Así, PRO no solo se armó con retazos de lo viejo sino también con nuevos actores.

En lo que se refiere a los viejos políticos, PRO se nutrió de tres fuentes. Por un lado, reclutó en el heterogéneo mundo de la centro-derecha (un espacio que había sabido tener un lugar destacado en la CABA en la década de 1980). Dirigentes de la Unión del Centro Democrático, del Partido Demócrata Progresista o el Partido Demócrata dieron el sí al nuevo partido. Pero también lo hicieron varios militantes del radicalismo que sintieron que la debacle de su partido de origen, así como su tradicional cerrazón al recambio, los impulsaba a dar el salto. Finalmente, varios dirigentes peronistas porteños entendieron que la oferta de sumarse a PRO era más atractiva que la de penar por puestos secundarios en el armado político progresista del entonces Jefe de Gobierno Aníbal Ibarra por cuya sobrevida había apostado el recientemente electo Néstor Kirchner. Por el lado de “los nuevos”, Macri aglutinó a dos grupos bien diferenciados. Por un lado, cerca del líder se ubicaron quienes provenían del mundo empresarial (en la mayoría de los casos gerentes del holding del propio grupo SOCMA). Junto a ellos se posicionaron quienes llegaban a la política partidaria desde el mundo de las ONG y de las actividades de voluntariado (sobre todo vinculadas al entramado del mundo religioso).

Macri se presentó a elecciones en 2003 como candidato de cuatro listas distintas, una muestra de la heterogeneidad del entramado que lo sostenía. Si bien triunfó en la primera vuelta, perdió el ballotage. Cuando los diputados porteños del entonces candidato derrotado tomaron posesión de sus bancas, se produjo una escisión entre nuevos y viejos políticos. A los primeros se los bautizó “Festilindo”, buscando marcar su ingenuidad con respecto a las formas básicas de la política legislativa y territorial. A los otros se los denominó “Nogaró”, en referencia a un hotel céntrico de la CABA donde los políticos porteños solían reunirse para cerrar negociaciones y “roscas” políticas. La polémica entre ambos grupos llegó a fracturar informalmente al bloque legislativo de PRO entre 2003 y 2005. Sin embargo, el rol aglutinante del líder y el realineamiento de los cuadros políticos en vista a la contienda electoral de 2007 lograron mantener unido al partido.

La trama: ni arriba ni abajo

Hoy es un lugar común referirse al modo en que PRO buscó ubicarse “más allá de la izquierda y la derecha” para atraer votantes de distintas procedencias. No obstante, es en otro eje de la política (el de lo alto y lo bajo en palabras del politólogo canadiense Pierre Ostiguy) donde hay que buscar el origen del primer triunfo de PRO en la CABA y las pistas de su despliegue nacional posterior. 

Si Macri logró tener éxito allí donde otros líderes de derecha y centro-derecha fracasaron durante décadas no fue solo porque aprovechó una situación crítica propicia. Lo que Macri consiguió fue, por un lado, posicionarse más hacia el centro de lo que su propio pasado parecía habilitar insistiendo en el carácter posideológico, de acción y de gestión de su propuesta. Por el otro, logró proyectar una imagen que buscaba trascender la distinción peronismo/antiperonismo. 

A medida que el espacio justicialista fue hegemonizado por un kirchnerismo que escoraba a izquierda, PRO fue ocupando un lugar que le permitía apelar tanto a los peronistas que se inclinaban hacia la derecha como a los progresistas e izquierdistas que se sentían ante todo antiperonistas. Fue caminando por ese hilo delgado que en 2007 PRO logró acceder al gobierno de la CABA y fue también así que, años más tarde, inició su camino hacia la proyección nacional.

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Sergio Morresi

Es Doctor en Ciencia Política por la Universidade de Sao Paulo. Investigador-Docente de la Universidad Nacional del Litoral e investigador adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Argentina (CONICET).

Es autor de artículos de teoría política, análisis político e historia reciente y publicó los libros "La Nueva derecha argentina y la democracia sin política" (Biblioteca Nacional, 2008) y "Saber lo que se hace. Expertos y política en la Argentina Contemporánea" (Prometeo, 2011). Su actividad se concentra en el estudio del liberalismo, el neoliberalismo y las derechas políticas.

Es coautor, junto a Gabriel Vommaro y Alejandro Bellotti de "Mundo Pro. Anatomía de un partido fabricado para ganar", de Editorial Planeta.